Criadillas de cerdo y croca de ternera

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

El hilo musical de la plaza de Vilagarcía es su bullicio incesante y su runrún

27 sep 2021 . Actualizado a las 20:21 h.

La plaza de abastos de Vilagarcía es más una costumbre que un mercado, tiene más de tradición que de transacción. La primera sorpresa cuando llegué a la ciudad hace 40 años fue que aquí no había ningún supermercado. Los productos del día, lo básico, el arroz, la sal o el tomate frito, lo comprabas en la tienda del barrio y para lo demás, esperabas al martes o al sábado para comprar a lo grande en la plaza y en el mercado.

Han pasado muchos años y han llegado muchos súper y muchos híper, pero lo primero fue un hipo, sí, el Hipomercado de la calle de los minicines… Bueno, primero fue el hipo y después, el cine. Aquel Hipomercado fue un alivio porque te permitía comprar como en el resto de España y aunque no se valoró su apertura como merecía, puso a Vilagarcía en el camino de la gran ciudad de servicios que es hoy, con dos grandes superficies comerciales y una decena de medianas superficies bien surtidas.

La cita del sábado

Pero la plaza sigue siendo la plaza y por muchos metros cuadrados de ventas de alimentación que abran en la ciudad, nada iguala a una mañana de martes o sábado encontrándote con media ciudad, comprando el mejor pescado y la mejor carne, llevándote a casa un pedazo de hogaza, unos churros, un ramo de flores y las verduras de las mejores huertas de Corón.

Así es Vilagarcía: por la tarde a Mercadona, a Gadis, a Eroski, a Alcampo, a Froiz, a Lidl o a Súper Nito y por la mañana, a la plaza, donde lo mismo compras un albariño de capricho y unas latas de lujo en Los Pepes, lo mejor de lo mejor, que un queso en la de Loli.

La plaza de Vilagarcía ha conocido varias remodelaciones en los últimos 30 años. En la primera, recuerdo que los dueños de los puestos anunciaron en la presentación de la reforma que la plaza tendría hasta hilo musical. Yo creo que no lo han puesto y si suena, no se escucha. La plaza tiene su propio hilo musical característico: ese bullicio incesante, ese runrún que sería molesto en cualquier lugar menos en este espacio de vida y mercancías donde se mezclan los gritos de las vendedoras de peixe con los de las pementeiras. Es un batiburrillo de gente y de voces, de saludos, peticiones de vez y discusiones por temas tan divertidos como el rojo de las agallas de un abadejo, la blandura de una pieza de ternera o la frescura de un manojo de cebollas.

La plaza se ha dignificado, es cada vez más humana y más cómoda y su funcionalidad se agradece. Pero la gracia de las reformas es que no han acabado con su pátina característica, con el aroma, el xeito y la sensación. Uno accede a la plaza de Vilagarcía y siente que está entrando en una novela de la Pardo Bazán o en una escena de Los gozos y las sombras. Por mucho que cambie el suelo, se modernicen los puestos, unifiquen la señalética y redistribuyan las secciones, la plaza tiene más fuerza que las reformas y se acaba imponiendo el espíritu enxebre al diseño de vanguardia.

No hay arquitecto ni ingeniero de logística que sea capaz de acabar con el espíritu de la plaza de Vilagarcía. El olor, el ruido, el ambiente y el producto parecen imperecederos, seculares, eternos. Son parte de la idiosincrasia de la ciudad y nos recuerdan dos días cada semana quiénes somos y de dónde venimos. Y cuando vives fuera, llegas a Vilagarcía y deseas fervientemente que llegue el martes o que sea sábado para con un simple paseo por la plaza sentir que nunca te has ido y que este es tu territorio.

En la plaza he aprendido a distinguir el pan de Cea del de Carral y los pimientos de Padrón verdaderos de los falsos, la diferencia entre la merluza de la ría y la de Gran Sol o por qué el churrasco de cerdo está más sabroso que el de ternera, aunque sea más barato. En la plaza se han reído de mí o se han reído conmigo el día que pedí criadillas de cerdo, aclaré al carnicero y a la concurrencia que se trataba de testículos de porco y cuando me afearon que le diera de comer eso al perro, respondí que no eran para el can, sino para mí y que las criadillas, cortadas en rodajas, rebozadas en harina y huevo y fritas, estaban deliciosas. Primero hubo una reacción de asco y luego nos reímos todos mientras el carnicero me convencía de que mejor me llevaba una pieza de croca. Y así descubrí la carne que más me gusta.

Una huevera y una lechera

Para no romper con aquel espíritu de novela de época que emanaba de la plaza, nada más llegar a Vilagarcía me compré una huevera y una lechera como si fuera a protagonizar un cuento con granjeras y pastoras. Paseaba por la orilla del Con buscando a las lecheras de El bosque animado para que me sirvieran con cazos su mercancía recién ordeñada. Me pasé. No era para tanto: los huevos y la leche se vendían en recipientes de cartón, pero en lo demás, la plaza de Vilagarcía era una plaza de cuento. Y lo sigue siendo.