¿Cómo protegerse del ideal de belleza en redes? «A mayor tiempo en ellas, mayor malestar emocional»

Macarena Poblete / L. B.

SALUD MENTAL

La exposición a imágenes idealizadas en redes sociales activa áreas cerebrales relacionadas con el procesamiento del feedback social, las relaciones interpersonales y las emociones.
La exposición a imágenes idealizadas en redes sociales activa áreas cerebrales relacionadas con el procesamiento del feedback social, las relaciones interpersonales y las emociones. Freepik

La percepción de no cumplir con los estándares de belleza digitales se asocia a mayor riesgo de ansiedad, depresión y baja autoestima, especialmente en adolescentes

04 ago 2025 . Actualizado a las 15:14 h.

Es de noche. Te tumbas en la cama. Abres Instagram. Luego TikTok. Rostros perfectos, cuerpos moldeados, vacaciones en Bali, fotos en el gimnasio. Click. Scroll. Like. La escena puede parecer cotidiana. Y lo es, pero, en ese gesto automático, se activa un proceso de comparación silenciosa que erosiona, poco a poco, la salud mental. La psicóloga sanitaria Alejandra Sierra lo advierte con claridad: «Estos estándares inalcanzables provocan insatisfacción corporal, ansiedad o una baja autoestima».

El estándar de belleza —ese cuerpo ideal cada vez más editado, medido y moldeado— ya no aparece solo en revistas o anuncios. Hoy está presente a todas horas, al alcance de nuestros dedos. Y eso tiene consecuencias reales: «El ideal de la belleza tiene en sí una perversidad y es que es inalcanzable. En las redes sociales esto es igual, pero multiplicado por cien», alerta la doctora en psicología y escritora feminista Anna Freixas.

David Ezpeleta, neurólogo y miembro de la Sociedad Española de Neurología (SEN), señala que la exposición a imágenes idealizadas en redes sociales activa áreas cerebrales relacionadas con el procesamiento del feedback social, las relaciones interpersonales y las emociones.

Además, «toda esa información que se recibe, se transforma para las personas con un uso problemático o adictivo en la realidad», afirma el neurólogo. El cerebro responde, en definitiva, con una especie de confusión interna. Lo irreal se vuelve norma y lo propio defecto. «Se podría hablar de una especie de disonancia cognitiva entre lo que vemos en la pantalla y también cómo nos vemos en el espejo», señala el experto.

Ezpeleta asegura que, según estudios en adolescentes, la visualización de cuerpos extremadamente delgados percibidos como normales incrementa la actividad cerebral en la corteza prefrontal dorsomedial, el córtex cingulado anterior y la ínsula. Este tipo de respuesta es más común en chicas con baja autoestima.

La belleza que enferma

«Cuanto mayor es el tiempo en redes, más posibilidades de sufrir malestar emocional. Puede llegar a ser por el contenido que veo, el cansancio que generan los cambios de atención rápidos de un contenido a otro o, también, por lo que dejo de hacer por pasar mucho tiempo en redes», afirma Sierra. A esto se suma que la percepción corporal ya parte de una base inestable. «Una cosa es cómo creemos que somos, otra cosa es la imagen que nos refleja el espejo, que está invertida. Luego, cómo nos ven los demás y cómo nos vemos nosotros en fotos o vídeos. Es complicada la autopercepción de la imagen corporal. El problema de todo esto es la comparación y la necesidad de perfección y de aceptación», explica Ezpeleta.

Por su parte, la doctora Freixas afirma que la percepción de la belleza debe ir de la mano con la evolución natural del cuerpo, en lugar de oponerse a ella, como se da en la actualidad. Como ejemplo, menciona que «hoy en día se usa la inteligencia artificial para que la piel de las mujeres parezca más joven de lo que es», pero que «a los 60 años, es normal tener arrugas, y eso no quita la belleza; el cuerpo cambia. No podemos pretender tener un cuerpo de 20 a los 80».

Los adolescentes son el grupo más afectado por esta distorsión colectiva: «Aumentan los niveles de depresión, ansiedad, suicidabilidad, baja autoestima y aislamiento social. También, conductas arriesgadas como dietas restrictivas o ejercicio compulsivo por ese canon de belleza que impone la red», alerta Ezpeleta.

Si el filtro es la regla, el cuerpo se convierte en enemigo. Aparecen fenómenos como la dismorfia corporal, que puede derivar en obsesiones físicas extremas e incluso intervenciones quirúrgicas innecesarias. «Puede manifestarse como una obsesión con supuestas imperfecciones físicas, incluso el uso de cirugía estética para conseguir verme como el filtro me enseña», señala Sierra.

El neurólogo afirma que la tendencia en aumento de personas que buscan cirugías plásticas para replicar imágenes idealizadas de filtros de redes sociales, fotos retocadas o incluso avatares digitales es un problema real y grave. En España, un 40 % de la población se ha sometido a algún procedimiento estético en su vida, según datos de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).

Y la tendencia va en aumento, especialmente entre los más jóvenes. «Tanto la medicina estética, como los tratamientos cosméticos, rellenos, toxinas, etcétera, se han popularizado, igual que la cirugía, porque se han hecho más accesibles», explica Iván Couto, presidente de la Sociedad de Cirugía Plástica de Galicia y secretario de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE). Hoy, la edad media para someterse a estos tratamientos ha bajado hasta los 20 años. Hace apenas una década, era de 35, según un estudio realizado por la SEME.

Las redes sociales no solo imponen estándares: también los materializan. «Como hace 30 años llevaban la foto de la revista con la famosa de turno. Hoy sacan el móvil y te enseñan el Instagram de quien sea», explica Couto. Estas imágenes, aunque digitalmente manipuladas, sirven como referencia estética para cirugías de nariz, labios o pómulos. 

Cómo evitamos caer en esto

Existen algunas medidas que se pueden adoptar para frenar o reconducir estas conductas: «Se puede volver hacia atrás y volver a tener un cerebro como el que teníamos hace 30 años», afirma Ezpeleta.

La clave está en reeducar el uso digital desde edades tempranas. El neurólogo propone límites claros:

  • Nada de pantallas antes de los 6 años (idealmente hasta los 8).
  • Un día a la semana sin móvil.
  • Rutinas familiares libres de pantallas (comidas, sobremesas, noches).
  • Priorizar actividades como la lectura, la escritura a mano, el deporte y el contacto humano real. «El ejercicio físico es el mayor factor neuropotenciador que se conoce», añade Ezpeleta.

Desde la psicología, Sierra propone reforzar la autoestima sin depender de la validación externa. «Se trabaja para que la persona vuelva a estar en sintonía consigo misma, con sus propios valores y objetivos», explica. La especialista sugiere estrategias sencillas pero efectivas:

  • Establecer límites digitales: «Es útil activar funciones como el ‘límite de tiempo’ en aplicaciones como TikTok o Instagram», comenta Sierra.
  • Recomienda establecer espacios y actividades diarias sin teléfonos, como durante las comidas o a partir de las 22.00 horas.
  • Filtrar el contenido de redes sociales: «Dejar de seguir cuentas que despiertan inseguridades y seguir las que aportan conocimiento o diversión», aconseja la especialista.

Los especialistas coinciden en que el uso saludable de redes sociales es posible, pero requiere un esfuerzo sostenido tanto a nivel individual como colectivo. La clave está en la conciencia crítica y en recordar que la vida más valiosa sigue ocurriendo fuera de la pantalla.