En 1971, Sam Peckimpah, fiel a su estilo, rodaba la durísima película Perros de paja. Un matrimonio, él (Dustin Hoffman) un astrofísico inmerso en su trabajo, y ella (Susan George), esposa alegre y casquivana, deciden vivir en el pueblo de ella, un paraje idílico de Gran Bretaña. Para arreglar los desperfectos de la casa en la que ella se crio contratan a unos albañiles que de mocitos fueron compañeros de juegos de la esposa del científico. Ella, alardeando de su exitosa posición en la vida, con guiños y medias sonrisas, excita con su ambigüedad a los muchachos que enseguida creen que les está abriendo la puerta a una relación más íntima. Naturalmente, el científico ignora del todo la situación y, ajeno al peligroso juego que sobrevuela el tejado de su nueva casa, trata educadamente a los muchachos mientras sigue con sus estudios.
Cuando la situación del malentendido llega a su clímax, ella se da cuenta de que ha ido demasiado lejos con su estúpido comportamiento y quiere darlo por finalizado. El director nos pone ante el problema más fácil: ella provoca; las consecuencias estarán justificadas.
Cuando los albañiles pretenden por la fuerza lo que creían haber conquistado por la estupidez de la protagonista, sucede lo inevitable. Golpes, palizas, humillación, terror y miedo. Sobre todo miedo, pánico que vomita el alma al verse inerme ante unos salvajes. Aún así, en la situación más favorable al maltrato, nunca este es justificable.
Hasta el pacífico, sabio y paciente profesor termina por renegar de sí mismo y entregarse a la violencia para protegerse de las llamas del infierno que, sin saber cómo, están consumiendo con voracidad su vida. Ese es el acierto de la película. Nadie tiene derecho a obligar a su prójimo a hacer lo que no quiere. Es tan sencillo de entender que parece increíble que los cuchillos jamoneros, las palizas más cruentas o las palabras más hirientes sigan derramando sangre de víctimas indefensas, destrozando vidas y mundos que circulan inocentes alrededor de ese sol en el que arden las más viles pasiones y bajezas de la humanidad. Les recomiendo el filme de 1971, no un remake de 2011. No lo olviden: Perros de paja. Más de uno espero, quedará vacunado.