Hace unos días aprovechando las vacaciones me quede una tarde con mis nietos. El mayor (7 años) se entretuvo con la consola, casi ni me entere de que estaba, el pequeño (4 años) comenzó a leer un cuento, pero al rato se aburrió. Le pregunte que quería que hiciéramos, y él como buen gallego, me contesto con otra pregunta: «¿tú tienes poderes como la abuela?» No supe que contestar.
En un primer momento lo asocie a que la abuela trabaja en un hospital, concretamente en urgencias, y en la tele no paran de decir que fueron superhéroes en la pandemia, y de verdad que lo fueron. Después de varias preguntas, llegamos a la conclusión, gracias a los comentarios del mayor, que los supuestos poderes para el pequeño, eran el mezclar ingrediente y transformarlos en cosas, como galletas o rosquillas. Yo no quise ser menos, y después de varios vídeos de internet, me propuse sorprenderlos con mis poderes culinarios. Me decidí por unos donuts, pero al rato me di cuenta de que mi elección no fue la más acertada. Después de varios percances, y de manchar todos cuantos cacharros se pusieron a mi alcance, logre salvar de la quema tres tristes unidades.
El mayor cuando vio el resultado sentencio: «abuelo menos mal que no estabas cuando se inventó la rueda, sino aun iríamos andando». El pequeño en cambio se lo paso en grande, y se comió incluso uno medio carbonizado, que no pensé que pudiera ser tóxico, los abuelos somos así. Mientras limpiaba la cocina, que más parecía una zona en guerra, comencé a pensar en mi abuela. Hasta hoy no me había dado cuenta, pero mi abuela también tenía poderes, no en la cocina, pero si en otros campos.
Recordé cuando me hacía daño jugando, una caricia suya me calmaba más que un ibuprofeno. Que decir de noches con pesadillas, corría a su cama y acurrucado a su lado todo era seguro, ni el asesino más despiadado podría con mi abuela. Recuerdo que poco antes de dejarnos para siempre, me dijo «el día que ya no este y te pase algo que te asuste o te duela, piensa en mí, yo estaré a tu lado y todo pasara». Y yo me lo creo, porque pensé en una abuela mientras salía humo del horno.
Francisco Iglesias. Vendedor. 56 años. A Coruña.