Christopher Timmermann, investigador: «Con los psicodélicos ya no pensamos en malos viajes, sino en momentos de dicha o desafiantes»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Christopher Timmermann, experto en psicodélicos.
Christopher Timmermann, experto en psicodélicos.

El investigador de la Universidad de Londres estudia los efectos de estas sustancias en el contexto de depresiones

28 oct 2025 . Actualizado a las 09:44 h.

El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid acogió a principios de este mes de octubre un simposio que reunió a más de 300 expertos en el ámbito de la salud mental, la neurociencia y la investigación en terapias asistidas con psicodélicos, organizado por la Fundación Inawe, que promueve la innovación en la salud mental. Para muchos expertos, estas sustancias abren nuevas vías de esperanza en el tratamiento de las patologías relacionadas con ello. 

Christopher Timmermann, codirector del Centro de Investigación de la Consciencia de la Universidad de Londres, y presidente y cofundador de la Fundación ECOH para el Estudio de la Consciencia Humana fue uno de los ponentes. En conversación con La Voz de la Salud, el investigador especializado en neurociencia, psiquiatría, psicología y ética de los psicodélicos, analiza las principales líneas de estudio y los resultados que está viendo en sus investigaciones.

—¿Cómo le explicaría usted qué son los psicodélicos a alguien que no sabe lo que son? Existe cierto rechazo a las drogas por toda la historia que tienen. 

—Claro, hay mucho de eso aún. Las drogas psicodélicas son compuestos presentes en muchas plantas que están en la naturaleza, que actúan sobre un mecanismo cerebral específico, lo que llamamos receptor de serotonina. El LSD, los hongos o la mescalina, todos actúan sobre este mismo receptor. Generan cambios muy fuertes en la emoción, el pensamiento y en los mecanismos que tienen que ver con el aprendizaje; provocan una gran gama de efectos, una experiencia muy fuerte. Es lo que llamaríamos la experiencia psicodélica.

—A veces, no sé si lo comparte, en este asunto es difícil diferenciar entre ciencia y activismo. 

—Absolutamente. Están esos dos opuestos, el escepticismo y la sensación de que estas son drogas hiperpeligrosas y que solo generan problemas, que no pueden ayudar. Y, luego, el polo puesto, la visión de la contracultura, que defiende que esta droga gana la liberación del ser humano y que, por ende, si la gente adoptara más esta experiencia, no tendríamos los problemas que tenemos ahora.

—¿Percibe que hay un cambio en la opinión pública con respecto a los psicodélicos?

—Yo creo que sí que ha habido un cambio, pero no sé si todavía percibido por el gran público. Está empezando a entrar en el mainstream y, sin duda, la gente lo está aceptando mucho más. La evidencia epidemiológica lo está mostrando, el consumo de LSD se ha triplicado en los últimos diez años en Estados Unidos. Es esperable que algo así también haya ocurrido en muchos países en Europa y Latinoamérica. Hay mayor incorporación de lo que son estas experiencias y también de la idea de que estas experiencias podrían traer beneficios en términos de salud mental. Pero también hay mucha gente que se está automedicando, con los riesgos que conlleva. El péndulo está cambiando y lo que a mí me parece importante recalcar es lo que nos aporta la ciencia, el conocimiento sobre un uso responsable y cuidadoso al respecto.

—¿En qué trastornos se está investigando su uso?

—Se ha investigado y visto un gran potencial en relación al tratamiento de la depresión, de la ansiedad o del trastorno por estrés postraumático. También se están investigando otras aplicaciones como las adicciones o los trastornos de la alimentación. Se cree que tienen un efecto en un amplio abanico de condiciones de salud mental, porque actúan sobre sobre estos mecanismos cerebrales centrales que tienen que ver con cómo nosotros construimos los aspectos que gobiernan la experiencia. Al modificarlos, se generan todas estas oportunidades de salud mental. El gran desafío que traen estas sustancias es que requieren de un acompañamiento específico para que sean seguras y efectivas. Estas experiencias requieren de un cuidado específico, de un manejo experto donde haya un terapeuta que esté acompañando el proceso, y que, después de la experiencia, ayude a la persona a darle sentido a ese proceso. Sin esos componentes, el riesgo aumenta mucho y las posibilidades de que sea un tratamiento efectivo también se reducen.

—Dice que actúan sobre un receptor de la serotonina, como también sucede en los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, disponibles para la depresión. Existe un debate sobre la teoría del desequilibrio químico, y hay un sector muy crítico con este tipo de antidepresivos. Si hay controversia con medicamentos con más de 40 años de tradición, no me quiero imaginar el que habrá con las iniciativas de psicodélicos.

—Sin duda, el gran desafío que existe es que los antidepresivos convencionales actúan sobre lo que llamamos un receptor específico de la serotonina. Lo que hace, de alguna forma, es proteger al cerebro de reactividades muy fuertes, es decir, de enfrentarse a un medio ambiente amenazante. Bajan la reactividad emocional. Los psicodélicos actúan sobre otro receptor de serotonina, que hace lo contrario, sensibilizar al cerebro frente a las perturbaciones del medio ambiente y a la emoción. Después de la sesión con psilocibina , la amígdala, que es la parte del cerebro que reacciona con las emociones, es mucho más reactiva. Hay que entender que eso significa que el cerebro, al estar más sensible, más receptivo, más vulnerable si se quiere, requiere de mayor cuidado. Cuando nosotros pensamos en lo que es la terapia psicodélica, no es solo el fármaco, sino que también el acompañamiento específico con un terapeuta experto en el manejo de estas experiencias. Requiere un cambio de cómo se hacen las cosas en psiquiatría.

—Usted ha trabajado con el DMT (dimetiltriptamina), presente en la ayahuasca. ¿Cuáles son sus particularidades?

—El DMT es bastante único entre las sustancias psicodélicas porque genera una experiencia muy breve. Cuando es fumado o inyectado, como lo hacemos nosotros en el laboratorio, genera una experiencia de unos diez minutos. El pico de esa experiencia realmente dura uno o dos minutos. Es como comprimir una experiencia psicodélica de unas ocho a diez a ese tiempo. Su corta duración se compensa en intensidad. La gente que tiene esta experiencia describe una sensación de ser transportado a mundos alternativos, a encuentros con seres. En el 60 % de los casos, hemos visto encuentros con estas entidades, que les dan mensajes y se comunican con los participantes. Es decir, son experiencias muy inusuales que coinciden bastante con esta idea de la ayahuasca y su uso indígena o mestizo, donde la gente habla de encuentros que, como dicen los indígenas, tienen que ver con comunicación con espíritus de la naturaleza.

—A nivel de seguridad, ¿hasta qué punto son capaces de evitar que el psicodélico produzca un "mal viaje" al paciente?

—La verdad es que ya no pensamos mucho en malos "viajes". Nosotros tendemos a pensar cada vez más que la experiencia psicodélica es dinámica y tiene momentos que pueden ser de dicha, de emociones positivas, y momentos de emociones desafiantes. Y eso es esperable en muchos casos en donde hay problemas de salud mental, en donde hay temáticas que subyacen a esa depresión o que están muy ligadas a ello. Hay narrativas que van cristalizando y formando ese ánimo depresivo. Precisamente, la terapia psicodélica tiene que ver con enfrentar esos desafíos emocionales y atravesarlos. Esa es la consigna que existe en muchos contextos terapéuticos.

—Es decir, apuestan por eliminar la dicotomía de lo malo o lo bueno.

—Eliminar, sí, pero también entender que hay casos extremos donde sin duda hay experiencias que pueden ser muy desafiantes, que pueden llegar a ser traumáticas. Y ahí sí, el acompañamiento es absolutamente clave. El otro gran desafío es entender para quiénes estas experiencias van a funcionar y quiénes están más en riesgo. Sabemos que gente con trastorno psicótico, o con historial psicótico, es probable que no se beneficie o que, incluso, puedan retraumatizarse en distintas formas. La gran duda son los casos límites donde hay trastornos de personalidad o trastornos más graves, donde puede haber casos más desafiantes. Pero el acompañamiento es clave porque es capaz de enmarcar estas experiencias desafiantes como procesos terapéuticos o dentro de contextos seguros.

—Al final, esto parece una cosa bastante misteriosa. A nivel de resultados clínicos en pacientes con trastornos de patología mental ¿se consiguen mejoras?

—Los resultados hasta ahora son bastante prometedores, especialmente en depresión. Se han llegado a obtener reducciones significativas en trastornos depresivos que van de seis a doce semanas.

 —Entiendo que no son alternativas terapéuticas de primera línea, sino que están pensadas para casos de depresiones farmacorresistentes. ¿Es así?

—Hay dos aproximaciones, porque son fármacos nuevos sobre los cuales aún se está haciendo investigación. Está, por una parte, la de aplicación en trastornos resistentes a depresión. Y hay otro supuesto en el que podrían ser también fármacos de primera línea. Esto es particularmente relevante pensando en los efectos secundarios que tienen los fármacos convencionales. Hay un perfil en ellos que es distinto al de los psicodélicos. Las investigaciones han mostrado que, por ejemplo, los trastornos en la libido, en el deseo sexual o en el sueño no suceden con las sustancias psicodélicas.

—Es verdad que el LSD, el éxtasis, al final no tiene ese potencial adictivo que existe con las benzodiacepinas.

—Exactamente. Sin duda el MDMA puede generar un deseo de tener la experiencia nuevamente, pero la psilocibina, incluso el MDMA, nos cuenta con los parámetros convencionales de dependencia fisiológica que vemos con otras sustancias.

—El Spravato, un fármaco empleado en depresiones resistentes, es esketamina pulverizada. Es una molécula distinta a la ketamina, a la que le quitaron esa parte más psicoactiva. ¿Es una solución descafeinada?

—Ahora mismo existe un impulso importante por generar psicodélicos que tienen un efecto cerebral similar de neuroplasticidad, es decir, generar nuevas conexiones neuronales que los psicodélicos provocan, pero que no producen el viaje. Pero la evidencia muestra que esta experiencia (el viaje) predice las mejoras en salud mental muchas veces. Cuanto más tiene la gente una experiencia de catarsis emocional, mayores son las mejoras en salud mental. Por eso, la idea de quitar el viaje, de quitar esa experiencia de emociones,hace sospechar que podría disminuir la efectividad del fármaco. Aquí la gran cuestión no es tanto que las farmacéuticas no quieran la experiencia psicodélica, sino que hay poblaciones para las que el viaje es muy complicado. Pacientes muy jóvenes, por ejemplo, o adultos mayores, en donde no es una buena idea que la gente tenga viajes muy fuertes.

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.