Las «putas» de Oz

AROUSA

Mägo de Oz, en una imagen de archivo de un concierto ofrecido en Vimianzo hace años
Mägo de Oz, en una imagen de archivo de un concierto ofrecido en Vimianzo hace años ANA GARCIA

23 jul 2025 . Actualizado a las 12:45 h.

Una operación de la Guardia Civil, la Policía Nacional y Aduanas liberó la semana pasada a 160 esclavas sexuales, sometidas al yugo de la prostitución en siete provincias del corredor mediterráneo. Siguiendo la misma lógica del extraviado sentido del humor del que ha hecho gala, tal vez Víctor de Andrés, guitarra de Mägo de Oz, también se sienta molesto con las fuerzas de seguridad del Estado. Al fin y al cabo, esas mujeres eran tan «putas» como las que el músico lamenta que la trama de Koldo y compañía «nos» haya hurtado a base de dineros públicos, junto a un buen puñado de cocaína.

Que el tipo no ha entendido nada lo demuestra el comunicado con el que quiso explicarse a toro pasado. En él se limita a defender su derecho a criticar a cualquier gobierno a derecha o izquierda, en este caso al que encabeza el «gilipollas» Pedro Sánchez. De la vertiente política de todo este lío, lo más que se puede decir es que De Andrés no es ningún Quevedo a la hora de utilizar su lengua para repartir estopa. Con respecto a la farlopa, él sabrá en qué emplea su nariz. Su grosero recurso a la prostitución pertenece, en cambio, a otra categoría. Con él, el guitarrista ha levantado el velo del viscoso y nauseabundo reptil que en este país se arrastra bajo la aseada apariencia de lo políticamente correcto. La hipócrita mano de barniz que nos hemos dado sin molestarnos en tratar de erradicar en serio la podredumbre de las conversaciones de taberna, las risotadas en la oficina, la alegre e infame cachetada, el mandil de una sola dueña en casa. Todos son síntomas de lo mismo: la íntima convicción de que, en el fondo, una mujer es algo —ni siquiera alguien, o no del todo— de lo que se puede echar mano para ser usado a conveniencia.

Nada de esto lo remediará una cancelación vía decreto. Un camino peligroso e insaciable, primo hermano de la censura. En La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe escribía que la decencia es aquello que tu abuela te enseñaba. Ninguna institución puede sustituir a la conciencia socialmente compartida. En cambio, que Víctor de Andrés reconociese su error prostibulario arrojaría un pequeño destello de luz al margen de la ciénaga partidista que todo lo engulle. Una baldosa amarilla hacia la Ciudad Esmeralda en lugar de otro palmo de virilidad torcida en el mástil de su guitarra.