El secreto son de las campanas: «En Santiago y Mondoñedo prohibieron el toque a parto»
CAMBADOS
La Asociación de Campaneiros de Galicia impartió en Cambados un curso para todas las edades, desde los noventa hasta los doce años
24 may 2025 . Actualizado a las 21:06 h.Ayer, a las cinco de la tarde, no pasó nada urgente en Cambados. No se dio la voz de alarma por incendio, casamiento o defunción. Pero las campanas sonaron fuerte, más que nunca. En el despacho parroquial de la iglesia de Santa Mariña, Nelucha, Antón y compañía tomaban apuntes de las indicaciones de Rogelio, el campanero de Vilanova. El curso, de la Asociación de Campaneiros de Galicia, busca transmitir los pocos toques manuales que se conservan para evitar su desaparición. Empezó en Cambados, pero seguirá su camino por templos de todo O Salnés.
Rogelio empezó a tocar la campana con 10 años. Lo que marcó su infancia y gran parte de su identidad es considerado patrimonio de la humanidad. Por eso el campanero comparte sus hazañas con los alumnos: «En un tiempo pasado, cuando venía la tormenta los fieles rezaban: “Tente trono, tente tú. Que pode Deus más que tú». Y entonces, las campanas de la iglesia resonaban por todo el pueblo para alejar la tormenta y que la granizada no estropeara las lechugas», explica Antonio Gómez, miembro de la asociación: «Incluso las parteras no daban a basto cuando una mujer empezaba a dar a luz. Las campanas sonaban y las demás embarazadas se ponían tan nerviosas que algún que otro retoño llegaba antes de tiempo. En Mondoñedo y en Santiago prohibieron el toque a parto».
Algunos de los presentes conocían bien lo que Rogelio contaba. A Nelucha, que va camino de los 90, se le iluminaba la mirada al recordar los toques de campana para la oración o para la hora del plátano de las doce, para descansar de la jornada laboral, cuando no había dinero ni para comprar un reloj. «Yo estoy aquí para recordar tiempos pasados», contaba emocionada. Justo detrás de Nelucha, sentado con su chaqueta de la Asociación de Campaneiros de Galicia y sus cascos antirruido, estaba Antón. Tiene 12 años, pero es un viejo conocido. Empezó a tocar cuando tenía tan solo ocho años. Sube al campanario como un gato trepa la pared, con facilidad y desparpajo, y desde arriba comienza su recital. Porque después de la teoría vino la práctica.

Las escaleras hacia la campana son una cosa casi secreta. El polvo se mezcla con el sol, que entra como rayos cortantes entre los huecos de las piedras de la iglesia. Algunos quedaron abajo, como Nelucha, ante la dificultad que entrañaban unos escalones verticales e infinitos.
Los toques manuales son descritos como un idioma propio de cada parroquia, con variantes singulares que enriquecen la tradición. Es común que dos campaneros de la misma parroquia toquen de manera diferente, y eso es lo que lo hace único. Cada uno es de su escuela, y cada toque tiene un significado: cuando muere un cura, el papa, un sacristán, una melodía gris; cuando fallece un niño, un toque suave y angelical; cuando un incendio arrasa la zona, un toque frenético e imparable.
Desde arriba, su compañeros le echaron una cuerda a Nelucha antes de terminar. Así pudo tocar ella las campanas, con la ilusión de una niña. Este oficio no solo marca la hora, sino también el alma de los pueblos, del ámbito rural y de una tradición en riesgo de desvanecerse.