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En la Complutense de Madrid no sólo aprendí medicina. La presencia y el discurso de aquellos humanistas me hicieron ciudadano libre pensador, inquieto y comprometido. Terminaron de moldear un espíritu rebelde que había adquirido, por ósmosis, en mi pueblo mariñano donde los patrones que eran nuestros héroes lucían energía, dignidad y valor para enfrentar como hombres de hierro en barcos de madera cualquier temporal.
Lo que antecede se lo confesé a un político vasco con quien compartía Mesa de Ajuria Enea. ¿Qué hace un gallego metido hasta el cuello -jugándoselo- en un país que no es el suyo? Hasta gané dos veces las elecciones en Vitoria. Hasta tengo el honor de estar condecorado por S.M. El Rey- Real Orden del Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo-.
Mi «yoismo» es presumir por ser y poder opinar con base en un historial profesional. MI prepotencia está en ser el crítico de los críticos con lo que observo, analizo y denuncio.
1. Avanzamos en conocimientos y manejos tecnológicos, pero retrocedemos en comportamientos éticos y estéticos. Somos mucho más alienados. Vivimos sin querer darnos cuenta en plena decadencia socio cultural. Me pregunto, ¿es nuestro destino acabar como Roma sometidos por los bárbaros?
2. Toleramos que las castas indocumentadas tomen el poder democrático y perviertan el sistema con sus comportamientos además de invadir ese espacio que debe corresponder a la espontaneidad de la sociedad civil. Es lo que denunciamos como politización clientelar que impide a los mejores ser dirigentes.
3. Nos dejamos acomplejar por rancios y cutres calificativos del siglo XX -fascismo, machismo, ultras, reaccionarios, inadaptados al cambio-. Con estas conductas nunca la humanidad habría superado la Edad Media y regresando al Mundo Antiguo para crear el Renacimiento.
Paso de las ideas a los hechos concretos.
Muchos ciudadanos viven recibiendo ayudas y subvenciones que les permiten disfrutar de la sociedad de consumo sin trabajar. Son los clientes enganchados y amaestrados por una clase política que hace uso del viejo e indigno cuento del burro y la zanahoria.
Hay una nueva profesión. Hacerse y ser político. No se exige mérito objetivo. No se exige conocimientos acreditados en alguna materia científica. No se exigen virtudes, coeficientes, habilidades adquiridas previa formación universitaria o similar. Basta con acertar al apostar por el vencedor en la reyerta partidaria. A partir de ahí, lealtad inquebrantable con los mandarines y atención para cambiar de clan si hay guerra interna.
La mentira es cambiar de opinión. La Ley es susceptible de ser reinterpretada por juristas adeptos al régimen. El poder es como el ganar en el fútbol, no importa el cómo, lo que importa es tener, mantener, ser y mandar aunque sea vendiendo los principios morales y constitucionales.
No nos quejemos. Tenemos lo que soportamos. Es como ese apestoso botellón en que se han convertido nuestras fiestas populares. Es el espacio donde triunfan los cuasimodos o los devotos para la telebasura. Hoy más que nunca me identifico con Don Miguel de Unamuno. Vencer no es convencer y además siempre será efímero.