Me recordaba mi niñez y mi juventud. Era testigo de aquel San Ciprián, puerto de mar, en el que los patrones del cabotaje contaban sus singladuras. Y de esto sabían mucho los Coldeira. Tenía siempre una sonrisa para todos.
Aquellos ojos tan vivos. Sagrario era la anfitriona que nos protegía desde esa hermosa casa de piedra na beira do río. Ahora sí que se nos ha ido la última madrina de un San Ciprián donde por las mañanas nos despertábamos con el sonido del cuerno marino y nos dormíamos con esa ronda lumínica desde la mar a tierra que hacía el viejo faro. No queda nada de ese mundo que le hubiera gustado recrear en una de sus novelas a Emilio Salgari.
El tiempo no da marcha atrás. ¡Qué lástima!. Por dos razones de mucho peso. Para que los más jóvenes disfrutaran lo que disfrutamos los de mi generación gracias a xente do país como Sagrario. Para recuperar aquella convivencia entre vecinos desde el puerto de arriba hasta Lieiro cuando las puertas de las casas, con dos hojas de madera, siempre, día y noche, permanecían abiertas.
Éramos o Porto. Pasábamos entre astilleros camino de Los Campos. Celebrábamos el San Andrés como la fiesta del invierno. Acudíamos a Vila para comprar lo que no teníamos aquí, a pesar del magnífico comercio que hoy ya no queda. Era ese mundo de ensueño. Y Sagrario Coldeira desde la ventana de su casa en Lieiro nos veía aprender a navegar en un chalano por la ría con la marea llena llegando hasta el puente medieval -"romano". Lo siento. Tanto Quico como Sagrarito, sus hijos, que son de mi generación; o Begoña, Pilar. Fonso, Santi etc sus sobrinos. Y desde luego sus nietos, saben con que triste nostalgia me quedo. Nos quedamos los de antes...