El experimento es sencillo… una vez que al paciente le han insertado los electrodos en el cerebro, claro. El implante requiere una considerable pericia del cirujano y también un alto grado de desesperación del paciente. Es el caso de los enfermos que sufren severas crisis de epilepsia y a quienes los medicamentos ya no les surten efecto. Su angustia los lleva a someterse a una intervención que, mediante la extracción de una parte de la masa encefálica, acabe con sus convulsiones y su sufrimiento. Para poder determinar con precisión qué región se debe extirpar, previamente se les implantan electrodos que registren su actividad mental durante las crisis epilépticas.
Y ahí entra el experimento. Puesto que los electrodos ya están dentro del cerebro, los científicos aprovechan para investigar cómo funcionan nuestras neuronas y qué hace que se activen. El neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga hacía su posgrado en el Instituto Tecnológico de California (Caltech) cuando comenzó a registrar la actividad de las neuronas de varios de estos pacientes monitorizados.
El objetivo, como cuenta en su magnífico libro Cosas que nunca creeríais (ed. Debate), era averiguar si alguna neurona del hipocampo respondía a un estímulo específico. Empezaron mostrando a los pacientes fotos de personajes famosos. Y resultó que una neurona –la 2, del canal 53– respondía siempre al mismo estímulo: Jennifer Aniston. No respondía a fotos de otros famosos ni ante otras actrices populares. Solo respondía a fotos de la protagonista de Friends y no importaba qué foto de la intérprete fuera; si era ella, la neurona entraba en acción. Conclusión: la neurona responde a la persona, al concepto, y no a detalles específicos de las fotos.
'Minority report'
Quian Quiroga utiliza los clásicos de la ciencia ficción como base para hablar de la gran revolución de la neurociencia. Estas son algunas de las cuestiones que planteó el cine.
El neurólogo Benjamin Libet echó por tierra el concepto de libre albedrío en 1983 al demostrar que la activación cerebral precedía en 300 milisegundos al momento de la elección consciente. Este hallazgo y numerosos experimentos con estimulación transcraneal magnética demostraron que la aparente libertad de tomar decisiones es, en realidad, inconsciente y puede ser manipulada alterando la activación de las neuronas (por ejemplo, se... Leer más
El mismo fenómeno sucedía con otras neuronas distintas ante otros estímulos: una respondía solo ante fotos de Halle Berry; otra, ante Julia Roberts; una tercera, con Luke Skywalker… y se activaban con solo enunciar el nombre de ese famoso.
Estas neuronas 'de concepto', que nos permiten abstraer, quedarnos con lo esencial y descartar el resto, son determinantes para generalizar y hacer analogías. «Una maleta se usa para transportar ropa, pero también puede utilizarse para subirse a ella y cambiar una bombilla. Estas neuronas nos permiten desarrollar el sentido común y tener infinidad de maneras posibles de encarar y resolver problemas», ejemplifica Quian Quiroga.
Y estas neuronas no se han hallado en otros animales, ni en los grandes primates, a pesar de que su estructura cerebral es muy parecida a la nuestra. Porque aquí entraría otro factor humano: Quiroga especula con que el desarrollo del lenguaje y estas neuronas de concepto están vinculados. El lenguaje no solo nos permite comunicarnos y transmitir conocimiento, también refuerza la capacidad de formar conceptos. Las palabras son abstracciones de la realidad. En expresión de Jorge Luis Borges, todo un referente 'científico' para Quiroga por su excepcional intuición: «El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esta enigmática abundancia del mundo».
'Blade Runner'
Quian Quiroga cree que estamos lejos de una IA que supere a la inteligencia humana, pero confiesa su curiosidad por ver si lograremos que la IA ‘despierte’, sea consciente de su propia existencia. No lo descarta, pero nos da mucha ventaja: «Nosotros somos el resultado de millones de años de evolución». Los humanos no solo almacenamos información, la construimos. «Y ese proceso de construcción,... Leer más
El escritor argentino lo describía así: «Los sustantivos se los inventamos a la realidad. Palpamos un redondel, vemos un montoncito de luz color de madrugada, un cosquilleo nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogéneas son una sola y que se llama naranja. Todo sustantivo es una abreviatura». Sin ellos, defendía Borges, no habría ciencia. Ni siquiera habría pensamiento.
La memoria es otra de las habilidades humanas vinculada a las neuronas de concepto: gracias a ellas podemos fijar los recuerdos. Pero la cuestión que resulta más intrigante –y, a la vez, más sugerente– es por qué los humanos recordamos tan poco. Sobre todo si lo comparamos con un ordenador.
La respuesta, resume Quian Quiroga, es que el cerebro no busca hacer una reproducción detallada de la realidad, sino que concentra sus recursos en tratar de comprenderla. «Nosotros entendemos lo que pasa, la computadora no».
'Inception'
Manipular los sueños de otra persona, como en Inception, de Christopher Nolan, sigue siendo ficción, pero ¿es posible implantar un falso recuerdo? Sí, se puede. La psicóloga Elizabeth Loftus demostró cómo la reconsolidación de la memoria —el proceso por el que cada vez que rememoramos algo lo alteramos— tiende a crear falsos recuerdos. Y usando ciertas técnicas se puede hacer creer a alguien que... Leer más
Es más, si lo recordáramos todo, viviríamos una pesadilla. En Funes el memorioso, Borges describe las desventuras de un hombre que tras recibir un golpe en la cabeza adquiere la capacidad de recordar absolutamente todo. «No solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que lo había percibido o imaginado». Funes termina sus días postrado en la oscuridad de su habitación, abarrotado de detalles irrelevantes. Borges concluye que Funes no era capaz de pensar, pues «pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer».
La ciencia ha venido a ratificar a Borges. El cerebro almacena poca información porque utiliza la mayoría de sus recursos en tratar de entender.
Lo curioso es que a los ordenadores les exigimos que almacenen y procesen la información de forma exacta, con precisión. No queremos que la 'construyan' y potencialmente se equivoquen, como nos sucede a nosotros cuando, por ejemplo, experimentamos ilusiones visuales o falsas memorias. De hecho, cuando eso ocurre en las máquinas, lo consideramos errores, lo llamamos 'alucinaciones' y nos burlamos de su escasa eficacia. Pero ¿qué pasaría si a las máquinas les permitiésemos alucinar?
'Hasta el fin del mundo'
Leer la mente, como en la película de Wim Wenders Hasta el fin del mundo, ya no es ficción. Se hace midiendo la actividad cerebral con resonancia magnética por imágenes. «Si yo registro neuronas que responden a cosas distintas y le pido al paciente que piense en una de esas cosas (por ejemplo, en Jennifer Aniston), puedo predecir, al ver su actividad neuronal, en... Leer más
Y aquí hay un matiz que el científico Geoffrey Hinton, padre de la inteligencia artificial generativa, insiste en señalar: en puridad, lo que hacen las máquinas entrenadas con la IA que simula redes neuronales no es alucinar, sino confabular. Es decir, 'fabulan' a partir de contenido del que disponen para 'satisfacer' nuestra demanda. ¿Hay algo más humano?
Hinton comenzó a trabajar en la IA partiendo de una idea: la mente no es más que la actividad de sus neuronas; así que, si reemplazamos las neuronas por chips, los organizamos en circuitos complejos y los gestionamos mediante algoritmos, podremos replicar las funciones del cerebro. Todas. El hecho de que la actividad neuronal esté basada en circuitos de carbono (materia orgánica) o de silicio (el material inerte de los chips de los ordenadores) no debería cambiar nada. Es solo una cuestión de tecnología, aunque no menor, ya que el cerebro está constituido por cien mil millones de neuronas y aproximadamente mil billones de conexiones entre ellas. Todo el Internet del planeta no tiene ni una centésima parte de esas conexiones.
Pero el gran dilema que plantea este materialismo –la mente no es más que la actividad de neuronas– que defienden tanto la neurociencia como la inteligencia artificial, es el llamado 'problema difícil', todavía lejos de resolverse: entender cómo la actividad de las neuronas puede generar ese gran misterio que es la conciencia.
Quiroga apunta una respuesta. Cree que las neuronas de concepto están involucradas: esas neuronas no reaccionan ante una imagen de Jennifer Aniston, ante un impacto visual, sino que solo se activan si la reconocen, si son 'conscientes' de haberla visto. Pero no es lo mismo ser consciente de haber visto a alguien que tener consciencia de uno mismo.
Gran parte del problema es definir la conciencia. El neurocientífico David Eagleman la compara con el CEO de una gran empresa: es la que tiene una visión global de todo lo que sucede en el cerebro y hace que un trillón de neuronas actúe como una unidad, como un todo. Es nuestra mayor ventaja evolutiva. Pero ¿dónde está? ¿cómo se genera?
Son muchos los científicos que dedican sus esfuerzos a la 'búsqueda de la conciencia'. Y no solo neurocientíficos. Uno de los más relevantes es el matemático Roger Penrose, que aplica la mecánica cuántica a la investigación del cerebro y especula con el papel de los microtúbulos neuronales (unas estructuras celulares) en la gestación de la conciencia. Otras investigaciones más experimentales se adentran en los efectos de la anestesia sobre la conciencia. Cuando nos anestesian, dejamos de ser conscientes no solo de lo que nos rodea, sino incluso de nosotros mismos. Los anestésicos actúan como 'interruptores' de la conciencia.
Pero una pregunta 'básica' para todos ellos es: ¿por qué genera el cerebro la conciencia? ¿Existe alguna ventaja evolutiva en el hecho de tener conciencia de nosotros mismos?
Si hay algo demostrado es que todo lo que desarrollan los seres vivos, desde la inteligencia al sexo, está orientado a la supervivencia de la especie. «La conciencia del yo, preguntarnos por nosotros mismos y por nuestro futuro, nos lleva a enfrentarnos a la muerte; y el miedo a la muerte nos lleva a apegarnos a la vida», explica Quian Quiroga.
Y eso es lo que –de momento– nos separa de las máquinas: el miedo a la muerte. «Porque, para ser conscientes de nuestra finitud, debemos experimentar la sensación de ser persona». Esa sensación, cree la mayoría de los científicos, está en algún lugar de nuestro cerebro, o deriva de la conexión de varias partes del cerebro, aunque no lo hayan localizado todavía. Pero si de algo son conscientes todos los científicos es de que la investigación neurocientífica –respecto, por ejemplo, a la de la física– se encuentra en el Renacimiento. Esto no ha hecho más que empezar.