Todos tenemos táperes —o tuppers— en nuestras casas, pero es poco probable que tengamos recipientes de la marca original, Tupperware. Y es que la empresa que ha dado nombre a esos míticos envases de plástico ya no tiene la implantación que tenía, ni siquiera en Estados Unidos, donde nació; de hecho, está al borde de la quiebra, superada por la competencia y por la incapacidad de adaptarse a los nuevos tiempos y las necesidades de los consumidores más jóvenes. No en vano han pasado 77 años desde que sus recipientes herméticos de polietileno para conservar alimentos se convirtieron en un fenómeno mundial.
Fue en 1946 cuando el químico Earl Tupper creó unos recipientes de plástico ligeros e irrompibles a los que añadió una tapa hermética, inspirada en la de las latas de pintura. El objetivo era que, al igual que esas tapas impedían que la pintura se secase, las de sus recipientes evitaran que los alimentos que se guardaban en el frigorífico perdieran calidad y sabor.
A pesar de su innegable utilidad y de que hoy nos parezca un utensilio básico en una cocina, entonces esos artículos (el nombre en inglés es la fusión del apellido del creador y ware, 'artículo' o 'mercancía') resultaban desconcertantes para los consumidores. Tanto que en las tiendas no se vendían.
Y ahí es donde entró en juego una mujer: Brownie Wise, una representante de ventas de productos domésticos que, en cuanto vio los tuppers, entendió su potencial, hasta el punto de dejar su trabajo para incorporarse a la compañía de Earl Tupper, de la que llegaría a ser vicepresidenta. Fue Wise quien en 1950 implementó un modelo de ventas revolucionario: las reuniones o fiestas Tupperware.
En un principio, eran simplemente demostraciones directas del producto a los consumidores en domicilios particulares para mostrar sus ventajas. Los consumidores eran, obviamente, mujeres en su inmensa mayoría. Y esas amas de casa se convirtieron en su gran fuerza de venta. Ellas se convirtieron en las vendedoras directas de los productos que ofrecían en sus propios hogares a sus amigas y vecinas y cobraban una comisión por cada venta. Y así, aquellos envases herméticos conquistaron el mercado.
Esa fortaleza de su modelo de venta directa ha sido, sin embargo, lo que ha precipitado ahora su caída, tras más de siete décadas de éxito. Los jóvenes de hoy —a pesar de que mantienen como lema la regla de compra de las tres B: bueno, bonito y barato—, tienen una nueva norma imprescindible a la hora de añadir algo a sus cestas: que la compra sea rápida. Y si el producto puede llegar a la puerta de sus casas sin que ellos deban molestarse en lo más mínimo, mucho mejor. Pero nada de reuniones ni vendedores explicando nada.
Es cierto que la empresa no se ha quedado de brazos cruzados. En las últimas décadas ha tratado de potenciar sus propuestas y ha reformado sus diseños intentando engatusar a las nuevas generaciones con productos de moda, originales y llamativos, pero estas ya no conectan con la legendaria marca. Tupperware ha tenido que enfrentarse a la aparición de tiendas emergentes, físicas y digitales, con productos similares; primero. los bazares y luego, los mercados on-line, que venden contenedores de comida similares a precios más bajos y con diseños atractivos.
Según los expertos, el error de la empresa estadounidense fue su demora en relegar el modelo de venta directa como fuerza principal. Tupperware acabó abriendo también su tienda on-line, ofreciendo a la vez ventas por Internet a todo el mundo, pero llegó demasiado tarde.
Hasta entonces, las 'fiestas' de Tupperware, esos rituales comerciales en los hogares, eran la base de sus ventas. Y durante muchos años, representaron incluso una forma de reivindicación de los derechos laborales de la mujer. Pero eso también ha sido puesto ahora en cuestión.
En los años 50, pocas mujeres, incluso en Estados Unidos, seguían trabajando una vez casadas. Mayoritariamente, se convertían en amas de casa y, en muchos casos, se veían aisladas en los suburbios de las ciudades americanas. Las reuniones Tupperware les permitían ganarse un dinero propio, lo que aumentaba su autonomía, y relacionarse con otras mujeres en un entorno seguro, lo que facilitaba las confidencias y la vida social al margen de sus maridos.
Además, Alison Clarke, profesora de Historia y autora de Tupperware: The Promise of Plastic in 1950s America, defiende que aquellas fiestas fueron revolucionarias porque ofrecieron un modelo alternativo para el éxito comercial basado en la cooperación femenina en lugar de una competencia agresiva. «Las redes de Tupperware consistían en mujeres que ayudaban a otras mujeres y las capacitaban. Era la antítesis de la cultura corporativa masculina. Era lo opuesto a Mad Men».
Pero no todos los analistas lo ven hoy igual: aquel modelo Tupperware, alegan, perpetuaba los estereotipos de género y, en realidad, confinaba aun más a las mujeres a su rol de amas de casa. Además, la venta directa en realidad les dejaba una comisión muy pequeña respecto al negocio millonario de la empresa. La prueba es que en los años 70, a medida que la mujer se incorporaba al mercado laboral, aquellas fiestas comerciales se redujeron de manera considerable. Y así siguieron descendiendo hasta casi desaparecer.
En España, conviene aclarar, la marca Tupperware, con sus reuniones de mujeres, no llegó hasta 1966. Y nunca tuvo la relevancia que alcanzó en Estados Unidos y otros países anglosajones. Aquí la posguerra impidió el desarrollo temprano de esa nueva industria de los envases de plástico con cierres herméticos, anclados aún en las tradicionales fiambreras.
Tampoco el rol de la mujer en los 50 en España era equiparable al norteamericano. En cualquier caso, un ejemplo de lo cuestionable que era el modelo Tupperware desde el punto de vista feminista es el despido de su gran promotora, Brownie Wise. Wise comenzó a vender ella misma los productos de Tupper para poder pagar las facturas médicas de su hijo enfermo, después de que su marido la abandonase. Fue ella la que convirtió ese modelo de ventas en la clave del éxito de la empresa, llegó a ser su vicepresidenta y fue la primera mujer en aparecer en la portada de la revista Business Week, en 1954. Pero, cuando su imagen, que incluía pasearse en un Cadillac rosa, empezó a ser omnipresente, fue despedida fulminantemente. En teoría, porque Earl Tupper desaprobaba su extravagante estilo de vida, pero para los críticos con su modelo de negocio, su despido ejemplifica a la vez el escaso empoderamiento que permitían aquellos supuestos liberadores encuentros de mujeres.
Hoy, la empresa Tupperware debe hacer frente al aumento de la deuda y la búsqueda desesperada de inversores, la caída del 48 por ciento del valor de sus acciones en bolsa, el incumplimiento en Wall Street por no presentar sus resultados en más de una ocasión... Todo indica que la histórica compañía va a quedarse fuera de juego. Eso sí, el nombre del 'táper' o tupper ha quedado consolidado para siempre en nuestro lenguaje desde que en 2017 lo admitió el diccionario de la Real Academia de la Lengua, desterrando definitivamente a la pobre fiambrera.