La vida empieza a los 40

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

JOSE PARDO

13 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya estás otra vez escribiendo un texto de autoayuda a caballo entre Paulo Coelho y un refrán de sobre de azucarillo, Emilio. Pues sí. ¿Qué le voy a hacer? De joven me asomaba a la vida con una mezcla de soberbia y vértigo, observaba a los cuarentones como quien observa un matojo que cruza el pueblo de una peli de vaqueros —se llaman rodamundos, qué palabra tan bonita—. Como digo, de joven no era bueno planeando, sí improvisando.

La improvisación tiene mucho de preservativo caducado en la cartera, crecer no era llegar, sino perderse una y otra vez. Y tanto que perdemos: perdemos personas, perdemos oportunidades y hasta nos perdemos a nosotros mismos. Así llegan los 30 y hay en el espíritu un descarrilamiento. Se resquebraja el corazón, el futuro pierde su infinitud probabilística. Las resacas duran tres días, las dioptrías y la barriga aumentan. El pelo y la esperanza disminuyen.

Lo peor de los 40 es que la muerte deja de ser esa inquilina extraña del octavo piso y se nos instala ya en la puerta de enfrente. Piensas mucho en tus padres, dejas de tener algunos amigos y algunas certezas. Pero ya no hay urgencia por demostrar nada. Percibes nítidamente, a pesar de las nueve mil dioptrías, que la felicidad no es un trofeo sino el lugar al que vuelves cada día: la mesa de la cocina, el sol entrando por la ventana, abrazar fuerte a mi hija.

Aprendí a dejar de correr, los zombis te pillan siempre. El tiempo es un animal salvaje y lo único que podemos hacer es acariciarlo mientras nos deja. La vida empieza cuando dejamos de huir de ella.