Un filme de leyenda (negra)
Un filme de leyenda (negra)
Viernes, 25 de Octubre 2024
Tiempo de lectura: 10 min
Si alguien te dice que la ha visto, una de dos: casi seguro que miente o es el mismísimo Jerry Lewis resucitado. The Day The Clown Cried (El día que el payaso lloró), la obra nunca estrenada del histriónico cómico, filmada en Suecia en 1972, es una de las películas perdidas más buscadas de la historia.
La historia de un payaso preso en Auschwitz por insultar a Hitler y encargado de entretener a los niños judíos, incluso en el trayecto hacia la cámara de gas, avergonzó a su autor, director y protagonista (nacido Joseph Levitch e hijo de judíos rusos, como los hermanos Marx), hasta el punto de irse a la tumba con el deseo de que, además de dejar a seis de sus siete hijos sin herencia, nadie viera jamás el mayor fracaso de su carrera. «Espero que nadie la recupere y se quede en el baúl –declaró Lewis al recibir, en 2013, la Palma de Oro de honor en Cannes–. La escribí, la dirigí y era mala, porque perdí la magia. El artista debe poder tomar esas decisiones».
Once años después de su muerte –por problemas de corazón, en su casa de Las Vegas, a los 91 años– el secretismo sobre aquella obra ha comenzado a desvelarse. En el Festival de Venecia ya se estrenó el documental, en septiembre, From Darkness To Light, con retazos del metraje original y sostenida sobre una entrevista excepcionalmente íntima y confesional que, meses antes de morir, Lewis concedió a Eric Friedler, coautor de la cinta. «No salió bien –declaró el cómico en aquella entrevista–. Fue un mal trabajo por parte del guionista, del director y del actor. Lo pensé mil veces y concluí: ‘¿Dónde está la comedia en llevar a los niños a la cámara de gas?’. Fue duro, muy duro. Llevé a 65 niños allí. No hay un día en mi vida en el que no piense en ello».
Se supone que, durante años, Lewis guardó bajo llave la única copia de The Day The Clown Cried. «Ni siquiera pensábamos que la película existiera –revela Martin Scorsese, que lo dirigió en 1982 en la inquietante El rey de la comedia–. Creíamos que era un mito». En 2014, sin embargo, cedió toda su colección personal a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, la mayor del mundo, bajo la condición de que nadie tuviera acceso al material hasta diez años después. Esta restricción se levantó el pasado 3 de septiembre, pero ahora la institución asegura que, en lo que respecta a su extraviada aproximación al Holocausto, sólo conserva una parte del material de la película (90 minutos en crudo entre tomas generales y primeros planos de escenas del campo de concentración, 106 minutos de audios y tres horas de material filmado detrás de la cámara) y no el metraje completo.
Una revelación que parece confirmar la idea de que Lewis desistió incluso de culminar aquel proyecto concebido para mostrarle al mundo que, más allá de su extenso registro de muecas y descoyuntantes gestos –que hicieron de él una estrella, sobre todo en dúo cómico junto al apolíneo Dean Martin–, él también sabía actuar y crear cosas profundas. El cómico, de hecho, visitó la Biblioteca en 2015 y, además de hablar de su profunda conexión emocional y familiar con el exterminio judío, confesó el «gran dolor y arrepentimiento» que le causó «no haber podido terminar la película». El cómico Harry Shearer, sin embargo, asegura en From Darkness To Light que llegó a ver un copión de montaje: «Accedí a ella porque alguien me dejó la copia unos días... Era como ver un payaso triste de Tijuana pintando el Holocausto».
No todo fueron críticas. Su colega, el cómico David Cross, ha calificado el proyecto como algo «adelantado a su tiempo». Al iconoclasta Jean-Luc Godard le pareció una hermosa y gran idea, subrayando los esfuerzos que Lewis había dedicado a ponerla en pie. Aunque fue el crítico francés Jean Michel Frodon quien, en 2017, rompió finalmente una lanza a favor de la cinta entre las pocas personas que habían conseguido verla. En su caso, según declaró Frodon, lo que vio fue una copia del material en poder del director francés Xavier Giannoli.
«Estoy convencido de que es un buen trabajo –dijo el crítico–. Es una película muy interesante e importante, muy arriesgada acerca del tema del Holocausto, pero también de la historia de un hombre que dedicó su vida a hacer reír a los demás y se cuestiona qué es lo que las hace reír. Creo que es una película muy atrevida, aunque amarga y perturbadora, por eso quizá fue rechazada brutalmente por quienes la vieron total o parcialmente, incluyendo los autores del guion original».
El material se puede consultar ahora en el archivo audiovisual de la Biblioteca del Congreso, en el Library’s Packard Campus for Audio Visual Conservation, en Culpeper (Virginia), pero el destino del negativo original de todo el material filmado y el corte final (o hasta donde llegara Lewis en su edición) sigue siendo un misterio que su autor parece haberse llevado a su tumba.
Queda, eso sí, el guion, disponible en Internet, y documentales como From Darkness To Light (sin fecha de estreno en España) que narra como Lewis decidió embarcarse en semejante aventura. La historia arranca a mediados de los años sesenta, cuando, tras una actuación en el teatro Olympia de París –el cómico gozaba de cierta consideración intelectual en Francia, donde muchos veían en sus obras una sutil crítica del sueño americano–, un productor húngaro llamado Nathan Wachsberger, le ofreció los derechos de la historia del payaso en el campo de concentración.
Por lo visto, Wachsberger ya lo había intentado con otros directores, que rechazaron meterse en semejante berenjenal. Pero Lewis vio en aquella historia la oportunidad de hacer honor a la visión francesa de su trabajo, emular a su gran ídolo Charles Chaplin, autor de El gran dictador, con su propio proyecto sobre el nazismo, y ganarse el respeto de sus colegas en Hollywood con una película ‘seria’.
El rodaje se realizó en Suecia, acompañado en los principales papeles por la estrella local Harriet Andersson, musa de Ingmar Bergman (fan irredento de Lewis, por cierto), el galo Pierre Étaix y el germano Anton Diffring. Pero cuando el cómico regresó a Los Ángeles, comenzó a montar y, al ver el resultado de sus esfuerzos, decidió que sería mejor que aquello no llegara nunca a una sala de cine.
Los retazos sueltos de la película no ayudan a entender porqué, aunque se intuye un personaje de rasgos patéticos y una narrativa oscura en la que, al final –eso dice, al menos, el guion– un grupo de niños judíos del campo de concentración abrazan al payaso y le preguntan: «¿Adónde vamos, Helmut?». Alegres e inconscientes de su destino, entran en la cámara de gas. Y, en un acto final de redención, Helmut entra con ellos. Fin.