Hay mucho turismo. Las perspectivas son de lo más optimistas. Se están cumpliendo los mejores pronósiticos, el número de visitantes no deja de crecer. Los supermercados tienen filas infinitas de clientes en las cajas que acaban prácticamente con todo (con los productos más caros no), pero por la semana los restaurantes están a la mitad de aforo. Eso sí, los chiringuitos a tope.
Las viviendas turísticas están prácticamente al completo; los hoteles de mayor categoría también registran una buena demanda, pero no están a tope de capacidad. Las opiniones de los hosteleros están divididas: mucho menú del día. Incluso me llamó la atención que dentro del menú del día hay clientes que se lo reparten: para ti el primer plato y el postre y para mí el segundo y el café, para repartir y ahorrar.
Está bien. Antes se priorizaba el descanso y el comer bien. Ahora el descanso y el pasárselo bien. Cambiaron las circunstancias y, sobre todo, supongo que cambió el modo de vida. Cada cual es un mundo; por tanto, nada que decir. Se trata de vivir de la mejor manera posible. Y a veces, muchas veces, es verdad, se está mejor en un parque o en la playa con un sandwich que en un bar atestado de gente en bañador y playeras y con un olor a fritanga que revuelve el estómago, esperando además hora y media por un filete que se asemeja a una suela de zapato del 34, no más. Pero, la verdad, pasta -lo que es pasta- se ve poca.