Luis Piedrahita consiguió que el auditorio se desternillara, pero no aclaró por qué los columpios se construyen en los charcos
23 mar 2010 . Actualizado a las 02:00 h.No es solo el rey de las cosas pequeñas, es también un niño grande que no quiere crecer. Por eso el humor de Piedrahita no gira en torno a la crisis económica ni sabe de términos como IVA o IPC. Sus monólogos se centran en las pequeñas disputas fraternales, en los ingredientes de los yogures y en las dificultades que los hombres tienen para no mear fuera del tiesto.
Se presentó en el auditorio sin disfraz ni parafernalia. Así tal cual, como sale en la tele, con su flequillo rebelde. Y ofreció más de lo mismo. O sea, lo que sabe que quiere su público. Esas reflexiones surrealistas sobre lo cotidiano que todos nos hacemos a diario pero de las que no somos conscientes hasta que él le da forma. Y se ganó a la parroquia. Solo así se puede entender que cuando preguntó qué era una aceituna, alguien desde el público gritara: «¡El envoltorio de una anchoa!». O que otro asegurara que la parte más sensible de su cuerpo era la dentadura.
El príncipe del humor televisivo con síndrome de Peter Pan entró preguntándose por qué los adultos construyen los columpios siempre encima de un charco, monólogo que lo mantuvo el domingo una hora y media larga sobre el escenario del auditorio de Vilagarcía. Hora y media en la que consiguió contagiar su espíritu liliputiense a un entregado público con el que reflexionó sobre por qué las maletas tardaron tanto en llevar ruedas, por qué las madres amedrantan siempre con las mismas frases categóricas o por qué es imposible que una cuajada haga amistad con una pila bipolar en la cadena de cobro de un supermercado.
También habló mucho de frutas, pero no consiguió desvelar si las naranjas se llaman naranjas porque son de color naranja o si al naranja se le llama naranja porque las naranjas son del mismo color. Y después de barruntar sobre las columnas invisibles de los garajes, el tiempo que lleva preparar una maleta o los chistes de mal gusto tipo Rosa Díez, se despidió. Y su rejuvenecicido público se marchó con una sonrisa en la boca, pero sin saber qué habrá sido antes, si el charco o el columpio.