Compartí hace apenas tres semanas una conversación en su compañía, con luz y taquígrafos, con cámaras y micrófonos, con focos y cables, pero a los dos minutos la sensación es que estábamos los dos solos, sin testigos, sin guiones, charlando animadamente, resueltos y decididos a echar la tarde. Sin disimulo
nos fuimos encontrando cada vez más cómodos.
Como esos dos futboleros ya curtidos que en una tarde casi otoñal pasan revista a sus andanzas por esos campos de Dios. Estadios donde el barro era un acompañante habitual en el lluvioso invierno del norte. Recordamos nuestras añoradas infancias y adolescencias siempre acompañadas de un balón. Donde la calle servía para entrenar y practicar, donde el fútbol se hacía presente cada día. Revisamos nuestros inicios casi profesionales, con las idas y venidas, con nuevas salidas y finalmente en Viveiro. Su espacio, su paz, con su gente, con su familia. Cantarrana, el mítico estadio, recientemente rebautizado como Cantarrana-Kiko Rey, nos sirvió de escenario solemne. Créanme si les confieso que no hubiera cambiado esa charla por una con Pep Guardiola en el Etihad Stadium, o con mi venerado Franco Baresi en San Siro. Kiko Rey compartió momentos y emociones, instantes e impresiones. Opinamos, debatimos. Reímos y recordamos.
Kiko está jugando un partido comprometido, probablemente el partido más injusto que uno pueda competir. Lo hace con generosidad, con optimismo, con ánimo. Especialmente lo hace con el ejemplo. Transmite serenidad, calma, sosiego, aplomo, entereza y valor. En el terreno de juego fue un deportista integro, honrado y fuera de él, continúa siendo una persona intachable, honesta, fiable. Recibe los distintos homenajes y distinciones con una gratitud conmovedora. Es realmente un modelo para todos.
En un mundo donde la polarización es una constante, donde la competitividad, la insolidaridad son incesantes, personas como Kiko nos demuestran que no todo está perdido que hay esperanza, y nadie mejor que él para demostrarlo cada día, porque cada día para él es un regalo. Deberíamos copiar e imitar su valentía, su entereza y especialmente su humildad.
Por supuesto que en ese partido que jugamos, durante esa hora y media larga que duró nuestra charla, me ganó por goleada, sucumbí de forma sublime a su gestualidad, a su expresividad, a su ingenio y especialmente a la empatía que me transmitió en cada palabra, en cada gesto.
Sigue apasionado con el fútbol y dedica parte de su tiempo a entrenar al equipo cadete del Viveiro. No encuentro mejor maestro para desarrollar no solo habilidades y destrezas futbolísticas a los chicos que instruye, también los valores y enseñanzas que le han acompañado y siguen haciéndolo en su vida.
Gracias Kiko por tantas vivencias en hora y media, por aprender a relativizar lo menos importante, por enseñarme a disfrutar cada día, cada minuto, cada segundo de mi vida.