El cazador

Armando Mondelo

AL SOL

03 ago 2022 . Actualizado a las 16:09 h.

Aquel verano estaba entusiasmado con el regalo.

Me sentía como un explorador cuando salía de caza con mi reluciente escopeta de aire comprimido.

Atento a cualquier animal salvaje: ave o conejo que osara cruzarse en mi camino. Había llegado el aventurero más temible a la aldea.

En mis primeras expediciones llevaba incluso un pequeño zurrón donde guardar las piezas cazadas que luego luciría con orgullo ante los abuelos y demás familia.

Me salían al paso cantidad de gorriones, estorninos y mirlos —estos últimos eran mi principal objetivo por ser los más grandes—.

Jamás le acerté a ninguno ni pude presumir de cazador.

Al principio quise creer que mi rifle no tenía bien afinado el punto de mira.

Me preparaba dianas para hacer pruebas y ver las querencias del disparo: ¿a la izquierda? ¿A la derecha? ¿Un pelín hacia arriba o hacia abajo?

Cuando creí que ya estaba más preparado y me consideraba el amo de la naturaleza. El depredador más peligroso del bosque. Retomé mi cruzada.

Lo máximo que conseguí fue atinar a un lagarto que se escondía y se asomaba entre dos pedruscos de pizarra.

Lo que me costó más de una hora de espera agazapado, cual francotirador albanokosovar, y seis o siete balines desperdiciados.

«Ahora sí que empezaba a ser un buen cazador, pero no podía llevarlo para demostrar mi destreza por lo repulsivo del bicho».

Cansado de no cazar nada se me ocurrió, desde la azotea de los abuelos, tirarle a un gato que pasaba por la calle y que salió maullando como alma que lleva el diablo.

Al día siguiente mirando, por casualidad, vi al vecino de mis abuelos el señor Belisario, cómo le ponía los aparejos al burro.

De repente, muy enfadado, le reprocha a su gato que caminaba arrastrando una pata trasera.

—Metíchete debaixo do burro? Carallo, non te meteras!

Me escondí detrás del antepecho sentado con los brazos sujetando las piernas y la barbilla apoyada en las rodillas, hasta que me pasó un poco el malestar por la escena.

Nunca volví a dispararle a ningún animal.

Armando Mondelo. Ingeniero. 67 años. A Coruña.