Una cerámica hecha para resistir

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

Los herederos de Ramón Diéguez mantienen vivo en Pontecesures un proyecto empresarial y cultural que nació en 1925 y que fue apadrinado por artistas como Asorey o Castelao

31 ene 2025 . Actualizado a las 20:52 h.

Camina erguida, con el cuerpo bien envuelto en ropa para espantar el frío. Lleva la cara arrebolada por el esfuerzo: debe pesar lo suyo el ternero que trae en brazos, sabe Dios desde dónde. No se confundan, el animal no es una mascota mimada: es un tesoro. El tesoro que alimentará a la familia de la joven a la que estamos mirando. Iba camino del mercado de Santiago cuando fue convertida en una imagen de cerámica gracias a la alianza, firmada a principios del siglo veinte, por el maestro de los escultores de Cambados, Francisco Asorey, y la Cerámica Artística de Cesures, convertida poco después en la Cerámica Celta.

La empresa, con casi cien años a cuestas, mantiene un pulso tan suave que muchos pueden creer que ha desaparecido. Pero no es así. Los herederos de aquel sueño artístico, cultural e industrial que nació en 1925, mantienen vivo, aunque a ralentí, «un legado» al que se asoman nombres como el de Asorey, Castelao, Maside, Torres... El peso de esos nombres les obliga, explica Fina, una de las herederas, a dar solo pequeños pasos, a producir sobre pedido, a vender solo en aquellos lugares en los que se respeta el prestigio de la Cerámica Celta, que ahora lleva la apostilla de La Calera para evitar malos entendidos.

¿Confusiones?

Y es que malos entendidos, más o menos inocentes, haberlos haylos. Por un lado están todos aquellos que, por desconocimiento, confundían la Cerámica Celta con piezas heredadas de la tradición de los castros. Por otro, estaban los que intentaron apropiarse del buen nombre de la empresa sostenida por Ramón Diéguez. Cuando este murió, allá por los años sesenta, la empresa ya había iniciado su declive. Su agonía aún habría de prolongarse hasta los noventa, cuando la fábrica cerró durante unos años. Resucitó de sus cenizas, y lo hizo con el poder, las formas y los colores que tienen las cosas auténticas. Y gracias a esa fuerza que da la verdad, logró imponerse a los imitadores que habían intentado ocupar su sitio. Ahora, trabajando sin hacer ruidos, siguen los herederos de Ramón Diéguez. Manteniendo vivo un legado que, dicen, nos pertenece a todos.

La colaboración de los personajes más creativos de toda Galicia

La Guerra Civil y la dictadura tuvo consecuencias desastrosas en la Cerámica Celta. Durante aquellos años oscuros, Ramón Diéguez y el que fue su mano derecha, Víctor García, permanecieron en Pontecesures. La suya fue una decisión arriesgada, ya que durante los años anteriores a la guerra ambos habían tejido firmes lazos de amistad y proximidad con algunas de las grandes figuras del mundo galeguista. Castelao, de hecho, fue uno de los grandes colaboradores de la empresa. Pero la nómina, que había arrancado ya con Asorey en la etapa de la Cerámica Artística, se completaría después con Maside, Torres, Sobrino, Acuña, Bonome o Sesto. Todos ellos visitaban Pontecesures cargados de diseños e ideas. Todos contribuyeron a crear un clima de efervescencia cultural y artística que atraería, en 1935, a Ramón María del Valle Inclán, que quiso echar un vistazo a aquel pequeño taller situado a orillas del Ulla, muy cerca de donde se encuentra ahora la fábrica de Nestlè.

Cuando estalló la guerra parecía que todo iba a irse al traste. Buena parte de los artistas que colaboraban en el diseño de las cerámicas partieron al exilio. Para sobrevivir en el nuevo contexto de opresión cultural y política, la cerámica se reorientó, no quedaba otro remedio. Y logró sobrevivir gracias a objetos de uso cotidiano, como ceniceros o jardineras. El brillo de su primera década de vida se había esfumado. Ahora, hay quien intenta resucitarlo.

La firma que se cocinó en Casa Castaño

Eugenio Escuredo era un emprendedor nato. Vigués de nacimiento, llegó al Baixo Ulla para ponerse al frente de una fábrica de ladrillos de Campaña. Pero los ladrillos no colmaban sus inquietudes artísticas, así que en 1925 construyó un horno en O Cantillo, contrató a un artesano portugués y trazó las líneas maestras de la Cerámica Artística de Pontecesures. Cuando su proyecto apenas estaba esbozado, el industrial Escuredo conoció a un Francisco Asorey que ya había empezado a saborear las mieles del éxito. Algunas de sus esculturas más emblemáticas -A Naiciña, O Tesouro-, pasaron de la piedra a la arcilla y entraron a formar parte de la historia de la cerámica gallega.

Escuredo, orgulloso de aquellas primeras piezas y de su acabado en mate, se lanzó a venderlas por todo el mundo. Con ellas conquistó Cuba y toda aquella América llena de emigrantes. Pinchó, eso sí, en Europa, donde nadie parecía entender el encanto de una joven campesina con un ternero en brazos.

Pero en 1926, Escuredo decidió abandonar su aventura cerámica. La historia habría terminado ahí si no fuese porque Ramón Diéguez, el propietario de las Caleras del Ulla, decidió lo contrario. Era este hombre uno de aquellos personajes lleno de ideas y energías que poblaban la pujante Pontecesures de hace cien años. Se encontraba con sus amigos en Casa Castaño, en un reservado en el que se hablaba de cultura, de política y de lo que hiciese falta. Es fácil imaginarse a Ramón Diéguez consultando con los demás tertulianos su idea: la de tomar las riendas de la empresa que había fundado Escuredo. Negoció con este el traspaso de los moldes de la Cerámica Artística y refundó la experiencia. Nacía así, en una etapa en la que se buceaba en los castros para encontrar los orígenes de Galicia, la Cerámica Celta.

Los talleres en los que se producía la cerámica se instalaron en Porto, donde funcionaban los hornos en los que se cocía la cal y en los que se fabricaba la histórica piedra «Pote», con la que en casi todas las casas se limpiaban las cocinas de hierro. Hasta aquellas dependencias viajaban con frecuencia Castelao y Maside, cuya colaboración en el diseño de piezas y decoraciones llevó a la firma a una etapa de gran esplendor. Luego llegó la guerra, y con ella, el lento ocaso de la Cerámica Celta.