El Día del Padre

juan ordóñez buela DESDE FUERA

BARBANZA

18 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

J unes Renard decía que los padres tienen dos vidas: la suya y la de sus hijos. De esta acumulativa responsabilidad han nacido tragedias, comedias, apropiaciones existenciales indebidas y biografías de gente traumatizada por padres crueles. El catálogo de rituales que normativiza el universo paterno-filial incluye grandes momentos de emoción y ceremonias más frívolas, como el Día del Padre, que si la autoridad competente no lo impide, se celebrará mañana. La categoría antropológica de la efeméride podríamos situarla entre el día de los enamorados y la despedida de soltero, pero como suelen intervenir menores de edad hay que mantener las apariencias y aceptar sus protocolos con la mejor sonrisa y una contradictoria sensación de inocencia impostada o de impostura inocente. Por suerte, si han sido educados en familias moderadamente contrarias a la banalización del calendario festivo, se puede llegar a la mayoría de edad prescindiendo del Día del Padre. Esta conducta, sin embargo, contradice el interés económico del país, que recomienda apuntarse a todos los bombardeos comerciales.

Todo esto viene a cuento de dos mensajes que he recibido esta semana. El primero, de una importante operadora telefónica: «Te proponemos el mejor regalo para que triunfes en el Día del Padre, renueva tu móvil...». Me sugieren que renueve el móvil de mi padre, pero resulta que está muerto desde hace 48 años. El segundo no puedo transcribirlo, pues lo suprimí al recibirlo: no era para mí. Me lo enviaba una importante cadena de ropa y me informaba de rebajas idóneas para este día. Se dirigía a mí con el nombre de LUCIO, así en mayúsculas, y me tuteaba. Me preocupa que todos los mensajes recibidos hayan sido tan defectuosos. Tanto en la ficción como en el periodismo de investigación se nos avisa de la espiral de control orwelliano, se nos habla de Snowden y de aquel hombre pálido y ojeroso refugiado en la embajada de Ecuador para subrayar la monstruosa precisión de la intervención del poder en nuestras vidas. Se nos recomienda controlar el móvil. Pero luego resulta que debo profanar la tumba de mi padre para renovar el móvil que nunca tuvo y que me llamo LUCIO.