Se despierta varias veces cada noche y en cada una de ellas se sorprende de no recordar dónde se encuentra.
En ocasiones se angustia por ello, pero en otras permanece tranquila y curiosa escuchando en la oscuridad y percibiendo los aromas que le resultan inquietantemente conocidos. Pero siempre, en cuanto advierte la presencia que descansa junto a ella, se tranquiliza. Generalmente le cuesta identificarla.
A veces ve en ella a su abuelo, otras a su marido y aun en otras no consigue reconocerla en modo alguno, pero siempre le transmite paz y seguridad.
Durante el día se obsesiona con recuerdos de soledad y de abandono, y tiene miedo. Llama a su marido, ¿o era su abuelo? O a ambos. Y no le consiente que la deje sola.
Reconoce en las personas que la asisten a familiares que hace años que no ve y que barrunta que habían muerto.
En otras identifica en ellas a su hija o a su nieta y se alegra de que tantas personas amistosas la visiten y le den conversación. A veces se siente desconcertada porque su tía se empeña en que es su hija, o porque su novio le diga que llevan años casados, o porque no le den razón de dónde está su abuelo, al que acaba de ver. Y se angustia y se siente perdida en el laberinto de su memoria.
Le inquieta lo lento que pasan las horas, e insiste en acostarse temprano, solo para pasar otra noche de despertares en la oscuridad.
Pero toda la angustia, el miedo y la inquietud desaparecen cuando consigue no dejarse arrastrar ni por su frágil memoria ni por su débil mente y solo se deja llevar por sus sentimientos, por el de amor que siente y que ve correspondido en esas personas que la acompañan. Porque sabe con absoluta certeza, con una seguridad que no parte de su cerebro sino de su corazón, que esas personas, a las que reconoce como suyas aunque no sepa muy bien quiénes son, la van a atender, a proteger y sobre todo a querer siempre. Puede que su entendimiento la engañe, pero intuye que sus sentimientos no. Y en esas miradas que contempla, en esas manos que la acarician, en esas voces que la arrullan, aprecia que es querida y se siente feliz. Y sonríe.
José Ignacio Ramos. Médico. 57 años. Ferrol.