En recuerdo de Jorge Semprún

César Aja Mariño

A MARIÑA

11 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Estos días fallecía Jorge Semprún, persona de quien no solo tengo un grato recuerdo, si no también un especial agradecimiento por su comportamiento con el Ayuntamiento de Viveiro y deferencia hacia mi persona. A finales de los ochenta y principios de los noventa, por parte del Ministerio de Administraciones Públicas, cuyo ministro era Joaquin Almunia, se establecieron una serie de ayudas con cargo a una partida denominada V Centenario, para actividades culturales, que se otorgaban previo informe del Ministerio de Cultura, en ese momento responsabilidad de Jorge Semprún. En esa época el Ayuntamiento estaba negociando la adquisición del teatro Pastor Díaz, por lo que se solicitó la subvención correspondiente destinada a tal fin.

Como en aquel momento (1988-1991) Semprún era ministro de Cultura y yo ostentaba el acta de diputado en Cortes, me acerqué en el Congreso a su escaño y le comenté que «era el alcalde de un pueblo muy pequeño, lejano y con escaso presupuesto». A medida que le iba exponiendo y pidiendo su colaboración, me di cuenta que bien por el acento, o bien por cualquier otra circunstancia, la cosa parecía que iba bien encaminada. Lo cierto es que al final de la conversación, me manifestó su intención de tener en cuenta nuestra petición e informarla favorablemente, al objeto de que el Ministerio de Administraciones Públicas, como mayor contribuyente, también concediese la ayuda solicitada.

El motivo de esta reflexión y de recuerdo a su memoria es que terminado nuestro dialogo y después de mostrar su interés por Viveiro, le comenté: «Señor Ministro se va olvidar usted de lo que hablamos, si me lo permite le paso una nota para recordarle mi petición»; esta apreciación mía provocó su sonrisa ante el hecho de que dudase de su memoria. A primera hora de la tarde por medio de un ujier, le pasé la nota, y al poco tiempo, Viveiro recibió con cargo al V Centenario, 7.500.000 pts para la compra del teatro Pastor Díaz, que con una pequeña cantidad que también se le concedió a Lourenzá, fueron las dos únicas ayudas que recibió Lugo con cargo a ese programa.

Lo simpático de este encuentro o conversación, es que cuando en el hemiciclo pasaba por delante de su escaño para acceder al mío, el ministro Semprún siempre me sonreía, quizá por mi acento, o por su bonhomía, o porque «dudé de su memoria», mientras yo también sonreía, y pensaba para mí, que además de las sonrisas, Viveiro, había logrado la adquisición de un importante exponente arquitectónico y cultural.

Todo gracias a la ayuda de un ministro agradable, receptivo y simpático, que fue sensible a las demandas de un pueblo, y, aunque sea a título póstumo, quiero agradecer y reconocer públicamente. Descanse en Paz.