Hace unos años, creo que fue en 2010, conocí a una pareja en mi trabajo, en la facturación de Iberia en la T4 de Madrid. Me puse a hablar con el chico, que se llamaba Fran Grela (delegado del Obradoiro) y tuvimos la oportunidad de charlar un rato. Cuando se marcharon nos pasamos los nombres para buscarnos por Facebook y seguir en contacto. Nos habíamos caído bien. Empezó una amistad a través de Facebook y un día vi la foto del ascenso del Obradoiro publicada en el muro de Montse. Le pregunté que qué celebraban porque hasta ese momento yo no me había percatado de nada, y me contó la historia del Obradoiro. Hasta ahí, digamos que todo normal?
Cuando empezó la temporada 2011-2012 me avisó Fran por si quería ir a verles jugar, ya que venían al partido ante el Madrid. Por motivos personales aquel día no podía ir, pero quedamos en vernos en el aeropuerto, ya que no nos habíamos vuelto a coincidir desde el día que nos conocimos. Allí que fuimos, mi marido, mis dos hijos y yo.
Mi hijo mayor ya jugaba al baloncesto, así que es fácil imaginar la cara de alucinado cuando vio «jugadores de verdad», como decía él. A partir de ese día empezamos a seguir la trayectoria del equipo y a sufrir, porque aquella temporada sufrimos de lo lindo. En febrero nos decidimos a ir a Santiago y ver al equipo jugar en su casa. Flipamos. Ese Miudiño cantado por miles de gargantas pone la piel de gallina al más frío del mundo. Jugaba el Caja Laboral y ganamos. Celebración por todo lo alto, yo hasta me emocioné de ver lo felices que estaban. El día que se consiguió la permanencia, aquel año, mi marido y yo lloramos abrazados en la cocina. Hemos ido a ver los partidos que juegan en Madrid y en Valladolid y este es el tercer año que vamos a Santiago a disfrutar con ellos.
A los jugadores les llamo «mis niños», algunos por edad podrían ser hijos míos. Mi sentimiento por este equipo va más allá que la afición deportiva, siento verdadero cariño por todos y cada uno de ellos, y cuando pierden lamento más su pena que el partido perdido. El sábado estaremos por allí, en Sar, cantando el Miudiño y levantando nuestra bufanda, si la emoción me lo permite.