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«Casi todos los grandes maestros ocultaron enigmas en sus cuadros»

Javier Sierra

Los secretos del arte

«Casi todos los grandes maestros ocultaron enigmas en sus cuadros»

El silencio literario crea lectores ansiosos. Pero la espera, para los más de siete millones que suma Javier Sierra con sus novelas, llega a su fin. 'El plan maestro', prolongación de uno de sus mayores 'best sellers', es un viaje por los orígenes, los mensajes y las supuestas intenciones ocultas del arte. Sirva como aperitivo esta reveladora entrevista.

Viernes, 21 de Febrero 2025, 11:14h

Tiempo de lectura: 11 min

A los 19 años, Javier Sierra tuvo una revelación. Natural de Teruel, llevaba un año en Madrid estudiando Periodismo y practicando su afición favorita: visitar el Museo del Prado por las tardes dedicándole tiempo a cada obra. Un día, ante La perla, de Rafael Sanzio, se le acercó un extraño. Le habló de símbolos y significados ocultos que había en esa pintura, de mensajes que, a simple vista, es difícil percibir. Tras sus explicaciones, el hombre desapareció. Sierra se quedó con ganas de más, pero nunca volvió a verlo por la pinacoteca. Sin saberlo, acababa de toparse con el germen de una de sus novelas más celebradas. No la escribió, sin embargo, hasta 23 años después. El maestro del Prado y las pinturas proféticas reflejaba la pasión de su autor por los códigos ocultos y los 'misterios del arte'. Bombazo editorial absoluto, concluía con una adivinanza que dejaba la puerta abierta a una continuación. Doce años después llega El plan maestro (26 de febrero, Editorial Planeta), una secuela que redobla la apuesta de su autor (hoy con nueve novelas y más de siete millones de ejemplares vendidos) por los rincones más misteriosos de los grandes maestros de la pintura.

«Los pintores eran la élite. Un color, una perspectiva, la colocación de una figura... así transmitían cosas que solo personas informadas podrían percibir»

Es, de algún modo, el libro para el que Sierra lleva preparándose desde la infancia, cuando empezó a escribir, con 8 años, sus primeros relatos, expresión de una precoz fascinación por lo oculto y lo desconocido. «Siempre fui del tipo preguntón –ilustra–. Ya sabes: '¡Anda, niño, pon la tele y déjame tranquilo!'. Por suerte, no por ello dejé de hacerme preguntas». Una noche, a los 11 años, se topó en el campo con «una silueta oscura de brazos largos y rectos como tubos». Le recordó a Klaatu, alienígena de la película Ultimátum a la Tierra. «Quien sabe, igual solo era un paisano que venía de hacer una acequia», recuerda entre risas. Fue, en todo caso, un punto de inflexión. Un año después comenzó a compartir su obsesión por lo insondable en una emisora de Aragón. La siguieron revistas como Año Cero, de la cual fue cofundador, con 18 años, además de aportaciones a diarios, radios y televisiones (hoy colabora con Iker Jiménez en Cuarto milenio). Con 25 años publicó su primer libro: un ensayo sobre un incidente ovni. Y hasta hoy. Entre sus logros: un Premio Planeta y ser el primer español con una novela, La cena secreta, en la lista de The New York Times de los diez libros más vendidos en Estados Unidos. En el sexto puesto. Nada mal.

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Dalí en 'El jardín de las delicias'. Gracias a esta obra del Bosco, Dalí aprendió a introducir la segunda visión en su propia pintura. «Cuando estaba en la Residencia de Estudiantes —cuenta Sierra—, él iba mucho al Prado, y un día se dio cuenta de que estaba allí». Aplicando la 'segunda visión', una rocalla, en la tabla de la izquierda, la del Paraíso, recuerda a su perfil de nariz aguileña. «Dalí debió de alucinar —añade Sierra—. El hallazgo se convierte así en una suerte de 'profecía daliniana', ya que el Bosco fue un anticipo del surrealismo».

XLSemanal. Ha escrito historias de viajes en el tiempo, apariciones, energías, ovnis... y, aun así, «esta es la más osada de cuantas historias he contado». ¿Por qué lo dice?

Javier Sierra. Por la ambición del tema, ya que llevo al lector al origen del arte, cuando este funcionaba como una puerta entre el más allá y el más acá. Los prehistóricos creían que la pared de la cueva era una membrana que separaba ambos mundos.

XL. ¿Por qué le fascina tanto el arte?

J.S. El arte, tras el dominio del fuego, ocupa el lugar más alto entre los logros humanos. Marcó nuestro acceso a la primera comunicación de masas, fijó la memoria de la humanidad y la transmitió entre generaciones, sentó las bases de nuestro concepto de 'lo sagrado' y fue el preámbulo a la escritura, que llegó decenas de miles de años después. El arte nos convirtió en la especie que somos.

XL. El maestro del Prado y El plan maestro están escritas en primera persona. Usted es el protagonista. ¿Qué lo llevó a tomar esta decisión?

J.S. Te voy a confesar una cosa. Escribí la primera como un juego. Quería compartir mis hallazgos sobre el arte y partí de esa experiencia personal con un desconocido que tuve a los 19 años en el Prado, pero cuando la terminé no sabía bien si aquello era ficción, no ficción o qué. De hecho, les dije a mis editores: «Esto es una cosa rara que me ha salido y, si no lo veis claro, publicadla en bolsillo y con pocos ejemplares. Mi idea es convertir algún día este libro en protagonista de otro».

XL. Entiendo. Por eso, El maestro del Prado es el eje de la trama de El plan maestro...

J.S. Exacto. Así de metaliterario y caprichoso era el plan [se ríe].

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'La primavera', una autopsia secreta. Sierra nos acerca a dos detalles del cuadro de Botticelli en El plan maestro. Las ramas en la boca de la ninfa Cloris son una metáfora del poder de la palabra que, como forma sublime del viento, la transforma en Flora, la humana a su lado. Ambas son, pues, la misma mujer: una inmortal, otra mortal. En el centro, en un ejercicio de la 'segunda visión' de la que habla Sierra, entre los huecos de los arbustos de mirto, detrás de Venus, aparecen dos pulmones que remiten a una autopsia, prohibidas por la Iglesia. El autor habría sido pionero en el uso de una iconografía secreta neoplatónica surgida en la Florencia de los Médici.

XL. ¿Dice que su novela es osada también porque ha incluido en ella como personajes a sus hijos y a su esposa?

J.S. Es que sin ellos no habría novela. Mis hijos me dieron la pauta para escribirla y culminar esta aventura.

XL. ¿A qué se refiere?

J.S. Fue algo casual. En 2013, tras la promoción agotadora de El maestro del Prado, necesitaba huir del estrés. Prometí a mi familia un verano de aventuras y me los llevé a Cantabria a ver cuevas rupestres.

XL. Quería descansar del arte y se fue, justamente, donde este empezó...

J.S. Lo sé, caí en mi propia trampa [se ríe]. Pero fue fascinante porque los niños, que entonces eran pequeños y sin formación intelectual ni un pensamiento limitado por la razón, enlazaron elementos y símbolos de las pinturas rupestres que los adultos no vimos. Ellos me hicieron entender la importancia de la mirada, de la segunda visión, de mirar de nuevo después de haber mirado, tal y como me enseñó aquel personaje misterioso en el museo a mis 19 años. Y pensé: «Culminaré la historia de El maestro del Prado con una novela que ponga el énfasis en la mirada sobre el arte».

XL. Ha tardado 12 años. ¿De verdad lo tenía tan claro?

J.S. [Se ríe]. Bueno, iba a ser mi siguiente novela, pero se cruzaron otros proyectos y... Mis hijos, además, ya son mayores y les ha parecido bien que los convierta en personajes.

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'Tobías y el ángel' y el perfecto 'maestro instructor'. «Es una de las rarísimas obras religiosas de Goya —dice Sierra—. Y es, además, una representación arquetípica de esos maestros instructores de mi novela que se aparecen a unos pocos elegidos». En él, el arcángel Rafael salva a Tobías de un pez que intentaba devorarlo. «El animal en su mano remite a la iconografía de los teriántropos (mitad pez, mitad humanos), presente en muchas de las obras con mensajes ocultos».

XL. Los niños, dice, manejan mejor la 'segunda visión' por su inocencia y ausencia de prejuicios. ¿Y los adultos?

J.S. El adulto suple la inocencia con información, pero la clave es no haber perdido la curiosidad de la infancia. Picasso dijo: «Después de Altamira, todo parece decadente» y, a partir de ahí, solo alcanzó lo sublime cuando se deshizo de todo lo aprendido y resucitó al niño que llevaba dentro. Por eso, yo reivindico esa mirada. En mi novela, los niños resuelven el enigma del maestro instructor. Y eso es muy simbólico.

XL. Quien no haya leído sus novelas no sabrá quién es este maestro instructor. Creó ese personaje inspirado en el hombre que, a sus 19 años, le habló en el Prado y desapareció. Aquí es un ser espiritual que se le aparece y le muestra los secretos de determinadas obras, pero da la impresión de que cree en su existencia. ¿Es así?

J.S. Sí, estoy convencido de que estos maestros existen. Es que, si no me creo el mito, ¿cómo voy a escribir sobre él?

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'Retrato de una niña' y la sombra fantasma. La única obra del siglo XX que Sierra incluye en su novela es, para empezar, una de las pocas obras de Frida Kahlo que no es autorretrato. «Además de que no se sabe quién es la modelo, hay un elemento muy misterioso en la sombra detrás de su figura, ya que no corresponde con la de la niña. Es como si alguien con el pelo más largo la mirase desde fuera del cuadro».

XL. ¿A qué mito se refiere? ¿Cuál es su teoría sobre ellos?

J.S. Que son supervivientes de una cultura perdida que araba la tierra, observaba el cielo, construía con adobe... Alguna catástrofe la destruyó y los supervivientes transmitieron su legado a otros pueblos. Hay quien dice que son extraterrestres, que mira que me gustan, pero eso lo veo con más prudencia. Al final, detrás de todo mito hay algo de verdad, porque es una respuesta irracional, literaria, a una preocupación racional.

XL. ¿En qué culturas aparecen estos maestros?

J.S. Desde el Neolítico, en todas se habla de 'dioses' que irrumpen en la comunidad y ofrecen nociones básicas de lo que es la civilización. Aparecen, enseñan y se desvanecen para dejar solo al alumno.

XL. Dice un personaje que esos 'maestros' aparecen cada tanto para «sembrar su semilla intelectual en algunos elegidos». ¿No me diga que se siente uno de ellos?

J.S. Totalmente. Me siento uno de esos elegidos. Al fin y al cabo, los elegidos en este mundo son los curiosos. Si tienes curiosidad y haces preguntas, aprendes, creces. Pero, si eres apático, nada te deja huella. Por eso, rechazo todo lo encaminado a promover el pensamiento único. El dogma es la antítesis de la curiosidad y lo que nos impide avanzar.

XL. ¿Es una referencia a los tiempos que vivimos?

J.S. Es una premisa atemporal, pero, sí, vivimos una época de mucho dogma. Por ceñirme a la cultura y la educación, sufrimos un supremacismo de las asignaturas STEM (acrónimo inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) con respecto a las humanidades. Nos lo tenemos que hacer mirar, porque las matemáticas están sobrevaloradas.

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El cazador de mensajes secretos. El jardín de las delicias, del Bosco, obra que desempeña un papel clave en su nueva novela, es parte, además, de una lista que ha creado con más de un centenar de cuadros repartidos por el mundo —de Tiziano, Velázquez, Giordano, Brueghel...— que incluyen mensajes ocultos.

XL. ¿Por qué lo cree?

J.S. Saber matemáticas es aprender una mecánica y aplicarla. Hace falta más inteligencia para ser filósofo, porque transitas terra incognita, creas pensamiento. El desprecio a las humanidades es una de las claves del momento que vivimos. «No necesitáis pensar», nos vienen a decir. Por eso somos, cada vez más, una sociedad de ídolos absolutos: un club de fútbol, un partido político, un líder... Hay una militancia ciega y destructiva.

XL. ¿Cree que Goya, el Bosco, Rafael, Velázquez, cuyas obras protagonizan su novela, tuvieron contacto con 'maestros instructores'?

J.S. Hay sospechas de que en algunos casos fue así o algo similar. De cualquier manera, lo que es seguro es que el arte, desde el Renacimiento, fue creado por artistas que se documentaban en las grandes bibliotecas y trataban con teólogos, filósofos, intelectuales... Eran una élite y pintaban con gran libertad. Incluso a espaldas de sus mecenas –burgueses, papas...– o contra ellos.

XL. ¿De qué modos cree usted que los pintores ocultaban sus mensajes?

J.S. Un color, una perspectiva, la colocación de una figura, la inserción de ciertas escenas, gestos, muecas, miradas, una sombra, un símbolo difícil de apreciar; así transmitían cosas que solo perciben personas informadas y con esa 'segunda visión'. Casi todos 'los grandes' ocultaron cosas en sus obras.

XL. ¿Me da un ejemplo?

J.S. La creación de Adán, en la Capilla Sixtina. Miguel Ángel le dio al manto de Dios el perfil de un cerebro. Él no tenía buena relación con el papa Julio II y dejó ahí este mensaje, toda una herejía, de que «Dios está en tú mente, no fuera de ella».

XL. Ante una obra, ¿qué siente al ver gente que se para solo para la foto?

J.S. Espanto y pena, porque su comunicación con las obras es inexistente. Cada día recibimos un bombardeo de imágenes y no analizamos su contenido ni qué relación mantienen entre sí. Se busca el impacto inmediato y no 'conversamos' con lo que vemos. Y no es lo mismo 'consumir' una obra que dialogar con ella. Eso requiere tiempo.

XL. En 1971, Jim Morrison, de The Doors, pasó dos horas en el Prado ante El jardín de las delicias, del Bosco. Dice que no soportó creer que esas escenas estaban vivas...

J.S. Lo dice un personaje, pero sí; y apareció muerto al poco en la bañera...

XL. Al margen de lo que viera Morrison, ¿esa 'segunda visión' se acentúa bajo el efecto de las drogas?

J.S. Claro. En la Prehistoria había una botánica sagrada, de los chamanes, que sabían que con ciertos hongos veías cosas... Fue lo que, probablemente, impulsó la creación del arte.

XL. Para terminar, hábleme de usted. ¿Siempre soñó con ser escritor?

J.S. Sí. Guardo mis primeros cuentos escritos con 8, 9, 10 años. Los encuadernaba, los ilustraba, les hacía portadas y, fíjate, ponía en la parte de abajo: Editorial Planeta [se ríe]. Siempre sentí un placer especial al contar historias. Es algo que descubrí en la oralidad. Mientras mis amigos veían el Mundial 82, yo me ponía documentales como Cosmos, de Carl Sagan. Luego, sentados bajo un árbol, les hablaba de Marte y se quedaban fascinados. Así descubrí el poder de una buena historia.

«El desprecio a las humanidades es una de las claves del momento histórico que vivimos. Eso lleva a la militancia ciega y destructiva»

XL. ¿Contaba historias sobre extraterrestres?

J.S. Claro, y nos pasó algo extraño a los 11 años. Una noche, sobre una colina, vimos una silueta que me recordó a Klaatu, de Ultimátum a la Tierra. Nos impactó y ninguno volvió a mencionarlo, pero, años más tarde, J. J. Benítez y Juan Eslava Galán, escritores como yo, me refirieron experiencias idénticas. Da que pensar...

XL. En las afueras de Teruel hay restos de la batalla de la Guerra Civil. ¿Iban allí a ver si rondaban fantasmas de combatientes?

J.S. No, pero jugábamos en las trincheras, entre metralla, conservas oxidadas, bombas... ¿Sabes que Teruel es donde más artefactos explosivos desactiva la Guardia Civil? De hecho, llevábamos la metralla a un chatarrero y nos sacábamos unos duros. Así de inconscientes éramos [se ríe].

XL. ¿Escribirá algún día sobre aquella batalla?

J.S. Me toca mucho, tengo muertos de ambos bandos y mucha documentación; hay escenas tremendas para novelar... Es una idea que me ronda, sí. Ya veremos.