El Casino Rojo del PSOE

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Mónica Irago

La mejor manera de integrarse en Vilagarcía es afiliarse a un partido político

14 abr 2019 . Actualizado a las 20:20 h.

La mejor manera de integrarse en Vilagarcía es militar en un partido político. Un forastero que llegue a esta ciudad, puede hacer pádel, vela o running, apuntarse a un gimnasio, salir a setas en grupo, hacer pandilla en el parque de A Xunqueira con los padres de otros niños o hacerse socio del Arousa y todo eso le ayudará a integrarse, pero la manera más sencilla de pertenecer a un grupo, sentirse acogido y partícipe de un proyecto en común y hasta de conseguir apoyos para un trabajo o para cualquier problema es apuntarse a un partido, sobre todo al PP o al PSOE. No se trata de hacer lobby ni de jugar al caciquismo, se trata de conocer gente, de ser aceptado y de tener un sitio al que acudir para participar en actividades, proyectos, charlar, emocionarse y sentir, en fin, que uno ya es vilagarciano.

Hace unos días, el PSOE local presentaba un libro sobre los 110 años de socialismo en Vilagarcía. No he leído la publicación, pero supongo que repasará el devenir histórico y político de esta formación política en la ciudad. Aunque lo más interesante del PSOE, del PP, del BNG, de EU y de los nuevos partidos es cómo han vivido y viven sus militantes de base la política y el día a día.

El PSOE, por ejemplo, siempre ha sido una institución con mucha vida social. Con la llegada de la democracia, su magnífica sede de la calle Castelao le otorgaba una presencia formidable. Es más, cuando algún ministro o líder nacional visitaba la ciudad, se quedaba asombrado al descubrir ese local magnífico, amplio y tan excelentemente situado, que era codiciado por gestorías, consignatarias, financieras o clínicas de salud. ¡Qué estupenda fachada para una clínica dental!, exclamaba hace años un conocido dentista cuando empezaba la fiebre odontológica.

La sede del PSOE tenía un bar que hacía las veces de casino rojo, un salón con vistas a dos calles donde al atardecer se reunían los militantes veteranos para hacer tertulia. Su salón de actos permitía impartir conferencias y realizar asambleas muy concurridas y en otra sala amplia y cómoda se organizaban las noches electorales cuando aún no había ordenadores y los resultados se escribían en grandes pliegos de papel pegados en la pared.

Aunque el PP o el PSOE se asocien con los nombres de Recuna, Rivera, Gago o Fole, el alma de los partidos mayoritarios vilagarcianos eran sus militantes de base, que nunca ocupaban un cargo ni aspiraban a nada que no fuera luchar por el partido y ganar cuanta elección se celebrara. Ciudadanos anónimos excepto dentro del partido como Berete, Castellanos, El Estudiante, David, Meléndez, Búa, la mayoría ya fallecidos, pero que habían convertido el PP y el PSOE en un modo de vida.

Cuando llegaban las elecciones, pegar carteles se convertía más en un acto moral y de amor que en una destreza. Armados de cubos de cola, escobas y pósteres de Felipe o de Fraga, partían de las sedes a medianoche para disfrutar de unas horas de febril actividad empapelando la ciudad de fotos de sus líderes y mensajes ya históricos: «Por el cambio»… «Galegos coma ti»…

En estos tiempos de campañas telemáticas, puede mover a la risa recordar las peleas nocturnas entre militantes maduros y sensatos por un trozo de pared. No era raro que en las noches de pegadas hubiera algún escobazo y el hecho de que un cartel del PSOE tapara uno del PP o viceversa se vivía como una tragedia.

Después estaban los mítines. La caravana electoral doméstica visitaba todas y cada una de las parroquias repitiendo mensajes parecidos campaña tras campaña. Recuerdo con ternura la simpleza eficaz de los discursos de Seso Giráldez y de Romay Beccaría. El primero despotricaba contra los poderosos y los millonarios del PP, culpables de todos los males, mientras algún simpatizante, vestido con mono y recién llegado desde su taller a la taberna del mitin, apostillaba: «Iso, iso, os ricos, os ricos». Romay se hacía cada tarde-noche un recorrido por media docena de pueblos del interior y en todos repetía lo mismo: animaba a los campesinos a no dejar de votar el domingo, no fuera a ser que por ordeñar la vaca un día, luego vinieran los socialistas y se las ordeñaran el resto del año, y se marchaba hacia la siguiente aldea invitando a los asistentes a comer empanada, pulpo y callos, convenientemente dispuestos en varias mesas del bar-auditorio.

Las jornadas electorales eran días de fiesta mayor. Y ahí siempre había clases: por un lado, estaban los interventores, o sea, los pringados, que pasaban todo el día en una mesa electoral vigilando lo que hacía el interventor contrario. Por otro lado, estaban los señoritos, es decir, los apoderados, que pasaban el día de mesa en mesa y de bar en bar, haciendo vigilancia volante por las aldeas y las corredoiras. Aunque todos, apoderados e interventores, del PSOE y del PP, tenían un objetivo: descubrir cómo acarreaban votantes los del otro partido y denunciarlo. Al final, no se trataba solo de ganar, sino de quién era más listo. Ahora, con tanta red social, todo es más aburrido, aunque hay algo que no ha cambiado: la mejor manera de integrarse en Vilagarcía es afiliarse a un partido.

La sede del PSOE era codiciada por gestorías, consignatarias y financieras

Para Berete, Castellanos, El Estudiante o Búa, PP y PSOE eran un modo de vida