Cartas de amor

Carme Alborés CON CALMA

BARBANZA

14 oct 2023 . Actualizado a las 17:57 h.

L a anciana Isolina había escrito muchas cartas de amor en su larga vida, su hija estaba emocionada releyendo algunas, y sobretodo algunos párrafos que la conmovían, como aquel que decía : «He recibido tu carta, tú cuidas de que tenga luz en mi vida, borras mis tinieblas siempre que te necesito, eres el dulce candil que guía mis pasos cuando tengo que cruzar aquella peligrosa avenida, en mis noches de insomnio me acompañas cuando leo, y compartes mi vigilia forzosa, hace mucho que estamos juntas, te recuerdo de pequeñita, eras escasa, tenue, amarillenta, me fallabas a la menor tormenta, y compartías tu luz con tus hermanas las velas y las palomillas… Hoy eres fuerte, poderosa, multicolor. Gracias por enviármela. Te quiere Isolina».

Otra emotiva carta decía: «He recibido tu carta y te agradezco me envíes esa agua tan limpia, tan abundante, ella lava mi cuerpo y mi ropa, ella calma mi sed, cuece mis comidas y hace que mis plantas del salón alegren mi envejecida vista con su lozanía, te recuerdo de niña cuando yo era quien tenía que ir a buscarte a la fuente, ahora eres tú quien me la envías a mi casa, y procuro no desperdiciarla, porque eres tu quien me lo pide. Muchas gracias tu querida Isolina».

No quedaba nadie sin respuesta a las cartas que Isolina recibía y esperaba con mucho entusiasmo. También era hermoso aquel fragmento de aquella otra que decía: «Al recibo de la presente he de decirte que aunque no entiendo algunas de las palabras que me dedicas, confío plenamente en ti para administrar mi dinero, y con el que me regalas de vez en cuando por los intereses, me compré el anillo por el que llevaba tiempo suspirando cada vez que lo veía en aquel escaparate».

Las hijas de Isolina no querían defraudar a su madre y, algo avergonzadas, cada mes se presentaban en las oficinas administradoras del agua municipal, de la compañía de electricidad y la sucursal bancaria a recoger las cartas que Isolina les enviaba a la vuelta de cada recibo. Por eso sus hijas decidieron que ya no querían más recibos domiciliados, y decidieron poner fin al asunto, ordenando a todas las oficinas que los recibos se los mandaran a ellas por vía digital.

La pobre Isolina ya no recibió más recibos en su buzón, y la tristeza le llevó a idear un plan para vengarse de todos ellos.