La revolución de las redes sociales llegó sin avisar. Explotó como un relámpago y cuando nos recuperamos del cegador destello, todos estábamos allí, con cuenta en Facebook. Los gurús del momento dijeron que era el camino hacia una nueva sociedad, más democrática, donde todos tendríamos voz y posibilidad de expresarnos con total libertad. El renovador mundo del Internet 2.0 había llegado para hacernos libres.
La fiebre duró poco. Nos pusieron la herramienta en las manos, pero se olvidaron de darnos el libro de instrucciones y de explicarnos las reglas. El salto del sueño a la pesadilla fue instantáneo, bien lo saben aquellos que han sido acosados a través de la Red, o esos otros que se han convertido en motivo de escarnio por parte de sus compañeros o vecinos. La última moda que con razón preocupa a los responsables de colegios e institutos son los grupos de Whatsapp de padres de alumnos, donde todo lo que ocurre en el centro, desde la riña más absurda, se magnifica y termina con problemas de convivencia entre profesores y padres.
En esta anarquía virtual que hemos creado, y en la que algunos se enriquecen sin dar soluciones a los problemas que han forjado, el dominio se encuentra en una masa anónima que se revuelve y golpea a todo aquel que no piensa como ella.
En Huckleberry Finn, de Mark Twain, una de las obras cumbre de la literatura americana, hay un pasaje que me recuerda vivamente al linchamiento que se vive a diario en Internet. Una multitud se dirige a casa de Sherburn, uno de los personajes de la novela, con el fin de matarlo. Al llegar, derrumban la valla y entran como un enjambre en su hogar. «Mátenlo, mátenlo, debe morir», gritan rabiosos. En ese momento, aparece Sherburn en el porche con una escopeta en las manos, tranquilo, sin decir ni única palabra y se para ante ellos. Comienza a mirarlos a los ojos, uno a uno, y todos entornan la mirada hacia el suelo, llenos de vergüenza.
El que iba a ser linchado empieza a reírse de ellos y les suelta: «¡Mira que venir vosotros a linchar a nadie! Me da la risa ¡Mira que pensar vosotros que teníais el coraje de linchar a un hombre! ¡Pero si un hombre está a salvo en manos de diez mil de vuestra clase! Lo más lamentable que hay en el mundo es una turba de gente. Ahora lo que tenéis que hacer es meter el rabo entre las piernas e iros a casa a meteros en un agujero». Al terminar, la multitud retrocedió de golpe y uno tras otro se marcharon de casa de Sherburn.
El sueño de las redes sociales se ha convertido en la condena del individuo frente a esa masa anónima. El problema está en que no todos tienen el coraje de Sherburn para rebelarse y hacerla callar. ¡Facebook! ¿Dónde están las instrucciones?