Isolina esperaba impaciente las cartas, pero esta vez ya se retrasaban mucho, en su buzón solo había hojas de propaganda, pero ninguna carta a su nombre, eso la estaba sumiendo en una profunda tristeza. Las hijas de Isolina eran ahora las que recibían las facturas en su correo electrónico. Isolina entonces, al ver que ya nadie le enviaba cartas, decidió vengarse de todos ellos. Ya no encendía la luz, antes se aprovisionó de velas, procuraba hacer sus labores durante el día, y para cocinar suerte que en su casa aun funcionaba con butano, pero al llegar la noche, encendía sus velas y escuchaba aquella vieja radio hasta que el sueño la vencía. En las noches de insomnio le ayudaba mucho leer, pero aquella luz tan débil le hacía lagrimear sus ojos. Respecto al agua, ya no abría ningún grifo de la casa, Isolina iba con su carrito de la compra a por agua en una fuente cercana (cosa que le traía vivos y hermosos recuerdos de su infancia), y para beber, como en la fuente ponía «agua no potable», iba al súper a comprarla. Era muy penoso y molesto tanto acarreo, pero estaba decidida a darles un fuerte escarmiento.
El Banco ya no lo pisaba, y procuraba ir cada día a los cajeros automáticos a sacar el máximo de dinero, incluso ya no se ponía el anillo que había comprado con los intereses. Las hijas de Isolina, vieron que su consumo de luz y agua era el mínimo, en cambio las retiradas del banco, en efectivo, eran muy numerosas, y en la cuenta ya no quedaba casi ningún depósito. Se presentaron en su casa para recriminarle tanto gasto, pero la encontraron más deprimida que de costumbre, y les dijo: «El dinero casi no lo gasto, lo tengo en esta caja, coged si queréis».
Una hija fue al cuarto de baño y le dijo a su madre porqué tenía que usar agua del cubo si la cisterna funcionaba perfectamente y cuando otra hija encendió una luz, Isolina se enfadó y le pidió que la apagase. Sus hijas le preguntaron a que venía todo aquello, e Isolina les confesó que sus proveedores la habían abandonado y ya ni se molestaban en enviarle las cartas.
Ahora Isolina vive en una residencia de ancianos y está muy contenta porque el director hizo un llamamiento para que la gente escribiese cartas a los residentes. Isolina contesta a todas y veces incluso recibe cartas cariñosas de sus hijas.