
Un mostrador de farmacia, como la barra de un bar, es una especie de atalaya con vistas al tiempo
14 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Un mostrador de farmacia, como la barra de un bar, es una especie de atalaya con vistas al tiempo. Como farmacéutico asisto a un espectáculo silencioso: veo como los ribeirenses se van convirtiendo en la biografía de sus propias recetas.
Hay pacientes a los que he empezado a tratar antes de que nacieran, dándole yodo a la madre para que el pequeño no tenga problemas con las hormonas tiroideas. Luego, al nacer, yo le di una leche. Ojo, de Nutriben, soy una persona pacífica.
Después vinieron las tiritas, a las niñas les encantan las de Frozen, a los niños las de Los Vengadores, a los adultos las «normales», es decir las de mustio color caca que parecen hechas para recordarnos que envejecer apesta. También te di un antibiótico para aquella infección de garganta, pasaron los años, y me pediste un ibuprofeno para la primera resaca dorneira, y preservativos XL porque eres un poco fantasma, y un colirio para llegar presentable a la cena Nochebuena. Son etapas.
Por desgracia hubo una época en la que necesitaste psicofármacos, los medicamentos que menos me gusta dispensar porque a veces hacen que dejes de ser tú. Y entiendo que en ocasiones ser tú es una mierda, pero recuerda que no ser tú es una mierda siempre. Intento ganarme la vida repartiendo salud, odio sentirme como un camello del olvido.
Sigo con mi cúter, zas, zas, tantos cortes en las manos que ya no duelen. En este mostrador he visto a niños convertirse en adultos, a adultos encogerse en ancianos y a ancianos marchitarse… eso sí duele. Al final, todo es con receta, y la última la firma tu sombra.