
Cómo ser experto en juguetes, parques, cumpleaños, mascotas y zarrios infantiles
22 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Desde que soy abuelo, el 25 de mayo hizo de eso dos años, he aprendido más que en 60 años viajando, leyendo y viendo. Ahora soy experto en juguetes, parques, cumpleaños infantiles, mascotas, zarrios… Zarrios es un programa de la televisión pública de Aragón, el título de una exposición del artista José Manel Ciria y un sinónimo de trasto, cachivache, pingajo… Desde que soy abuelo, he aprendido a convivir con los zarrios.
Me descompone, y a la vez me fascina, la cantidad de juguetes, artefactos y aparatos que necesitan los bebés modernos. Sus casas parecen una mezcla de juguetería, farmacia, mercería y bazar. No es posible dar un paso sin tropezar con un peluche, un tapete, una trona, una sillita, un recinto vallado, un juego didáctico, otro recinto… ¡Caramba, un gato!
En casa de mi hijo y mi nuera viven también mi nieta Minerva y dos mininos: el gato Hodor y la gata Yun. Minerva se llama así no por pasiones mitológicas, sino por una canción del grupo de rock Deftones titulada precisamente Minerva. Hodor toma su nombre de un personaje tremendo de Juego de Tronos y creo que Yun era un guerrero, o quizás guerrera, del vídeo juego Street Fighter que tanto entretenía a mi hijo en los años 90. Además de Hodor y Yun, gatos residentes, en casa de mi hijo y mi nuera se alojan esporádicamente gatos de paso, que están allí unas semanas porque los han adoptado en Alemania y, mientras les consiguen un pasaje, se quedan de pensión.
Mi hijo, mi nuera, mi mujer, mi suegra y un servidor tenemos nombres extraídos del santoral, no de canciones. Y en casa de nuestros abuelos siempre hubo gatos, pero no tenían nombre, se les cuidaba lo justo, se alimentaban con sobras y tenían un oficio: cazar ratones. Si eran diestros y esforzados cazadores, obtenían su premio, si eran perezosos y remolones, a buscarse la vida porque no había sobras para ellos. Conviviendo con aquellos gatos, aprendías que en esta vida hay que trabajar para comer. Conviviendo con Hodor y Yun, aprendes que holgazanear también tiene premio.
Pero volvamos a los zarrios porque ese pandemonio de cacharros que preside las casas de nuestros nietos tiene su continuidad en las casas de los abuelos. Desde que en julio de 1986 empecé a escribir en La Voz de Galicia, mi estudio ha sido un lugar tranquilo y despejado donde solo había butacas, mesas, ordenadores y libros. Desde que tengo nieta, escribo rodeado de una hamaquita gris, una trona blanca, un osito morado, un gatito verde, un muñeco cursi que dice moñadas si aprietas su corazón rojo y un útero rosa.
El juguete que inquieta
¡Un útero rosa! ¿Se imaginan ustedes lo que supone escribir estos Callejones del Viento teniendo frente a mí un útero de color rosa? Ya, ya sé que es un peluche pedagógico, igualitario, educativo y moderno, pero impresiona. Detengo la escritura para reflexionar, levanto la cabeza, pierdo la mirada buscando inspiración y allí está el útero. Porque el gatito verde y el osito morado son inocuos y asépticos, pero el útero deja perplejo, inquieta, hace pensar. Supongo que de eso se trata, de pensar que la vida empieza ahí, en ese peluche rosa y trascendental en el que todo nace y fragua.
Después están las fiestas infantiles de cumpleaños, que son superchachis, megaguais e hiperchulis, es decir: flipantes. Aquello de la tarta de galletas casera con velas y los pinchos de huevo cocido con pimiento morrón ha pasado a mejor vida. Las fiestas de hoy son geniales e increíbles y se celebran en maravillosos espacios infantiles atendidos por animadores profesionales que manejan todo tipo de hinchables, montañas de bolas, camas elásticas, disfraces y muñecos en un espacio cerrado y con barra libre de limonada, naranjada y chucherías mientras los papi chulis disfrutan del cumple en otra sala, apartada de los niños, tomando copichuelas y aperitivos ricos al son de entusiastas reguetones y cumbias calentitas, montando una conga desorejada y jugando a los trenes mientras Enrique Iglesias canta: «Si me das, yo también te doy, si te vas, yo también me voy». Los pequeños, secuestrados en una sala chachi y los papás, desmadrados en la sala guay.
¿Y qué me dicen del fascinante mundo de los parques infantiles? Me acomplejo y alucino cuando acompaño a mi nieta a los columpios y alterno con abuelos de tez bronceada, gafas de colores, tatuajes en el cuello, vaqueros rotos, camisetas de AC/DC, gorras de fantasía y zapatillas de color fucsia. Mis abuelos gastaban boina negra capada, lentes tristes, tez pálida, traje negro y camisa blanca. Los abuelos de hoy parecen sacados de esos anuncios de agencias de viajes orientados a pensionistas trotamundos y, efectivamente, comentan entre ellos sus viajes a Egipto, a Ciudad de México, a Vietnam… Mientras yo solo puedo contar excursiones a Portugal, O Ancares y As Catedrais, que son los viajes que me molan.
He escrito mola… Se me está pegando el argot de los yupiyayos al igual que he aprendido a distinguir los cubos, palas, regaderas, carretones, muñecos y muñecas, guerreros y pelotas de mi nieta de la utilería de parque infantil de los demás niños. En fin, desde que soy abuelo, soy más sabio, más moderno y más dinámico. ¡A que molo!