
La tragedia detrás de 'Frasier'
La tragedia detrás de 'Frasier'
Viernes, 27 de Junio 2025, 10:54h
Tiempo de lectura: 8 min
Kelsey Grammer tenía 12 años cuando su abuelo murió de cáncer. Un año después, su padre fue asesinado por un taxista. En 1975, su hermana Karen fue secuestrada, violada y asesinada de 42 puñaladas; un lustro más tarde, dos de sus cuatro hermanastros murieron en un accidente de buceo. Apenas había cumplido 25 años y las tragedias familiares parecían no tener fin. Ninguna de ellas, sin embargo, ha marcado tanto su vida como la brutal pérdida de Karen, la persona con la que compartió una intensa juventud.
Lanzado a la fama como el psiquiatra Frasier Crane, primero en la serie Cheers, de 1984 a 1993, y sobre todo por Frasier, su exitoso spin-off (once temporadas en antena), Grammer ya había hablado en público sobre su dolor y la relación de todo ello con sus adicciones al alcohol y las drogas. A sus 70 años, sin embargo, ha decidido ir más lejos con Karen: a brother remembers ('Karen, un hermano recuerda'), demoledor testimonio en el que revela detalles íntimos sobre una pérdida que nunca consiguió superar y su proceso de sanación.
Karen era su hermana pequeña. Apenas se llevaban un año y medio. Sus padres se habían separado antes de su nacimiento, así que su madre se los llevó a vivir con sus abuelos a Nueva Jersey. El abuelo Gordon, héroe de guerra y un padre adoptivo para ellos, se llevó a la familia a Florida debido a su precaria salud. «Karen y yo estábamos eufóricos –rememora el ganador de tres Globos de Oro, dos por Frasier y otro por la serie Boss–. Y terminó siendo el lugar donde crecí». Lo hizo junto con Karen, descrita como «una persona enérgica y cariñosa que hacía que nuestra familia, poco efusiva, empezara a decirse 'te quiero'».
La muerte del abuelo, veterano de la Segunda Guerra Mundial y un héroe para Kelsey, fue un durísimo golpe. Devastación multiplicada al saber que su padre, residente en las Islas Vírgenes de Estados Unidos, donde había nacido Kelsey, y la gran ausencia de su infancia, había sido asesinado. El 24 de abril de 1968, un activista contra los blancos quemó el coche de Frank Grammer para hacerlo salir de su casa y dispararle dos veces. Pese a la distancia, el impacto en sus hijos fue devastador. «Karen y yo fuimos un refugio el uno para el otro», escribe.
Tras acabar el instituto en Fort Lauderdale (Florida), Grammer se mudó a Nueva York para estudiar artes escénicas en la prestigiosa Juilliard School. Dos años más tarde, Karen también se graduó y pasó un semestre en una universidad de Georgia hasta que se mudó a Colorado Springs, la idílica localidad en las Montañas Rocosas donde acabaría sus días.
Los hermanos hablaron por teléfono el 1 de julio de 1975. Planeaban reencontrarse el 4 y celebrar en familia el Día de la Independencia y el cumpleaños de Karen, el 15. Kelsey volvió a llamarla al día siguiente, pero no consiguió localizarla. Preocupado, contactó con la Policía de Colorado Springs. «Hemos hallado el cuerpo de una chica en un parking para caravanas cuya identidad ignoramos», le informaron. El cadáver, 42 veces agujereado, estaba a los pies de las escaleras de una de ellas, como si hubiese intentado llamar a la puerta.
Grammer tomó el primer avión. El detective que lo recogió en el aeropuerto lo llevó directamente a la morgue y, al preguntarle si la víctima había sido violada, respondió: «No». Kelsey solo supo que era mentira al leer, más tarde, un reportaje sobre el crimen en el National Enquirer. «He pensado en ello –reflexiona–. Creo que vio en mí a un jovencito de 20 años a punto de identificar a su hermana muerta y, simplemente, pensó: '¿De verdad necesita saber eso?'. Creo que intentaba ser compasivo».
Policía y Fiscalía mantuvieron esa actitud protectora durante toda la investigación. Grammer ni siquiera asistió al juicio a los asesinos. «Me dijeron que no había necesidad; que solo me haría revivir el asesinato». Resultado: nunca supo bien lo que sucedió aquella noche de julio.
Durante casi 50 años creyó que Karen había estado a punto de escapar de sus captores o que un desconocido había intentado ayudarla. Nada de eso era cierto, aunque no descubrió toda la verdad hasta hace poco, cuando se decidió a escribir su libro.
La idea surgió tras recibir un 'mensaje' de su hermana, hace unos tres años, a través de una médium inglesa llamada Esther, un tipo de comunicación en el que Grammer cree. «Me dijo: 'Karen quiere que cuentes su historia'. Me puse a ello, pero al cabo de 20 páginas anotando cosas pensé: 'Será mejor que escriba un libro'». Mientras lo hacía, escuchó una voz en su cabeza. «Pudo haber sido la mía, pero sentí que Karen me hablaba». Y añade: «Escribir me ha traído alegría, me ha permitido ver de nuevo la sonrisa de Karen a través de mis recuerdos».
El primer paso en su proceso literario fue hablar con amigos y personas que la conocieron. El segundo, llamar a Jim Bentley, el fiscal que preparó la acusación contra los asesinos de Karen. En 2006, Bentley lo había llamado para contarle que, tras 30 años, Freddie Glenn, condenado por las 42 puñaladas, podía solicitar la condicional. Desde entonces lo ha hecho tres veces más –denegadas–, lo que, según la ley de Colorado, obliga a llamar a Grammer para que, en persona, por escrito o grabado, dé su parecer... y revivir la pesadilla.
Esta vez, sin embargo, le vino de perlas para reconstruir la historia de Karen. Esta vez fue él quien buscó al fiscal y, en un esfuerzo por liberarse de fantasmas, le hizo una petición: «Quiero leer el informe policial». Bentley se lo envió..., con una nota: «Quiero advertirle sobre su contenido. Considere pedir a alguien de confianza que se lo resuma antes de leerlo usted». No le hizo caso; debía enfrentarse a la verdad.
Larry Dunn, Michael Corbett, Freddie Glenn y Eric McLeod eran cuatro jóvenes que se habían conocido en Fort Carson, una base militar a 13 kilómetros de Colorado Springs. Los dos primeros habían servido en Vietnam; Glenn y McLeod trabajaban allí como personal civil. Su primera víctima fue un cocinero al que asaltaron tras combinar alcohol, hierba y LSD; solo llevaba 50 céntimos, pero, para evitar que los delatara, Dunn le pegó un tiro en la cabeza. Ocho días después quedaron con un soldado para venderle marihuana; al encontrarse con él, Corbett decidió «probar qué se siente al clavarle una bayoneta a alguien». Karen Grammer sería, días después, la última víctima del grupo.
El plan era atracar el Red Lobster, el restaurante donde Karen trabajaba. Ese día libraba, pero esperaba a que su novio terminara su turno. Al salir, les vio la cara y, a punta de pistola, la metieron en su coche, la maniataron y, tras una parada en un Kwik-Way y en un 7-Eleven, donde robaron 60 dólares y algo de bisutería, fueron al apartamento de McLeod. Cada uno la violó durante media hora mientras ella suplicaba por su vida. Culminada la humillación, se dirigieron a un callejón, cerca del parking de caravanas, donde Glenn le asestó 42 puñaladas. El informe especificaba que, antes de acribillarla, este le dijo: «Echa la cabeza hacia atrás».
Tras el crimen, el grupo se separó. Corbett mató a otros dos hombres antes de ser arrestado, pero nadie lo relacionó con Karen. Y, entonces, Larry Dunn fue detenido en Nueva Orleans por otro delito. Durante el interrogatorio, sin embargo, soltó la bomba: «Sé lo que le pasó a la chica de Colorado». Confesó a cambio de inmunidad.
El actor leyó en el informe la confesión completa de Dunn detallando lo sucedido: «Fue algo nuevo para mí. Era lo esencial, lo que nunca había tenido». Entre otras cosas, declaró que oyó a 'la chica' gritar en voz baja –«como si tuviera un hueso clavado en la garganta»– antes de que Glenn la apuñalara. En el juicio, este y Corbett acusaron a Dunn de los asesinatos, pero prevaleció la versión de este último y fueron condenados a varias cadenas perpetuas. McLeod, por su parte, se declaró culpable de violación y robo a mano armada, por lo que obtuvo una pena de 20 años. Hoy, solo Glenn sigue vivo.
Cuando Karen fue asesinada, Kelsey acababa de ser expulsado de Juilliard. «Durante un tiempo estuve completamente perdido», confiesa. Trabajaba en diversos empleos y deambulaba de noche por Manhattan, buscando pelea en lugares oscuros. «Sentí que estaba a punto de un final violento, así que fui en su busca», escribe. No lo encontró y, siete meses después, reunió fuerzas para volver a hacer audiciones y fue reclutado por una compañía teatral, donde empezó su carrera antes de que, en 1984, Cheers lo lanzara a la fama.
En su libro, Grammer relata un periodo, posterior al despegue de Frasier, de exceso de alcohol y drogas y un desordenado comportamiento sexual. En los ochenta y los noventa fue detenido en varias ocasiones por posesión de drogas y «conducta sexual inapropiada». La droga, de hecho, acabó con sus tres primeros matrimonios.
El segundo fue con una stripper, Leigh-Anne Csuhany, quien trató de suicidarse en 1993, lo que le hizo perder al niño que ambos esperaban. Grammer superó esa fase a base de terapia. «Necesitaba una pausa en mi vida. Dejé de beber durante cinco años y nunca volví a abusar de las drogas». Sin embargo, tampoco ahí acabaron las desgracias. Casado desde 2011 con su cuarta esposa, Kayte Walsh, Grammer sufrió un último golpe: embarazad0s de mellizos, uno de los bebés falleció en el parto.
Un viejo dicho repetido a menudo por los republicanos en EE.UU. dice que los liberales dejan de serlo al ser víctimas de un crimen. Seguidor de Trump, Grammer asegura haber sido republicano y creyente toda su vida. De hecho, cada vez que el hombre que apuñaló 42 veces a su hermana solicitaba la libertad condicional el actor se planteaba perdonarlo –«sé que Dios nos perdona. Todos estamos perdonados. Incluso Freddie Glenn»– hasta que la lectura del informe policial le hizo cambiar de opinión.
Bucear en la historia de su hermana empujó a Grammer a un momento decisivo en su proceso de sanación. Acompañado de Kayte visitó el aparcamiento donde Karen fue secuestrada y el lugar donde fue asesinada. «Fui para estar con ella –explica–. Al escribir este libro descubrí que tenía que ir allí y hacer lo que nunca había podido hacer: abrazarla mientras moría».