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Este muerto está muy vivo

Tradiciones ancestrales

Este muerto está muy vivo

Homenaje a la familia. Dos torayanos trasladan a sus familiares momificados como parte de la celebración del Ma'Nene. Cada tres años los desentierran, adecentan las tumbas y los visten con nuevas ropas. Agung Parameswara

En la isla indonesia de Sulawesi los muertos, en realidad, nunca mueren. Siguen presentes entre los vivos, hasta el punto de que estos pueden tardar años en enterrarlos. Después, cada cierto tiempo los sacan de sus tumbas para que vuelvan a estar con los suyos. Una asombrosa tradición que estos indonesios viven con total naturalidad.

Viernes, 02 de Agosto 2024, 14:46h

Tiempo de lectura: 4 min

En Tana Toraja no es raro que alguien te invite a visitar a su abuelo. El gesto, más allá de su insólita familiaridad, no resulta chocante para un occidental. Lo sorprendente es descubrir, cuando se llega al lugar de la cita, que el abuelo en cuestión está muerto.

Y no es que acabe de morir. Puede llevar años fallecido. Pero ahí sigue, en su casa, sentado a la mesa, frente a una taza de té, esperando a que la familia tenga suficiente dinero para celebrar los fastos que acompañan al enterramiento.

Muchas familias mantienen el cuerpo momificado en casa durante meses hasta que pueden costear los funerales

En Tana Toraja viven 300.000 personas, que practican su propia religión –el aluk tadolo– y, aunque la mayoría se ha convertido al cristianismo, siguen obsesionadas con la muerte y la celebran de forma única.

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Obsesión con la muerte. Los torayanos son tímidos, amables y hospitalarios, pero viven obsesionados con la muerte, que celebran en largos fastos funerarios.

Para ellos, los muertos no dejan nunca de estar presentes. No solo los mantienen en casa hasta que pueden recibir un funeral adecuado, sino que, una vez enterrados, los cadáveres vuelven a 'ver' a sus familiares cada tres años. En agosto, después de la cosecha y antes de la siembra, en numerosas aldeas de Toraja tiene lugar un ritual llamado Ma'Nene –o «limpieza de cadáveres»–, en el que las familias exhuman los cuerpos de sus muertos para limpiarlos, vestirlos con ropas nuevas y reparar sus ataúdes.

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Como nuevos. Los cadáveres son embalsamados y enterrados en elaborados ataúdes; la mayoría, con forma de animal. Si se deterioran, los reemplazan, al igual que las ropas del muerto.

De cuerpo presente

Para los torayanos, la vida gira en torno a la muerte. Así que un funeral es en realidad una gran celebración de la existencia; una fiesta de despedida en la que participan todos los parientes del fallecido y habitantes de la aldea. El convite se festeja por todo lo alto y resulta caro, muy caro. Y no todos pueden organizarlo en el momento en el que el ser querido fallece. Así que, si no hay dinero para fiestas, al difunto se lo embalsama y 'convive' con la familia en la casa. Los parientes le sirven comida y agua tres veces al día y le cuentan con naturalidad los acontecimientos y cotilleos de la aldea. Hasta que los funerales no comienzan, no se considera que el finado está realmente muerto, sino 'gravemente enfermo'.

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Enterramiento en las rocasLos cadáveres se introducen en farallones rocosos. En el exterior se suele colocar un tau tau, una talla de madera que representa al difunto.

A las familias no les incomoda la presencia del cadáver y ni siquiera el olor que despide, pese al proceso de embalsamado. Mientras la familia ahorra para las costosas honras funerarias que le permitirán reunirse con los dioses, una bandera blanca hace saber que en la casa vive un muerto.

Cuando se ha ahorrado lo suficiente y comienzan los fastos funerarios, estos pueden durar hasta una semana. Obviamente el convite variará según el nivel social y económico de la familia. Un funeral pequeño contará con unas 200 personas, pero los de familias importantes concitan a miles. Llegan de todas partes del país. Hasta tal punto que se construyen alojamientos temporales de bambú para la ocasión, que luego se desmontarán.

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Ari con su hermano. Ari Titus, de 37 años, sostiene el cadáver de su hermano, Jefri, muerto cuando era un bebé. Los muertos están siempre tan presentes que a los vivos no les impresionan los cadáveres.

Para hacer honor al difunto y que este pueda iniciar su viaje , se sacrifican animales. Pueden ser búfalos o cerdos. Si la familia es de clase alta, matarán 24 búfalos. Los de clase inferior se conforman con uno o incluso con solo un cerdo. Un búfalo puede costar unos 3000 euros. Un cerdo, en cambio, 150.

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Combatir el olor. Pese a la momificación, el hedor de los cuerpos al ser desenterrados es tremendo. Algunos familiares llevan mascarillas.

Los animales se cocinan para dar de comer a los invitados. El funeral se convierte en un festín que se riega con cuantioso vino de palma. Únicamente los más allegados deben conservar la compostura, visten de negro y comen arroz. Y solo ellos acuden luego al entierro del difunto en una roca o en un panteón familiar.

La leyenda del cazador

El ritual del Ma'Nene se remonta a la leyenda del cazador Pong Rumasek. Cuentan que el trampero un día se adentró en las montañas y tropezó con un cadáver en malas condiciones. Decidió llevarlo a su pueblo, vestirlo con ropas nuevas y enterrarlo en un lugar seguro. Desde entonces, Pong gozó de la bendición divina. El espíritu del muerto le orientaba en la selva cuando iba de caza y sus cultivos eran los más prósperos. Moraleja: hay que honrar a los fallecidos.

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Varios toroyanos posan orgullosos con los cadáveres de sus parientes vestidos para la celebración de cada mes de agosto.

Aunque los jóvenes torayanos hoy siguen la tradición, bromean sobre ella, especialmente por la ruina que pueden suponer los funerales: «Cuando estamos interesados en una chica, lo primero que hacemos es preguntarle si sus padres y abuelos todavía están vivos. Si viven, es mejor salir corriendo».


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