Libros
Libros CESAR TOIMIL

07 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La esperanza es una cosa espeluznante. Hace años pensaba que a estas alturas ya habría ganado el Nobel de literatura y el de natación. Y nada: la vida es injusta, la gente no sabe, todos van en dirección contraria, menos yo… y toda esa retahíla de excusas que los artistas wannabe solemos traer de serie. Lo bueno —y lo malo— de esto es que he asumido mi fracaso y, a pesar de todo, decidí quedarme en el folio. Seguir escribiendo.

Este desengaño es el tamiz que filtra a los que aman la literatura de los que están en ella por lo que esta puede darles. Ungidos por el desencanto, por las nanas de la cebolla, el trabajo de escribir se convierte en el mejor momento del día. Escribir para nadie. «Abandonad toda esperanza los que aquí entráis», puso Dante en la puerta del infierno. La esperanza de gloria te hace peor escritor.

Esta semana leí una noticia terrible: una pareja relativamente joven tuvo que afrontar la enfermedad terminal de uno de ellos. Según su vivencia, la parte más importante del proceso fue abandonar la esperanza de curación, bajarse del tren del milagro, ya que solo así comenzaron a vivir verdaderamente en el presente que les restaba, a quererse sin perpetrar la pantomima del «todo irá bien», sin fingir. Con estos bueyes hay que arar. Los tipos duros no bailan.

Soy un kamikaze contra la esperanza, es una palabra bonita pero esconde demasiadas espinas. A mí dame lo que venga. Aún escuchamos AC/DC. Aún podamos la lavanda. Aún gritamos a la tele cuando falla el delantero. Aún ponemos las manos en las caderas tras subir una montaña. Porque aún subimos montañas.