Tierra de romerías

José Antonio Ventoso VIDA DESDE FUERA

BARBANZA

15 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia es tierra de romerías, gaiteiros y bandas de música. A partir de Semana Santa y hasta las fiestas de A Guadalupe no hay aldea donde no se escuchen el roncón de la gaita, los palillos del tamboril, el trombón y el clarinete anunciando la llegada de la alborada. Sirve para bailar toda la noche, para exaltar los lazos familiares y amistades para quienes por causa de la emigración no se ven en todo el año.

Alrededor de los rituales de la comida en familia, la parroquia se congregaba con sus mejores galas. Un festejo multitudinario al que acudían parientes de distantes lugares. Lo primero era reponer fuerzas. Más tarde la procesión y después la banda de música en la que las parejas se hacían novios. La fiesta proponía una ovación al cuerpo, liberado de mecanismos represores y disciplinarios. En las aldeas y parroquias, el control social era asfixiante y solo se relajaba con la llegada de múltiples visitantes de otros lugares que permitía darle sabor al cuerpo, ennoviarse o tumbarse en el pajar.

La fiesta derrite la cárcel de las redes sociales y las pantallas de móvil y nos saca a la calle recordándonos el derecho a vivir en las plazas y parques. Un antídoto de la salud mental. La fiesta y la romería aporta más de lo que destruye. Conserva el componente vecinal y dota de significado la vida propia rodeada de otras. Esto es importante para los gallegos, por eso pese a los múltiples atrancos diseñados por los burócratas de turno siempre hay un puñado de héroes dedicados al noble acto de la petitoria para lograr que la mejor orquesta sea la que actúe esa noche en la parroquia. Son los últimos resistentes que recuerdan lo importante que es sentirse parte de una comunidad, sin olvidar el  jolgorio.