Todos somos Adrián Ben

F.A.

A MARIÑA

MARTON MONUS

24 ago 2023 . Actualizado a las 21:24 h.

Escribo antes de que el chaval de Viveiro, Adrián Ben, salte a la pista de Budapest. A las ocho y media de la tarde disputará la semifinal de 800 metros lisos del mundial. Para mi, cada vez que pisa con su zapatilla el tartán, Adrián Ben ya ha ganado. El resultado es lo de menos, porque cada zancada suya es un ejemplo inspirador, un canto a la esperanza y la ilusión, un ejemplo para los niños, para los adolescentes, para los adultos, para que no tiremos la toalla en la carrera por nuestros sueños. Las medallas, como las del Mundial, se ganan a diario, en gestos pequeños y cotidianos, en dar un buenos días, en sonreír, en compartir y ser generoso. Adrián disputa su carrera y cada uno tenemos la nuestra, no menos importante, en la que Adrián nos ayuda con su ejemplo, con su esfuerzo y dedicación demuestra cada día que lo imposible es asequible.  

A las ocho y media, Adrián, todos correremos contigo. Cuando cierres los puños y los tendones de los dedos se disparen pareciendo reventar, cuando gires la cabeza a uno y otro lado apretando los dientes con rabia en el esfuerzo final, cada zancada tuya será la nuestra, y desde el sofá del salón, imperceptiblemente, tensaremos las piernas como tratando de insuflar desde la distancia esa gota de fuerza que quizás precises. 

El resultado será lo de menos, porque ganes o pierdas, yo le volveré a contar a mis hijos (una vez más) cómo aquel chiquillo que entrenaba en el paseo marítimo de Viveiro, solo, al arrullo de las olas del Cantábrico, sin ninguna pista apropiada para calzarse sus botas de clavos, llegó a estar ahí, codeándose con los mejores atletas del mundo. Y ellos, mis hijos, sus hijos, abrirán mucho los ojos y pensarán que la vida es maravillosa.

Hoy los titulares se los llevan Luis Rubiales, Vilda y Hermoso, los trapos sucios, navajazos, postureos y revanchas, estirando hasta lo inverosímil lo que con sentido común ya se debería haber zanjado con una dimisión. España, cómoda en el lodazal, se recrea y regocija en las miserias, ensombreciendo un éxito superlativo de las mujeres. Así de patéticos somos. Pero tú sigue a lo tuyo, Adrián, corre, corre. Contigo sí que ganamos todos. Siempre ganamos todos.