
Martes, 23 de Julio 2024, 08:19h
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Cuando llueve en San Petersburgo, el Hermitage 'llora'. En 1941 Alemania invadió la Unión Soviética. Leningrado (nombre dado a San Petersburgo durante el régimen comunista) fue sitiado por las tropas nazis. El museo se había preparado para la evacuación. Dos trenes con piezas artísticas embaladas se enviaron a los montes Urales. Un tercer tren no tuvo tiempo de salir. Los objetos que contenía fueron devueltos al Hermitage y se guardaron en sótanos reforzados.
Un equipo de bomberos luchaba contra los incendios provocados por los bombardeos. A los soldados del frente se los llevaba a recorrer las salas vacías y les contaban historias sobre los cuadros que habían ocupado las paredes. «Por las noches se daban clases unos a otros para no perder ese preciado conocimiento. El Hermitage sobrevivió. Hoy, cuando hace mal tiempo, los primeros en 'llorar' son los lugares que sufrieron los impactos de sus proyectiles. El museo recuerda sus heridas», comenta Mikhail Piotrovsky, director del Museo Hermitage.
El Hermitage es un conjunto imponente de edificios palaciegos a orillas del Neva; entre ellos, el Palacio de Invierno, la residencia de los zares. Es un museo enciclopédico, descomunal. Sus colecciones abarcan el Egipto de los faraones, las culturas siberianas, el mundo grecorromano y llegan hasta el arte renacentista y las vanguardias: tres millones piezas. Un visitante que le dedicara un minuto a cada obra, durante las 24 horas del día, necesitaría casi seis años para verlas todas.
La emperatriz vivía en un ala del palacio cuyas habitaciones estaban decoradas con motivos orientales. Jugaba a las cartas y sentía por las gemas una atracción casi enfermiza. «No escatimaba a la hora de comprar piedras preciosas, pero tampoco pagaba más de la cuenta. Era una mujer de negocios muy sagaz. El coleccionismo, para ella, fue una mezcla de pasión y alta política», subraya Piotrovsky.
Su historia comienza con Pedro I el Grande, aunque fue Catalina II —su sucesora— quien creó el museo. Pedro I fundó la ciudad de San Petersburgo. Reunió objetos de todo el mundo y compró el primero de la increíble colección de Rembrandt que atesora el Hermitage. Amaba la vida sencilla: comer, beber, bailar y pelearse.
Por contra, la emperatriz Catalina era un espíritu refinado. La zarina adquirió la primera gran colección de cuadros en 1764. Fue casi una victoria militar. El comerciante alemán Gotzkowsky compraba lienzos para Federico II, rey de Prusia. Empobrecido por sus campañas militares, este renunció a sus adquisiciones. Entretanto, Gotzkowsky, un oportunista nato, había acaparado grano para alimentar a las tropas rusas durante una larga guerra. Pero la contienda fue corta, el precio del cereal se desplomó y Gotzkowsky se arruinó. Ofreció pagar en especie con unos 200 cuadros que había comprado para el rey prusiano. Catalina aceptó.
Adquirió El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt –obra considerada como las Meninas de la pinacoteca rusa— y la mejor colección de pintura francesa: las de Pierre Crozat. Con ella llegaron seis cuadros con el mismo asunto mitológico: la historia de Dánae. «El de Rembrandt es uno de los cuadros más eróticos del arte universal. La sinceridad del gesto de Dánae hacia el amado la hacen muy hermosa, como solo puede serlo una mujer a la espera del amor».
En 1985, un perturbado roció el cuadro con ácido. «Parecía como si la pintura hubiese cobrado vida, las capas de barniz corrían como ríos». Los restauradores tardaron diez años en salvarlo.
Cuando Pablo I, un maniático del orden, accedió al trono en 1796, impulsó la primera clasificación sistemática de los fondos del Hermitage. Antes de llegar al trono había realizado un viaje de incógnito con su esposa por toda Europa. La pareja imperial visitó a pintores, talleres y coleccionistas, encargó muebles y porcelanas y compró dibujos y estampas. En Venecia consiguió una gran colección de modelos en terracota de escultores como Bernini. Murió asesinado.
Napoléon atacó Rusia durante el reinado de Alejandro I, cuyos cosacos vencieron al Ejercito francés y llegaron a París. Dicen que Alejandro vivió un romance con Josefina, la primera esposa de Napoleón. La visitaba con frecuencia en su château de Malmaison, que albergaba las maravillosas colecciones y los carísimos regalos que le había hecho el emperador francés, fruto de la rapiña durante sus campañas militares en Egipto, Alemania y España.
El zar pagó encantado una gran suma por esa colección. También por la del banquero británico William Coesvelt, afincado en Madrid, que incluía muchas obras de maestros españoles compradas a precio de saldo aprovechando el caos y el saqueo de las tropas napoleónicas. Juan de Juanes, Ribalta, Ribera, Murillo, el Greco, Velázquez, Zurbarán, Goya... Fue un 'robo a mano armada' perpetrado por mariscales y marchantes sin escrúpulos ante la pasividad de los gobernantes españoles, que ni siquiera se molestaron en reclamarlas —como hubiese sido lógico— en el Congreso de Viena de 1815. Una diáspora artística que proporciones gigantescas que acabó en los museos ingleses y en San Petersburgo.
El cruel Nicolás I vio como en 1837 un incendio destruía las estancias del Palacio de Invierno. «Los soldados salvaron los cuadros de la galería militar y lograron sacarlos a la plaza. Las entradas del Hermitage fueron tapiadas con ladrillos, y tanto los muros del museo como los del Palacio de Invierno se regaron constantemente con agua. De esta forma pudieron salvarse de las llamas las colecciones», cuenta Piotrovsky,
Catalina II fue quien creó el Hermitage. Gran parte de las obras iniciales se las compró al comerciante alemán Gotzkowsky. Librepensadora y erudita, Catalina se carteaba con Voltaire y Diderot. «Intentó crear una monarquía justa y no lo consiguió. Demasiados enemigos y motines», explica Piotrovsky, el actual director del Hermitage. En un principio, el museo ni siquiera se denominó así. Recibió el nombre de... Leer más
En esta época, además, las estancias del museo sirvieron de salas de interrogatorio para los insurgentes. El hijo de Nicolás I, Alejandro II, fue víctima de una bomba de los revolucionarios, pero antes pudo adquirir la Virgen con el Niño, de Rafael, una excepcional pintura sobre tabla. La madera se agrietaba y se combaba y los conservadores tuvieron que emplearse a fondo para frenar su deterioro.
El último zar fue Nicolás II. Adquirió un relicario de Fra Angelico y la asombrosa Madonna Benois en vísperas de la revolución bolchevique. Dice la layenda que el cuadro pertenecía a un músico ambulante que no sospechaba que había sido pintada por Leonardo da Vinci. En 1917, el emperador abdicó. El museo se cerró al público y se enviaron a Moscú varios trenes cargados con obras. «Se planteó la cuestión de la propiedad de las piezas artísticas. Nadie se había parado a pensar si pertenecían la familia imperial o al Gobierno soviético, que finalmente se atribuyó el poder absoluto de vender las colecciones».
El primer ministro Kerensky alojó en el Palacio de Invierno a brigadas de cadetes y estudiantes de las academias militares, que hicieron guardia día y noche junto a los conservadores y celadores para evitar saqueos. El Hermitage sobrevivió a la revolución y más tarde al avance de Hitler. Stalin se tomó la revancha y desvalijó los museos alemanes para «compensar y restituir» la destrucción del legado artístico ruso.
Una parte fue devuelta en los años 50, pero importantes colecciones de pintura impresionista y posimpresionista permanecieron bajo una custodia secreta y no fueron expuestas hasta los años 90. El Tribunal Constitucional ruso resolvió entonces conservar la mayor parte del fabuloso tesoro confiscado a los nazis.