Comienza agosto. Caluroso con las aguas Cantábricas templadas. Hay señales de plétora vacacional. Tras la pandemia han descubierto nuestro paraíso al norte del norte. No son aquellos veraneantes de antaño. Ahora el perfil es propio para designar turistas, si bien procedentes de otras Comunidades del Estado. La novedad está en la colisión entre derechos ciudadanos.
El ruido desde las terrazas. Esos espacios que permitieron los Ayuntamientos a la hostelería y tras la pandemia parece que se han quedado. La música y las voces humanas colisionan con el derecho al descanso de quienes siguen trabajando o vinieron para disfrutar de paz, sosiego y silencio. Tres virtudes, junto a la magia de nuestra naturaleza, que fueron santo y seña para atraer visitantes hacia nuestra Mariña.
Me constan las denuncias. Se llama a la Guardia Civil por esos ruidos que impiden el descanso y los agentes señalan no ser competentes en la materia. Son los Concellos responsables del ordenamiento y vigilancia de esos espacios, su situación, horarios y decibelios. Pero del dicho al hecho hay un gran trecho.
La invasión de autocaravanas. Está de moda alquilar o comprar esos vehículos que sustituyen a los alojamientos tradicionales. Tienen encanto por lo que permite viajar y aparcar muy cerca de la mar. Es una forma nueva de hacer turismo sin fronteras. El problema está en los espacios que ocupan. Algunos Concellos han señalado y medio adecuado lugares para tal fórmula viajera. Hoy todos estos espacios son insuficientes para la afluencia de estos modernos vehículos familiares. Y se dan dos hechos indeseables.
La falta de espacio provoca unas aglomeraciones que no sólo superan las ordenanzas que justificaba la inauguración. Es que asemejan "campamentos de palestinos". Son un impacto en el paisaje y supongo una incomodidad para los usuarios de tales aparcamientos que figuran en las guías y en los anuncios de los servicios prestados por los Ayuntamientos.
La consecuencia de lo que antecede es la ocupación de otros espacios. Y así tenemos fuera del recinto señalado por el Ayuntamiento, aparcamientos de esas casas rodantes, con sus habitantes gozando del aire libre mediante tumbonas, mesas y otros utensilios propios de su autonomía. Pero colisiona no sólo con las indicaciones del espacio que deben ocupar, también con los espacios para los aparcamientos de los vehículos habituales, esos cuyos dueños habitan todo el año en el Concello o parroquia y pagan sus impuestos de circulación anualmente.
Sobre este último problema ya hay noticias de conflictos en otras Comunidades Norteñas e incluso alguna disposición de la DGT señalando que si bien la competencia es municipal, las autocaravanas sólo pueden aparcar en los lugares preparados y señalados para tal actividad.
Como de costumbre la necesidad hace virtud. Pero a veces las nuevas virtudes que se enmarcan en la libertad colisionan con las necesidades de los ciudadanos que no quieren verse abatidos por las invasiones veraniegas. Y es que ahora empezamos a comentar eso que en otros lares denominan turismo-fobia.