María Mariño, te quiero

Maxi Olariaga

BARBANZA

Maximalia

23 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Amadísima María. No es esta una carta fácil, no. No me encuentro muy bien estos días y no estoy seguro de que llegues a leerla. Uno se enamora así, una vez al día todos los días de la vida y no se avergüenza de la ligereza de su amor, porque esas veinticuatro horas son densas y absolutas como la piel del caballo. El roble, dicen, digo. A veces, María queridísima, deploro las cosas que dicen de ti gentes fatuas, ignorantes. Gentes que nunca han leído un verso con hondura y con dolor, con alegría y con miedo. Gentes de naturaleza canalla que viajan al mundo fingiendo el paso o lo que es peor, imitando el paso de quien les precede en el desfile. Ocurría tu muerte cuando yo cumplía veinte años, el mismo día que María, y yo no sabía nada de tu presencia en el mundo de las ninfas aladas. Nada sabía de tu aliento, de tu marido, de tus versos. Me apena desconocer tu presencia en aquellos días para mí tan alegres, para ti tan duros, fríos, acerados, sin sol. Te seré sincero, María, María Soliña de Celso Emilio. Llegué como un Apolo a Lugo en septiembre de 1968, catorce meses después de tu muerte y nadie me habló de ti. Esto me sorprende porque en aquella época y en los dos años siguientes recorrí con Xena, mi amor de todos los días, la provincia entera cantando mis canciones. Veiras, el amado pintor es mi testigo y, te lo juro, nadie nos habló de ti. En mi pobre casa se ocultó Xerardo Moscoso, camino de México seguido por la policía franquista hasta el desaliento y Xerardo nada informó de ti. Compartía café y amigos con Juan Soto que guardó en su biblioteca tus versos castellanos y nunca me habló de ti. Di a Rodrigo Romaní sus primeras y por mi parte pobres lecciones de guitarra y nada sabía de ti aquel niño que Rodrigo era. Frecuenté, aunque el tiempo haya borrado ese aliento, a Bodaño, a Fole, a Uxío, a Alonso Montero y a Ferrín y ninguno, año 68 María, me informó de ti. Qué cosa más creíble que: «Maxi, Veiras, vos que sodes de Noia, que sabedes dunha tal María Mariño, poeta que feneceu hai un ano...». Nada, nada, nadie sabía de ti. Ni Antón Campelo y la Feitiña ni Fuxan os Ventos..., nada, nada. Tú nunca exististe, María querida. Se estaba levantando el telón del siglo XXI cuando Rafa García, concejal socialista de Cultura de Noia, me trajo la foto de tu tumba como quien trae una paloma entre las manos. Y aquel día recordé la luz que nos envolvió la piel cansada a Ana Blanco, a su hija Ana Romaní y a Antón Avilés frente a la casa de la Rúa Cega donde naciste. Para qué voy a contarte que todo aquello terminó en el juzgado. Qué vida y muerte la tuya, María amadísima. Siempre el rumor rodeando tus aires. Amores prohibidos, versos prohibidos y hasta Alfredo Conde nombrándote deus inútil para dilucidar sus problemas con los académicos. ¡Qué pena, María! Al final los ilustres, la gente honrada apostó por ti. Lola Arxóns, Xerardo Agrafoxo, Aurora Marco, Agustín Agra, yo que sé, tantos. Y artistas: Alfonso Costa y Marisol Penalta que logró ese busto irreversible que como las rosas de té se eleva en la alameda mirando al Caurel que guarda tu rendición. Y Pepe, Pepe Agrelo que te despidió así: «O anxo das escuras/levóuna consigo á nada,/ e invadiu todo o Caurel/ un silencio de palabras». María amadísima: también los poetas te han dedicado versos: «Camiña sobre poemas e fura os pés de palabras» (Enma Pedreira). «Unha gamela, unha bourela inerme» (Antonio Piñeiro). «En que fenda está a voz que nos separa» (Beatriz Quintela). «Elas non teñen frío: Aprenden a escribir» (María do Cebreiro). «Todos vós, os extraditados no esclarecido Parnaso da Fisterra» (Xavier A. Olariaga). «O peito un mar de verbos vulnerados» (Eva Veiga). «Eu fun a suma total de aquel que foi medindo» (Yolanda Castaño). «Ficamos oblicuos, torcidos polas estacións e a xeada» (Rosa Enríquez). Después de tantos años, cómo me alegraría que recibieras esta carta. Tú que ya estás en la luz del fin del mundo adivinarás un amante en mí. Espero que me aceptes porque de verdad, María Mariño, te quiero.