Volver
';
CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE STUTTHOF

La secretaria del terror y su huida de la justicia a los 96 años

alternative text

Se ha hecho famosa por darse a la fuga con 96 años, pero Irmgard F. es la protagonista de una historia de terror. Fue secretaria del campo de concentración de Stutthof y se la acusa de complicidad en la muerte de 11.412 personas. Al final, ha tenido que hacer frente a la Justicia.  

Por Nicholas Büchse

Domingo, 24 de Octubre 2021

Tiempo de lectura: 9 min

La portavoz del Tribunal tuvo que salir a dar explicaciones: «Por su edad y su frágil estado de salud, nadie contaba con que fuera a rehuir el juicio». El Tribunal había preparado una gran sala en una nave industrial. Más de 135 periodistas estaban acreditados. El pasado 30 de septiembre, los 11 abogados de la acusación particular estaban en la sala. El abogado defensor de Irmgard F. también ocupaba su puesto.

La sesión debería haber arrancado a las diez. Pero el asiento reservado a la acusada permanecía vacío. Esa misma mañana, la anciana de 96 años había salido de la residencia de ancianos donde vive, cerca de Hamburgo, y se había montado en un taxi. Con su huida, la acusación considera que ha demostrado estar en posesión de sus facultades físicas y mentales.

alternative text
Superviviente. Josef Salomonovic, de 83 años, es uno de los dos únicos superviviente hoy vivos de Stutthof y testigo contra la acusada. «Todavía sueño con los barracones». dice. |Cordon

La Fiscalía acusa a Irmgard F., en su condición de secretaria del campo de concentración de Stutthof, de complicidad en la muerte de 11.412 personas entre los años 1943 y 1945. También de colaborar en 18 tentativas de homicidio. La defensa argumenta que no sabía nada de los crímenes que se estaban cometiendo porque trabajaba dentro de una oficina.

El abogado de la acusación Christoph Rückel lleva años dirigiendo procesos contra las SS. Representa, entre otros, a Josef Salomonovic, de 83 años. Para este anciano, la huida «es una vergüenza». Va a testificar en el juicio, aunque hablar del campo le produce una enorme agitación y anda mal del corazón.

A los 16 años Irmgard F. entró a trabajar en el Dresdner Bank, el banco utilizado por las SS. Los historiadores consideran probable que ya entonces se encargara de asuntos relacionados con el campo de Stutthof

«Lo único que puedo contar al Tribunal es mi historia. Puedo contar el frío que hacía en el patio a la hora del recuento. Si el abogado de la mujer me pregunta cuánto tiempo teníamos que pasarnos allí de pie, le podría decir que no era raro que nos pasáramos allí el día entero. Hacía frío. Tenía hambre. Hacía viento. Eso puedo contar. Pero ¿qué puedo decirles de esa mujer? ¿Que si la vi? La oficina donde ella trabajaba estaba a 180 metros del patio. No lo sé. Pero tampoco vi a la gente colgada del cuello. Y colgaron a gente. '¿Y usted cómo lo sabe?', me preguntará el abogado. Y yo le diré: 'Porque mi madre sí lo vio'. '¿Y por qué no lo vio usted?', insistirá. 'Porque era un niño', le diré. 'Porque estaba encogido entre las piernas de mi madre. Porque delante de mí había otras cinco hileras de mujeres de pie'. Eso es lo que puedo declarar». Josef Salomonovic tenía 6 años cuando llegó a Stutthof; Irmgard F., 18.

La futura secretaria del campo había nacido en 1925 en un pueblecito al sudeste de Danzig. A los 16 años entró a trabajar como estenotipista en el Dresdner Bank. Los historiadores consideran probable que ya en ese puesto –el Dresdner Bank era el banco utilizado por las SS– se encargara de asuntos relacionados con el campo de Stutthof. Se casó con un sargento de las SS que también era músico en la banda del campo. En 1943 empezó a trabajar como secretaria del comandante del campo de Stutthof, Paul-Werner Hoppe.

alternative text
El jefe de la Irmgard F. Paul-Werner Hoppe —el comandante del campo de concentración de Stutthof y jefe directo de Irmgard F.— dialoga, sentado en el banquillo de los acusados, con su abogado defensor durante el juicio sobre los crímenes perpetrados bajo sus órdenes, realizado en noviembre de 1955 en Bochum, Alemania. Fue condenado como cómplice de asesinato. En junio de 1957, el mismo tribunal volvió a condenarlo a nueve años y fue puesto en libertad en 1966. Murió en 1974, a los 64 años. |Ullstein Bild / Getty Images

Josef Salomonovic, por su parte, vino al mundo en 1938, pocos meses antes de que en una tenebrosa noche ardieran casi todas las sinagogas del Reich. Sin embargo, sus primeros recuerdos no son sombríos. Creció en lo que hoy es la República Checa. Dora, su madre, había estudiado en la escuela de comercio y su padre, Erich, era ingeniero. Tenía un hermano dos años mayor que él, Michael. Josef tenía 3 años cuando su madre le dijo que se iban todos de excursión a Polonia. En realidad, la familia había recibido la orden de las autoridades de ocupación alemanas de dirigirse a Praga.

Salomonovic lleva años investigando su infancia robada. El 3 de noviembre de 1941, a 1000 personas procedentes de Praga se las envió al gueto de Lodz. «De esas 1000, solo 46 sobrevivieron al Holocausto. Y, de esas 46, hoy solo viven 2; una de ellas, yo».

En el gueto aprendió lo que era el hambre. A los pocos meses se le cayeron los dientes de leche y no le salieron los nuevos. A veces, los alemanes amontonaban a los niños dentro de camiones, luego arrancaban el motor y desviaban los gases del escape hacia el interior. Un día llegaron a su casa buscando niños, pero su madre lo escondió en el desván.

'De las mil personas que nos llevaron al gueto de Lodz, solo 46 sobrevivieron al Holocausto. Y, de esas 46, hoy solo viven 2; una de ellas, yo', cuenta Salomonovic

Del gueto se los llevaron a Auschwitz. Los separaron y luego fue incapaz de reconocer a su madre entre la multitud de mujeres demacradas, desnudas y rapadas. Solo la reconoció cuando salió de la fila, se arrodilló delante de él y le ató los cordones de los zapatos. Era el verano de 1944. A las tres semanas volvieron a meter a los cuatro miembros de la familia en un vagón y los llevaron a Stutthof. «Para mi madre fue el peor campo de todos», dice Salomonovic.

No se arrepiente

Para Irmgard F., Stutthof fue un excelente lugar de trabajo. Como empleada civil de las SS ganaba un buen sueldo. Por la mañana cruzaba la puerta del campo y se dirigía a su oficina en el edificio de la Comandancia rodeando un estanque con cisnes. Su escritorio estaba en el primer piso, junto al del comandante. Ella era su persona de confianza. Y, según la Fiscalía, contribuyó a que la maquinaria asesina del campo funcionara. En una declaración prestada en los años cincuenta contó que toda la correspondencia de las SS y del campo pasaba por ella. En sus palabras se apreciaba orgullo, no arrepentimiento.

Irmgard contó que toda la correspondencia de las SS pasaba por ella. Lo dijo con orgullo. También tramitaba las órdenes de ejecución

Como se desprende de ese mismo testimonio, también tramitaba las órdenes de ejecución. Además, el comandante le dictaba las cartas relacionadas con el transporte a los campos de exterminio, como este radiograma de 1944: «573 prisioneros judíos (jóvenes, madres con niños y personas de utilidad limitada), así como 8 madres con 8 niños (arios) y 9 mujeres embarazadas (arias), transferidos al campo de Auschwitz». El citado transporte llegó a Auschwitz ese mismo día. A dos jóvenes se los consideró aptos para el trabajo, las 596 personas restantes fueron asesinadas en las cámaras de gas del contiguo campo de Birkenau. Irmgard F. dijo más tarde que no sabía nada de aquello.

alternative text
Trabajo de oficina. Las oficinas del campo de Stutthof donde trabajaba Irmgard F. Para ella era un buen trabajo, bien pagado y reconocido. Su marido también trabajaba allí. Era un sargento de las SS que también era músico en la banda del campo.

Durante su encierro en Stutthof, la familia de Josef Salomonovic permaneció separada por un alambre de espino. Su padre y su hermano Michael fueron llevados al campo de hombres, Josef se quedó con su madre en el de mujeres. «Todavía se me aparecen en sueños los barracones», dice Salomonovic. En el cuarto de las guardias había un inodoro, su madre se arrastraba hasta allí con él por la noche para coger agua de la cisterna porque los SS no les daban de beber. También recuerda el espacio en el que cientos de prisioneros se echaban a dormir. Tan apretados estaban que no había sitio para Josef, quien acababa haciéndose un ovillo sobre la tripa de su madre.

Los obligaban a ponerse con la espalda contra la pared y les decían que iban a medirlos. Detrás de la pared, otro hombre de las SS les disparaba una bala en la nuca

Un día, un prisionero le dio la triste noticia a su madre a través del alambre de espino: su marido estaba en manos de los enfermeros nazis y, cuando preguntaron durante el recuento si alguien quería una inyección de vitaminas, levantó la mano. Los médicos se lo llevaron y lo mataron inyectándole benceno en el corazón. La madre de Josef hizo acopio de valor y suplicó a una de las guardias que dejara a su hijo Michael pasar al campo de las mujeres. Para su sorpresa, el niño apareció poco más tarde en su barracón, mudo y temblando.

Tenía la conciencia limpia

Que tenía la conciencia limpia, eso declaró Irmgard F. cuando en 2017 registraron su habitación en la residencia de ancianos. El comandante le dictaba pedidos de suministros de jardinería, no recordaba más. De asesinatos, ella no sabía nada.

Danuta Drywa es historiadora en el archivo del campo de Stutthof, pero dice que no puede contarnos nada de la señora F. porque no se han conservado los registros del personal. Pero sí puede contar otras cosas. Cosas sobre lo que ocurrió. Y sobre aquello de lo que una secretaria necesariamente tuvo que estar al tanto.

La única foto que se tiene de ella.
La única foto que se tiene de ella. Esta es la única imagen conocida hasta hoy de Irmgard F.. El tribunal que la juzga no facilita fotografías y los acusados de estos crímenes suelen ocultar su rostro en los juicios.

En Stutthof murieron asesinadas 65.000 personas, cuenta Drywa. Para 1944, el campo estaba saturado y se convirtió en uno de los escenarios del genocidio. Hombres de las SS se vestían con batas de médico, llevaban a los prisioneros al lado del crematorio, los obligaban a ponerse con la espalda contra la pared y les decían que iban a medirlos. Detrás de la pared, otro hombre de las SS les disparaba una bala en la nuca.

A los prisioneros que ya no estaban en condiciones de trabajar les inyectaban benceno. A otros los llevaban a la cámara de gas en tandas de 25 o 30. Desde fuera se oían sus gritos de agonía. Más tarde empezaron a usar otro sistema: liberar gas en el interior de un vagón de mercancías, procedimiento que provocaba aún más padecimientos. Miles más murieron del tifus y de los trabajos forzados, también del hambre. «Un testigo cuenta que una vez una mujer, en el revuelo del reparto de comida, se cayó dentro de una tina de sopa. La multitud la sacó y se abalanzó sobre ella con sus cucharas para rebañar algo de sopa de su cuerpo moribundo –dice Drywa–. Otro testigo describe el llanto de las madres a las que les arrebataban a sus hijos y los llevaban a Auschwitz para que los mataran».

¿Es posible que una secretaria como Irmgard F. pudiera trabajar aquí sin enterarse de nada? «Hasta los habitantes del pueblo vecino contaban que en el aire flotaba el olor a carne humana quemada –explica la historiadora–. Una empleada civil del campo declaró más tarde que todos los que trabajaban aquí sabían de la existencia de las cámaras de gas».

Preguntaron si alguien quería vitaminas; el padre de Josef levantó la mano. Los médicos lo mataron inyectándole benceno en el corazón

Josef Salomonovic, su madre y su hermano sobrevivieron al Holocausto. Tras la guerra, Irmgard F. vivió 76 años sin que la Justicia alemana la molestara. Tuvo que declarar varias veces, pero siempre como testigo. Su antiguo jefe siguió visitándola. La Justicia fue muy indulgente con él, igual que con otros criminales nazis. En 1955 fue condenado por complicidad en asesinato, pasó cinco años en la cárcel y quedó en libertad.

Colaborar con el crimen organizado

Pero la jurisprudencia ya no es la misma. Desde la sentencia contra el guardia de las SS John Demjanjuk en el año 2011, se considera que todo aquel que colaborara con un sistema organizado de asesinato es culpable, aunque no se le pueda atribuir ningún crimen concreto. Ese veredicto muestra que sin la tan cacareada minuciosidad de la Administración alemana el Holocausto no hubiera sido posible.

Irmgard F. fue arrestada el mismo día de su fuga. El Tribunal fijó el 19 de octubre como nueva fecha para el comienzo del juicio. Ahora por fin está teniendo que enfrentarse a su pasado.


© STERN

MÁS DE XLSEMANAL