«Chegamos a navegar a dez metros do Prestige cando o remolcaban»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu REDACCIÓN / LA VOZ

A MARIÑA

ANA GARCIA

Vivió en primera línea las mayores catástrofes marítimas de la Costa da Morte

09 nov 2022 . Actualizado a las 12:01 h.

«Estivemos 50 minutos pegados a ese barco. Puxénlle todo a pedir de boca». Felipe Sar Vilela (Muxía, 1950) se refiere a las facilidades a José Manuel Casal, el 14 de noviembre del 2002, hace 19 años, cuando. A bordo del Playa da Cruz, el fotógrafo de La Voz de Galicia tomó unas impresionantes instantáneas del petrolero. «Chegamos a navegar a dez metros do Prestige cando o remolcaban, tiñamos o chapapote enriba de nós», recuerda.

Esa proximidad propició que se hiciera una idea propia de lo que había ocurrido, «deume a sensación de que o barco foi embestido», tuviera que ir a declarar e incluso se enfrentara al entonces delegado del Gobierno. Además de guiar su pesquero en torno al petrolero para que el fotógrafo tuviera todos los ángulos posibles, Felipe Sar fue marcando con el GPS todas las posiciones, seguro de que esos datos habían de servirle. Fue con ellos en la cabeza que pudo discutirle a Arsenio Fernández de Mesa a cuantas millas se hallaba el Prestige aquella tarde y que no eran las 40 que sostenían las fuentes oficiales sino las poco más de 5 desde Vilán que le daban los aparatos de su barco.

Después de eso vinieron los voluntarios, la solidaridad impresionante de la que aún se asombra este armador jubilado que cree que la marea negra fue especialmente mala para la bajura y que poco afectó a los arrastreros. De hecho, recuerda que cuando volvieron a trabajar, unos meses después, la zona de faena estaba a rebosar de pulpos, que habían escapado de la costa que se había llenado de fuel, y de merluzas. Esa fue una de las mejores campañas, probablemente porque el recurso tuvo tiempo de recuperarse.

También tiene una historia Felipe para el Casón, el barco de embarrancó el Fisterra el 5 de diciembre de 1987. Cuando el material que había en el barco empezó a estallar y nadie parecía saber con seguridad lo que llevaba el mercante, Felipe cogió a su familia y escapó a Santiago. «Había vendaval de sur e se a nube era contaminante non había seguridade na Coruña», explica. Por eso montó a sus tres hijos, a su esposa y a una cuñada y a un sobrino en el Peugeot que tenía y escogió el camino de tierra adentro. Recuerda perfectamente y todavía con asombro como la gente iba abandonando sus casas a lo largo del camino. Los ocho, tres delante y cinco detrás, llegaron a la residencia Pío XII, se repartieron en dos dormitorios y allí se quedaron tres días hasta que tuvieron la seguridad de que podían volver.

En medio de estos dos episodios que nadie en la Costa da Morte ha podido olvidar hay una vida dedicada al mar desde la infancia, «sempre estaba na praia xogando e traballando coa gamela de meu pai, encantábame», recuerda. A los quince años, un después de acabar los estudios obligatorios, Felipe Sar obtuvo su primera libreta, para ir en el Maruja, en nombre de su madre. Había sido fabricado, como todos en la zona, en A Telleira y entonces no se estilaban las nasas del pulpo, que solo se comía en las casas de los pescadores. Hasta principios de los años 70 no empezaron a venderlo. Había trampas, pero para las nécoras y el camarón y se seguían las temporadas habituales. Había el tiempo del congrio, el del abadejo y el de los miños, a los que se añadía la langosta y el bogavante en verano.

Cuando se jubiló su padre se vendió la embarcación que había sido suya y Felipe, que entonces tenía 23 años, no quiso asumir la responsabilidad de tener su propio barco, sino que estuvo diez «collendo experiencia noutros pesqueiros». Tenía suficiente con el trabajo en el mar y con el fútbol, que han sido dos de sus grandes pasiones. En el balompié llegó a jugar una temporada en el Bergantiños.

No fue hasta los 33 cuando se hizo con su primera embarcación, el María Yolanda, que compró en Muros, pero su barco de toda la vida ha sido el Playa da Cruz.