Para que yo esté viendo el documental de Rociíto muchas cosas han tenido que suceder. Hace casi cinco mil millones de años, una nube molecular colapsó gravitacionalmente y la mayor parte de la masa, acumulada en el centro, creó una protoestrella rodeada de aglomeraciones de materia que darían lugar a planetas, satélites y asteroides. Mucho más tarde, esa protoestrella sería bautizada como Sol.
Para que yo esté viendo el documental de Rociíto, billones de algas han tenido que hacer la fotosíntesis. Unos cuantos dinosaurios se han tenido que extinguir. Unos monos asumieron que debían superar el miedo al fuego. Unos griegos que creían en la libertad lucharon en Maratón, las Termópilas y Salamina. Se levantaron pirámides, catedrales y el edificio Caja de Ahorros de Ribeira.
Para que yo esté viendo el documental, Miguel Indurain ganó cinco tours, los Backstreet Boys se quedaron calvos, Sísifo sigue cargando con una piedra montaña arriba. Maillard escribió un verso perfecto: «Cayó el rayo en mis manos y no ardieron». Mi abuela tuvo a mi madre, mi madre me tuvo a mí; yo tuve una bici, una guitarra eléctrica y una depresión a los 24. Vino un virus; muchos bares cerraron, muchos tanatorios abrieron.
Todo esto ha sucedido para que esté ahora aquí, viendo el documental de Rociíto, que es tauro. No creo en el horóscopo, pero sí en las estrellas. Las miro buscando ecos de Rocío Jurado y me pregunto sobre el sentido de la vida y la muerte. Tanto, tantísimo… ¿para esto? Apuro el último trago. De espuma blanca y rumor de caracolas. Como una ola.