
Alumnos del CEIP Torre bucean, con sus familias, en las tradiciones locales y recuperan viejas costumbres de mano de un trabajo escolar
02 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Hoy hay colegio en A Illa, pero es probable que las aulas del centro estén medio vacías. Es 2 de noviembre, Día de Difuntos, y en esta localidad arousana esa fecha sigue teniendo un significado especial. La rapazada aprovecha la jornada para ir de casa en casa, llamando a las puertas y pidiendo «unha limosniña polos defuntiños que van alá». La tradición ha evolucionado con los años, difuminándose y contagiándose de otras festividades como el famoso «truco o trato» y sus disfraces, o el Samaín y sus calabazas iluminadas. «É como se lle botaramos unha manta por riba ás nosas propias tradicións», explica el Javier García. Javier es profesor de sexto de Primaria en el Torre-Illa. No es de esas personas que creen que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí es consciente de que la nueva realidad nos ha hecho perder algunas cosas buenas y, sobre todo, muchas referencias que nos ayudan a ubicarnos en el mundo. Por eso, aprovechando la festividad de Difuntos, ha querido tirar de esa manta de uniformidad cultural que lo impregna todo últimamente y sacar a la luz algunas de las viejas tradiciones, ritos y gamberradas que, con la llegada de noviembre, eclosionaban en A Illa no hace tantos años.
Así que el alumnado de sexto se vio impelido a llamar a la puerta de sus abuelos y abuelas, de sus familiares de más edad, para preguntarles cómo vivían, durante su infancia, la festividad de difuntos. Convertidos en investigadores de la memoria colectiva de A Illa, rapaces y rapazas encendieron las grabadoras de sus teléfonos y dejaron hablar a quienes guardan tantos recuerdos de aquellos tiempos, no tan lejanos, en los que tal día como hoy la rapazada salía a pedir «polos defuntiños». «E que vos daban?», preguntan las voces infantiles. Las respuestas hablan de patatas, de castañas, de espigas, de mandarinas, de pan, de patacones... Los dulces no forman parte de esa lista. Tampoco los disfraces aparecen en los recuerdos compartidos por las personas mayores. «Daquela non se andaba vestido de Carnaval; eran días de rezar e ir ao cemiterio, nada de ir de choqueiros», relata un abuelo, que también recuerda con viveza como, antes de recibir la «limosniña» en la puerta de una casa «había que rezar un Padre Nuestro».
«As cousas cambiaron moito; o único que non cambiou é a ilusión por ir pedir», cuenta el profesor Javier García. El mundo se ha transformado tanto que hasta las tinieblas en las que anidaban los miedos que rodean al día de Difuntos se han visto desplazadas por la luz eléctrica -los miedos es otro cantar; siguen ahí, aunque no sepamos qué hacer con ellos-. Antes, en A Illa, estos primeros días de noviembre venían acompañados por el escintilar de luces en las ventanas de las casas y en el cementerio. Eran las «mariposas», unas candelas hechas con agua, aceite, un corcho y una mecha. Se ponían en casa, una por cada ser querido que faltaba. Y en el cementerio, para iluminar la noche de encuentro entre el mundo de los vivos y de los muertos.
Javier García estuvo investigando sobre cómo hacer esas candelas, e incluso las utilizó en clase, aprovechando para dar una lección de ciencia. «Descubrín que unha tenda da Arousa aínda as vende», así que se hizo con un buen surtido que convirtió en regalos de agradecimiento para los familiares que colaboraron en el proyecto de la clase aportando su recuerdos.

«Daquela dábannos pan, espigas, patacas... Moito non daban porque non había»
Cuando hoy se abran las puertas a la llamada de la cativada arousana, en las bolsas y cestas caerán, sobretodo, dulces. En algunas entidades, como la Asociación de Mexilloeiros Illa de Arousa, han anunciado que este año repartirán plátanos -es un gesto de solidaridad con otra isla, la de La Palma- y material escolar. Es una forma, explican desde el colectivo, de luchar contra el exceso de chucherías que gobierna estos tiempos, una muestra como otra cualquiera del consumismo exacerbado que nos rodea. «Antes, o que se recollía en Defuntos non se tiraba», cuenta Javier García. «Daquela dábannos, pan, espigas, patacas... Moito non daban porque non había», relatan las entrevistas grabadas por los alumnos de sexto de Primaria. En ellas se habla de otras muchas cosas. De como en aquellos días era tradicional «comer o caldo». Y de como, a través de las travesuras y las gamberradas, se intentaba espantar ese miedo y ese respeto cerval que la muerte y los muertos -incluso los queridos- inspiraban y siguen inspirando. Así, hay quienes recuerdan «facer tutelos e poñerse no camiño do cemitero» a disparar a todo el que por allí pasase, o subirse al campanario de la iglesia. Aunque la trastada más corriente era salir a robar fruta de los árboles de los vecinos. En ese sentido, este ejercicio de memoria colectiva sirvió para recuperar la historia del señor Pililo, un hombre de cabello blanco que vivía en lo alto de A Illa, junto a la iglesia, en una casa con una huerta llena de frutales, que acabó convertido casi en un ser mítico de A Illa. Pero esa será, claro, otra historia.