Mar López, pediatra: «Cuando le contamos intimidades a nuestros hijos, promovemos que ellos hagan lo mismo»
LA TRIBU
La doctora acaba de publicar El monstruo de los abrazos, un cuento en el que explica de manera sencilla a los pequeños lo que son los límites y el consentimiento
26 jun 2024 . Actualizado a las 18:11 h.Mar López no solo es una pediatra de referencia en redes sociales, donde acumula más de 407.000 seguidores en Instagram, también es madre. Y como tal, se dio cuenta de que faltaba mucha información sobre prevención o abuso sexual infantil para menores de seis años. «Tenía libros o actividades que mi hija todavía no entendía y necesitaba algo que le resultase fácil. Como me especialicé en pediatría social y sobre todo, en maltrato y abuso sexual infantil, para mí era algo muy importante. Empecé a contarle una historia por las noches de un monstruo que le encantaba dar abrazos a una niña, y a esta, a veces, no le apetecía. Realmente fue cogiendo forma mientras se lo iba contando a mi hija», explica. El resultado se titula El monstruo de los abrazos. Mi cuerpo es solo mío (Beascoa, 2024), y ya está disponible en librerías.
Hablamos con ella sobre lo que quiere transmitir con este cuento, pero también, aprovechando que empiezan las vacaciones de los más pequeños, resolvemos algunas dudas al respecto: ¿Debemos seguir manteniendo los horarios? ¿Cómo gestionar el sueño? ¿Y la alimentación?
—Primero empecemos por el cuento. El monstruo Achuchones le hace un poco de chantaje a la pequeña protagonista. ¿Cómo de frecuente es este tipo de práctica con los niños?
—Este tipo de chantaje es casi diario. La verdad que tanto dentro de la familia, que es lo que los padres me dicen que les cuesta más responder, como desde fuera. El otro día me comentaba una mamá que una abuela le regaló unos coleteros a la niña y luego le preguntó: «¿Me das un abrazo?». Como la niña le respondió que no, ella le dijo que entonces devolvía los coleteros.
—¿Por qué es tan frecuente?
—Porque a nosotros nos han educado así y a ellos también. Les sale de forma natural y a lo mejor somos la primera generación que se da cuenta de que hay que corregir eso, hay que cambiarlo. Es algo que sucede incluso por la calle. El otro día pasando el control policial, le dijeron a mi hija: «¿Me chocas?». Ella dijo que no. «Uy, si no te portas bien, tus padres te van a dejar aquí conmigo», le contestó él. Tuve que decirle que no se preocupara, que eso no iba a pasar.
—Habrá quien piense que no es para tanto.
—Sí, y me hace mucha gracia porque luego cuando crezca, sea adolescente y venga un chico u otra chica y le diga: «Te llevo a casa si me das un beso», lo veríamos fatal. Las películas que ven los adolescentes a día de hoy no paran de mostrar este comportamiento. Hay una película, A través de mi ventana, que la chica está en un bosque perdida, se acerca su vecino y le dice: «Te llevo a casa, pero tienes que cerrar los ojos y darme un beso». Eso ocurre, pero ¿cómo puede ser que salga esto en una película? Ya lo tenemos tan normalizado…
—Si se trata de un familiar, ¿cómo expresarle que es normal que el niño no les quiera dar un beso o un abrazo?
—Y que no se trata de una cuestión de educación. De quedar bien o mal o de ser un maleducado. En realidad, al contrario, es mi forma de criar a mi hijo. Quiero que solo de besos y abrazos a esos familiares si le apetece y si no, no. Y que gracias a eso esté conectado con lo que le apetece o no, para que el día de mañana siga conectado y, cuando se lo pidan, pueda decidir si quiere o no. Somos nosotros los que estamos despistados porque a nosotros son los que nos han educado en que es una cuestión de mala educación.
—¿Cómo diferenciar entre el monstruo Achuchable y el real?
—Al final del cuento aparece el monstruo real, Pegón. Es más mayor que Achuchones y cuando este le dice que pare de hacerle cosquillas, el otro continúa. Los abusadores no siguen un perfil psicológico común, no podríamos identificarlos haciendo una serie de entrevistas. Suelen ser alguien que se encuentra en el entorno del niño. Tienen tanto la confianza de los padres como la del niño, que se le van ganando poco a poco. Primero al estilo simpático jugando a las cosquillas y el pilla-pilla. A partir de ahí es cuando empiezan a pasarse poco a poco y cuando lo hacen, ya están en una situación en la que no sabe cómo salir de ahí.
Es por eso que la escena de Pegón en realidad es cómo suele empezar un abuso: «Pegón, que es muy grande y mayor, me empezó a hacer muchas cosquillas, era muy gracioso. Pero luego no quería que siguiese y Pegón no paraba». Intento reflejar cómo empiezan a ganarse la confianza de los niños y después, existen ocasiones en las que el niño se da cuenta de que ya no quiere jugar a eso y es cuando empiezan a manipularlo o amenazarlo con que si lo cuentan, va a ocurrir algo malo.
—¿Qué signos de alerta puede darnos el pequeño?
—Muchas veces el peque puede decirte directamente que no quiere ver o quedar con esa persona. Hay veces que los padres piensan que se han enfadado por algún motivo. Luego se van dando cuenta de que el niño tiene algún problema con esa persona en concreto. Hay veces que empiezan a tener pesadillas, hacen regresiones como por ejemplo que no llevaban pañal y hay que volver a ponérselo. O quieren que hagas tú todo, que le vistas tú o que le des de comer tú como si fuera un bebé. Miedos que vienen de repente.
—Y si eso ocurre, ¿cómo actuar?
—Siempre hay que consultar. A veces vienen a urgencias porque el peque tiene algún tipo de lesión y se dan cuenta a raíz de eso, de preguntarle por algo que ven. Acaban consultando y nosotros avisamos a la policía, viene el psicólogo forense, avisamos al juez. Otras veces simplemente van a la policía porque lo han contado en casa y consultan.
—Si el niño lo cuenta, ¿qué consejo darías para que sea lo menos traumático para él?
—Siempre se recomienda hacer un refuerzo positivo al niño del tipo: «Gracias por haberme contado esto». Y en lugar de poner el grito en el cielo y pedirle que te lo repita cien mil veces, que lo haga solo una vez. De hecho, lo ideal es grabarlo, para que no tenga que estar contándolo constantemente. Agradecerle que te lo haya contado y que vea que lo apoyas.
—¿Cómo de frecuente es?
—Un 25 % de nosotros ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante la infancia, uno de cada cuatro. Es muy frecuente y más en niñas. Cosas que a lo mejor en la adolescencia nos pudieron parecer normales, juegos que los haces en grupo, que a lo mejor tú no quieres y te sientes obligado. Un poco parecido al tema de los chantajes. Al final, parece que vamos a ser los bordes del grupo. O ir a una discoteca, que alguien te toque el culo girarte y no ver a nadie, también puede darse.
—¿Cómo lograr que el pequeño nos cuente las cosas?
—Primero, nunca juzgar a los niños cuando nos cuenten sus cosas, porque a veces no resulta fácil para ellos. Son muy inocentes, puede que le digas: «Por favor, no hagas esto que no me gusta. ¿Lo volverás a hacer?». Y te dice que sí (ríe). «No cariño, no me has entendido, esto no quiero que me lo hagas». O te vienen y te dicen: «Hoy en el cole he hecho esto con mi amigo». Tú te das cuenta de que eso no debe repetirlo, pero en vez de reñirle, hay que intentar escucharlos, ponernos en su lugar, validarlos. «Gracias por haberme contado esto, pero en las normas del cole, no se permite». De forma que si siempre estamos ayudando a los niños a encontrar soluciones, es normal y natural que confíen en nosotros.
Cuando nos ponemos en la oposición, ellos lo notan y luchan por tener ese enfrentamiento para llamar nuestra atención. Cuando se dan cuenta de que vamos remando juntos y se lo vamos explicando así, es el camino que le vamos señalando. También cuando le contamos intimidades a nuestros hijos. Promueve que ellos hagan lo mismo. Tú le cuentas qué tal te fue en el trabajo o lo que te ha pasado en el día, adaptado a su edad y, al final, ellos también harán lo mismo.
—Y si queremos tener una conversación con el pequeño para que el mensaje «mi cuerpo es solo mío» esté presente, ¿cómo hacerlo?
—El hecho de haber leído este cuento, haber oído la canción, haber tocado el tema en casa, hace que al niño le suene. Así, si se encuentra en una situación parecida, puede saltar la alarma y puede hablar contigo de ello. Siempre adaptado a la edad del niño.
—Es un cuento o una historia que, generaciones anteriores, seguramente no han escuchado de la mano de sus padres.
—Creo que todas las generaciones van reparando algo de la anterior. Es natural y normal que vayamos dándonos cuenta de ciertas cosas. Por ejemplo, hace muchos años se pegaba a los niños, pero la generación de nuestros padres e incluso la de nuestros abuelos, dejaron de hacerlo porque se dieron cuenta de que no era lo normal. Se puso de moda el rincón de pensar, retirar nuestro cariño de alguna manera y luego vimos que este tampoco era la solución (ríe). Pero poco a poco hemos dado pasitos para ir mejorando y gracias también a lo que hicieron nuestros padres y nuestros abuelos, nosotros nos hemos podido dar cuenta de esto. Y seguro que nuestros hijos dirán lo mismo de otras cosas que vayan saliendo.
—Pasando a las vacaciones, que acaban de empezar. ¿El pequeño debe mantener el horario que tenemos a lo largo del año o podemos ser un poco más flexibles?
—Depende de la edad y de tu situación. Por ejemplo, mi hija si se duerme a las once de la noche, se despierta a las once de la mañana. No deja de dormir horas por acostarse más tarde. Hay otros niños que, aunque se duerman a las once de la noche, se levantan a las siete de la mañana. Al final, en estos casos, o hace una siesta porque duerme menos horas de noche, o cuando ya tiene más de cinco años que ya no suelen hacerla, te vas a tener que dormir más temprano, dando igual si es verano o invierno porque al final repercute en el niño, acabará cansado.
—Podemos permitirles estar un poco más «salvajes».
—Va a depender. Hay niños que sin rutinas tardan muchas horas en dormirse, están irritables y lloran todo el día. Hay otros niños que pueden no tener una rutina en verano y si recuperan las horas de sueño por la mañana están bien igualmente. Va a depender del niño. De la edad que tenga, de si tú vas a trabajar, si él va al cole de verano, o si estáis totalmente de vacaciones.
—También puede influir en el tema de la alimentación.
—Los horarios puede que vayan cambiando un poco cada día, pero normalmente sueles saber que dos horas después de desayunar tiene hambre y, si merienda una fruta o un bocadillo, que otras dos horas después suele comer… Te puedes ir orientando en los intervalos de tiempo que aguanta sin comer. Cuando estás de vacaciones, que todos los estamos. Y si no, vais a seguir un poco con los horarios de antes. Suele haber más problema con los helados.
—¿Caprichos de verano?
—Claro, muchas veces empiezas a comer helados, luego no tienen hambre por la noche, luego por la tarde se han pasado al pico de azúcar y a la hora vuelven a tener hambre. Si todos los días te están pidiendo comida que no es adecuada, no puedes decirle siempre que sí. La comida no es buena ni mala, pero si te pide un helado y le dices que no, al final aumentas las ganas de tomárselo. Sobre todo si hay otros niños que lo estén haciendo.
—Si el resto se lo está tomando, no es fácil decir que no. ¿Cómo gestionar la situación?
—Mi hija por ejemplo ya es más mayor y ya sabe que las cosas que llevan azúcar son malas para la barriga. Nos pueden dar dolores, diarrea, y hacen que nuestra barriga por dentro no esté bien. Además, ella tiene alergias y si su tripa está bien es más posible que vayamos superando las alergias, por esa microbiota sana. Otras veces también le digo que ese tipo de comidas, como los helados, no te ponen fuerte; también lo entiende bastante bien.