Viernes, 27 de Junio 2025, 11:36h
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Escribió en sus diarios el filósofo Ludwig Wittgenstein que los actos deshonestos son irracionales, y por tanto resulta dudoso que acrediten la inteligencia de los que los cometen. Quienes toman el camino del fraude se creen más listos que el resto, o al menos tan listos como para encubrir sus acciones y escapar de la justicia. El ya enésimo caso de desenmascaramiento de unos defraudadores, esta vez emboscados en el corazón y la sala de máquinas del partido que gobierna el país, viene a probar hasta qué punto la corrupción, como bien razonan los lectores, se asocia a la mediocridad y a la estupidez. Gracias a los recursos con que la sociedad española cuenta para su autodefensa, los listos han quedado al desnudo. Y, con ellos, quien allí los puso y los confirmó.
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