Abrió los ojos con desgana, consciente de que seguía en el hospital, de que el dolor regresaba y de que ninguna de las dos situaciones se resolvería pronto. Giró la cara por puro reflejo y su mirada se enfocó sobre el bulto oscuro al lado de su cama.
—¡Otra vez usted! Aún no es momento para extremaunciones.
—Afortunadamente. Pero también es mi deber consolar al que sufre, detective.
—Esperemos que continúe con vida después de eso— refunfuñó entre dientes.
—No quiero entender lo que insinúa, detective.
—Entonces se lo diré claramente para que no pueda hacer oídos sordos: Es usted un ángel de la muerte. Allá por donde pasa florecen los cadáveres.
—Entiendo que piense eso, pero no son más que coincidencias. Siguiendo su lógica todos los sepultureros son maníacos homicidas…
—Seguramente más de la mitad de ellos…
— … pero la muerte y la vida está en manos del Creador y no en las mías. De tener la potestad créame que todos los que visito tendrían una vida mucho más larga.
—Los números están en su contra: once visitas, once muertos— terció el detective. Abarcando con un gesto de la cabeza el resto de camas vacías del cuarto.
El sacerdote meneó la cabeza, resignado.
—Me dedico a las extremaunciones, mis probabilidades son siempre de un noventa por ciento en contra.
—Pero es que ahora me está visitando a mí, demonios!
El sacerdote se encogió de hombros y sonrío pícaramente.
—En el nombre del padre…
Carmen Lata. 74 años. A Coruña.