Entre A Venta y el hotel Venecia

A MARIÑA

08 feb 2017 . Actualizado a las 13:06 h.

Despedíamos a un mariñano, bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Como suele decir Calila: «Duro y trabajador». La última vez que le vi, al «Moro», como le conocíamos, le recordé a su amigo Jovino, que desde el país de los vascones se habrá llevado un terrible disgusto.

Cerró el Conservatorio de Música de Viveiro por duelo. Con las luces de la ciudad sobre la ría sorprendiendo a los viajeros que llegaban a Viveiro y tras dejar la valija en la habitación del viejo Hotel Venecia, abrían la ventana para contemplar el abrazo del Landro con la mar Cantábrica.

Por aquellas fechas, seguro, había alguna goleta en el muelle, algún patrón en una cantina del Casco Histórico hecho de piedra y madera, incluso las sombras de Pardo de Cela por la muralla da Vila.

Cerró el emblemático edificio. Antes hotel y hoy «torreón» dónde velan sus instrumentos, como aquellos caballeros, proyectos de músicos que quieren alcanzar el grado de juglares. Pero, en una de sus salas, tres maestros de la creación musical, preparaban sus melodías. Fui testigo de excepción. Cerraba los ojos y aquella música me inspiraba historias entre reales y ensueños, fruto de mi imaginación.

Catá, Cabalar y L. Rico

David Catá. Con raíces en O Guioncho y A Venta, parroquia de Santa María de Lieiro. Orgullo de todos los que tenemos razones para señalarlo al frente de la nueva generación de artistas polifacéticos y geniales. Compositor e intérprete.

Un joven capaz de inmortalizar lugares o momentos mágicos como los que dan título a sus composiciones.

Juan Cabalar. Profesor y director de esa orquesta de cuerda, dónde gentes muy jóvenes hacen las delicias del pueblo. Magnífico violinista. Coleccionista de vinilos.

Lino Rico. Alma mater de tantas y tantas iniciativas al servicio de la interpretación, de la música, que vive con gran pasión.

«Cuando hice el primer retrato de la mano tenía muy claro lo que quería hacer». Son palabras de David Catá.

Cuando yo disfrutaba viendo las manos de los tres músicos a los que antes he aludido, me trasladaba por un momento a Chillida Leku, dónde Eduardo Chillida hizo auténticas manos hacia los cielos, manos tratando de capturar el viento. Momentos mágicos, muy especiales, sin duda.

Hablamos de emocionar

«El hecho de emocionar al público, eso sí que me gusta». Un día aprendí de una conferencia en la Sociedad El Sitio de Bilbao, pronunciada por Don Manuel Azaña, un 21 de abril del lejano año de 1934, que no es lo mismo, ilusionar y emocionar.

Para el gran estadista e intelectual de Alcalá de Henares, emocionar era crear algo que conmueve y que se prolongará mucho después que nosotros hayamos desaparecido. Ese es el mérito y a la vez el milagro. Como hace este joven creador viveirense David Catá, artista y creador con gran futuro y proyección.

Sin duda.

* Pablo Mosquera, exparlamentario y médico, exdirector del Hospital da Costa.