La sombra de Ibáñez en Sargadelos

A MARIÑA

PEPA LOSADA

23 jul 2025 . Actualizado a las 13:31 h.

Un 17 de octubre de 1749 nace en Ferreirela de Santa Eulalia de Oscos un varón hijo de Sebastián y María Antonia, patricios por sus familiares Valdés, Queipo de Llano y Mon. Sus primeros pasos escolares tienen lugar en un excelente colegio sito en Villanueva de Oscos. Desde ahí y gracias a su amistad con un compañero de pupitre a los 18 años lo proahíjan en su pazo de Guimarán de Ribadeo la familia Rodríguez Arango y Muria Mon. Su desparpajo le aúpa a ser mayordomo de los negocios para importar aguardientes, vinos y aceites. Pero será en 1774 cuando entabla amistad con Joaquín Cester que gestiona una empresa textil de lino, y que procede de las Reales Fábricas de Loza en Talavera de la Reina, cuando se ilustra sobre lo que debe significar fabricar y no importar.

Será en 1788 cuando solicita en Madrid autorización para un proyecto industrial en Santiago de Sargadelos Ante la negativa, Ibañez acude a Madrid, obteniendo finalmente el permiso del rey Carlos IV un 5 de febrero de 1791. La cédula autoriza para que Antonio Raimundo Ibáñez establezca una fábrica para ollas de hierro, llamadas vulgarmente potes, a imitación de las que se traen de Burdeos. Los vecinos habrían de encargarse del cuidado de los bosques que abastecerían a la fábrica por sus hornos. Las obras comenzaron pocos meses después y la fundición de hierro se inició en mayo de 1793.

El 20 de junio de ese año, Ibáñez se ofrece para fabricar municiones en la factoría; el contrato para tal se formaliza en 1796, quedando obligado Ibáñez a poner toda su producción al servicio del material bélico, por un periodo de seis años, siendo sucesivamente renovado. Este contrato fijaba el número de acarreos forzosos de la madera combustible de los hornos y su reparto entre los vecinos que establecería Ibáñez. El total de la producción balística en 1794-1807 fue de 141.884 quintales. En cuanto a la plantilla, hacia 1798 trabajaban en la fundición 54 operarios. El carbón vegetal, era obtenido de la madera de los bosques circundantes y provenía de especies autóctonas (sobre todo castaño, pero también tejo, abedul, madroño). Para obtenerlo, se trajeron carboneros de Vizcaya y Navarra que enseñaron su técnica a los lugareños. Como ya había sucedido en 1788, el asunto de la explotación forestal será fuente de constantes disputas tanto con los vecinos como los señores dueños de montes y tierras en la comarca, lo que incluye a los párrocos que ejercían autoridad moral y formal sobre las propiedades de la Iglesia. Hasta aquí la historiografía de un proyecto industrial que choca con señores civiles y religiosos quienes se oponen al cambio en las tradicionales forma de vida relacionadas con su papel de colonos, llegando hasta la primera huelga revolucionaria un 30 de abril de 1798.

Por lo que antecede echo de menos un triángulo cultural permanente con guías ilustrados que exploten, con la aquiescencia activa de la Diputación Provincial de Lugo, un circuito que partiendo del Museo Provincial del Mar visite: Sargadelos-Épica ballenera (Centro temático en La Atalaya de San Ciprián)-Historia del puerto de San Ciprián como asiento para los materiales para y de la factoría de Sargadelos, y desde luego con la historia de la construcción de barcos que serán la flota para las mercancías de la factoría, incluida la creación de la aduana en 1850.

La oposición vecinal al proyecto de Ibáñez reapareció a causa del beneficio de la madera de los montes próximos y por los acarreos obligatorios con un justiprecio considerado como pobre. Las diatribas irán empeorando y en 1798 corre el rumor que acusa a Ibáñez de no pagar los derechos del consumo de leña y mayores exigencias sobre servicios en los bosques- la conducta de Ibañez para cuidado y explotación de los bosques permitiría a Jovellanos crear la primera ley de montes-. Los ánimos fueron exaltándose poco a poco hasta que, el 30 de abril de ese año, una muchedumbre asaltó la fábrica, saqueó y prendió fuego a sus instalaciones y al propio pazo del propietario, que escapó de milagro. La convocatoria había sido formulada por autoridades locales —notables y sacerdotes—, en ella tomaron parte unas 4.000 personas. El motín se saldó con un tiroteo en el que hubo un fallecido y graves destrozos, desembocando en un largo pleito con 800 encausados.

Un capítulo sobre el que merece la pena detenerse en su explicación pues será causa de la militarización de la factoría y del odio que impulsará el linchamiento de Ibáñez un 2 de febrero de 1809 en plena francesada.