Aparecen con las últimas luces del día y a pesar de su llamativo atuendo son apenas perceptibles. Hace tiempo que hemos dejado de mirar. Reparten comida a domicilio a toda una ciudad y lo hacen con la precisión de un reloj suizo. Como a la mayoría de nosotros viven con su smartphone en la palma de la mano. Su sustento depende de ello. En este año de pandemia se hicieron imprescindibles, eran de las pocas almas que recorrían una ciudad confinada y hambrienta. La demanda de comida a domicilio hizo necesario un pequeno ejército de emisarios, bien adiestrados y dispuestos a todo. Ahora que al parecer entramos en una nueva etapa su futuro laboral está menos claro que nunca.
La Voz de Galicia
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