Una feria del libro distinta

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Vilagarcía Cidade do Libro rompe con los esquemas que se estilan en otros certámenes españoles

11 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando le preguntaron a Woody Allen por lo mejor de ser escritor, respondió que lo mejor de escribir es escribir. Algunos piensan que lo mejor de la escritura es la fama, el dinero, conocer gente, recorrer España «hablando de mi libro»… Pues no. El cineasta americano tiene toda la razón y su afirmación no es producto de sus neuras, sino de la experiencia que supone sentarse tranquilamente ante un folio o ante un ordenador y empezar a contar una historia, a desgranar un pensamiento, a abrir el alma en un ejercicio lírico y poético.

Un tópico recurrente con los escritores es el del locus amoenus para escribir, el espacio mágico donde surgen solas las palabras y la inspiración sobreviene con fuerza. Una terraza frente al mar, una mesita en un valle florido, una habitación con un ventanal sobre el sky line de una gran ciudad. Parece que en un lugar así, la literatura surge sola, como por ensalmo. Si escribes en un sitio bonito, lo que escribas también tiene que ser bonito. Craso error.

El espacio no hace al escritor. Tampoco el ambiente. Ni tan siquiera el estado de ánimo. Se escriben grandes obras en trance de desesperación, carcomido por la ansiedad, encerrado en una habitación oscura y sin ventanas, a la luz de un viejo flexo, con el ruido infernal de la calle cruzando las paredes de pladur del hogar. No hay, en fin, ningún truco que haga brotar la inspiración. Es más, ni tan siquiera existe la inspiración. Y en caso de existir, surge de vez en cuando y no puedes depender de ella para redactar un ensayo, una narración, un poema… Escribir es un trabajo profesional y la inspiración, o mejor, la escritura surge porque te sientas a las siete de la mañana y te pones. No hay más. Bueno, vale, concedamos que a veces nos sobrecoge una inspiración tan fuerte que no podemos controlarla y nos ponemos a escribir sin remedio.

Pero eso ocurre muy raramente y es incluso peligroso porque disfrutas tanto escribiendo que confundes lo que sientes con lo que creas y no siempre coincide el placer de escribir con el resultado de la escritura y la percepción del lector. Es como hacer el amor: una cosa es el placer que sientes y otra muy distinta el placer que das.

Cuando uno empieza un libro, ha de pasar por los mismos estados que padece o disfruta un opositor, un estudiante de un examen de 400 folios —¿aún se estudia en folios?— o un místico. Son las tres vías que superaron San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús: una primera o purgativa en la que el escritor se desprende con dolor de las ataduras al presente, supera las tentaciones del mundo, se despoja de placeres, deseos y pasiones, olvida el sufrimiento y la angustia y llega a la vía iluminativa, que es cuando, purgados ya los anclajes al hoy y con fuerzas para resistir la llamada de las redes sociales, que vibran y tintinean a cada rato, encuentra el camino de creación, urde la trama, avanza con los personajes y llega al éxtasis total o vía unitiva en la que el escritor y su obra son todo uno.

A partir de ese momento mágico, todo fluye armoniosamente y llega el momento Woody Allen, cuando el escritor descubre que lo mejor de escribir es escribir y disfruta, y no para, y la obra se desarrolla, crece y satisface… Hasta que se acaba el libro y entonces empieza el calvario: hay que promocionar y vender el producto y eso supone convertirse en lo más parecido a una pulpeira, todo el día de aquí para allá, vendiendo en mercados, de feria en feria, cambiando el aceite, el pulpo, la sal y el pimentón por el olor a tinta y papel y la textura de las hojas y las portadas. El escritor, cuando deja de ser feliz escribiendo, se convierte en un esclavo de su obra: debe explicar su libro, alabar su libro, vender su libro.

Pero no solo eso. También ha de buscar alguien que se lo presente, intrigar para que no lo pongan a dar la charla a las once de la mañana de un martes en medio de un parque y lloviendo. En fin, escribir es un placer hasta que se acaba de escribir y entonces ya es un suplicio. Excepto si toca venir a la Feria del Libro de Vilagarcía de Arousa, Cidade do Libro.

Desde el pasado mes de abril, he sido pulpeira en seis ferias del libro y en todas se repetía el mismo esquema: media hora para la presentación, un presentador o presentadora que dice que eres maravilloso y muy buena persona y que después de García Márquez, tú. Y tú sonríes sin saber cómo reaccionar y sueltas una chapa sobre tu novela que solo le interesa a tu madre porque, sinceramente, a ella todo lo tuyo le parece bien.

En Vilagarcía es distinto. Nuestra Feria del Libro es una fiesta completa en la que no te sueltan discursos aburridos porque se imponen los diálogos con moderadores animosos. Es una feria divertida que rompe con el esquema clásico que se estila en Badajoz, Toledo o Sevilla. Animación, teatro, conversas, obradoiros, cuentos, recitales…

Empieza mañana lunes. No se la pierdan.