Réquiem por la calma

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

La Voz de la Salud | iStock

12 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Recuerdo que una lechera traía leche de vaca y nata a mi abuela. Recuerdo que llevábamos los zapatos a Patiño, el zapatero, que los remendaba. Recuerdo la armónica del afilador, las básculas de las tiendas y que los peluqueros eran calvos sin tatuajes. Recuerdo el sosiego, recuerdo las pausas. Recuerdo que el café se molía y el practicante quitaba verrugas con un maletín negro, San Benito no era como Amazon y dejaba algo para la competencia

Mi abuela tejía, cosía y calcetaba. Teníamos una máquina de coser estilo Singer, sonaba su pic-pic-pic con la fuerza de mil bandas noruegas de black metal. Había una máquina de escribir en el despacho de mi padre y la vida sucedía con calma. Ahora lo instantáneo lo devora todo. No hablas con tu mujer, preguntas mejor a Chat-GPT. Ya ha llegado Glovo, come, consume con la boca mientras das clic a otro anuncio. Todo está abierto a todas horas para ti. También los domingos.

Ya no existen videoclubes. Ya no hay máquinas como el Metal Slug, los chavales ya no saben quién es el enano del Golden Axe. Ahora Son Goku lo resuelve todo con diálogo mientras te vende una funda del móvil. No queda mucho de la Ribeira que viví. Menos aún de la que vivió mi abuela.

No me quejo, pero sí echo de menos el lento fluir del tiempo, las pausas. Nos han robado la paciencia y la atención. Nos quieren anfetamínicos, caprichosos y vacíos. Nada se arregla, se compra. No se elige, se amontona. Ya no hay quioscos. Todo pasa. Y ahora pasamos nosotros. Y con nosotros una forma de entender el mundo más sosegada. Odio el Tinder, viva el bar. Calma.