Como marinos, muchos de nosotros hemos tenido ocasión de conocer la mayoría de los puertos del cercano Oriente. Hemos podido asomarnos al interior de esas tierras y hemos podido tratar de cerca a personas de diferentes creencias religiosas, antes y después de la guerra de junio de 1967, con aplastante victoria israelí. Victoria que le permitió a los sionistas ocupar la Franja de Gaza, la península de Sinaí, Cisjordania y los Altos del Golán. Y nada fue lo mismo después de aquellos seis días de guerra, como tampoco lo era antes de la creación del estado de Israel, en base a unos derechos emanados del Antiguo Testamento.
Analizando lo que está ocurriendo en la zona, me acordé cuando, hace unos años, un viejo profesor jesuita, asociado al departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Massachussetts, hablando de religión, me dijo: «Al Antiguo Testamento, ni puñetero caso». Al parecer, el viejo profesor no estaba falto de razón en su radical afirmación. No hay más que ver el contenido violento y moralmente cuestionable del Antiguo Testamento, cuando se justifica la venganza contra quienes se consideren enemigos del pueblo de Dios. Y que decir de la vengativa ley dada a Moisés: «Ojo por ojo, diente por diente». Aunque haya quien la interprete como norma para no sobrepasarse en respuesta a la aplicación de la justicia… Pero ya ven ustedes a donde nos está llevando tal principio y como lo aplica el pueblo de Israel, elegido por Dios.
Pero ya saben ustedes lo que vino después de tal elección: los judíos consideran a Jesús como un falso profeta, y dicen de él que «fue el más dañino de todos los falsos profetas».
Desde ese prisma, creyendo en la infalibilidad de Dios, se puede llegar a la conclusión de que fue Israel, el pueblo elegido, quien se equivocó. Pero también se podría pensar que falló la infalibilidad al elegir a un pueblo que no cumplió con los designios de Jehová. Porque, al judaísmo no le interesa la doctrina cristiana del Nuevo Testamento, basada en la caridad y el amor al prójimo en sus principios de: poner la otra mejilla, la compasión, la bondad y el respeto «incluso a los enemigos». Y así, no son respetuosos con sus enemigos que, ahora como antes ellos, están sufriendo un forzado y cruel Éxodo.
Por otra parte, existe la creencia errónea de considerar al pueblo judío como el único semita; tildando de anti semitas a quienes defienden a los palestinos o a un estado palestino, sin tener en cuenta que los palestinos también son semitas, descendientes de Sem, hijo de Noé, como lo son los árabes y otros pueblos del Cercano Oriente y del norte de África.
En cuanto al sionismo, ese movimiento nacionalista nacido a mediados del siglo XIX que luchó por el establecimiento del pueblo judío en Palestina, en base a unos derechos que el Antiguo Testamento les había otorgado, nada que añadir. Pero ahora que los herederos de tal movimiento, nacido a los pies de la colina de Sion próxima a Jerusalén, han conseguido su objetivo de tener patria, deberían frenar su expansión y genocidio; y si queremos que su actitud no nos haga pensar que Dios se equivocó, deberían permitir a los otros pueblos también semitas, el derecho de vivir en paz en una tierra que, según el Antiguo Testamento, a ambos pertenece.
Sí; ya sé que el viejo profesor jesuita me había dicho que al Antiguo Testamento ni puñetero caso. Pero de alguna fuente hay que beber. Y más ahora que, como marino viejo, siento no poder acercarme a aquellos históricos lugares ni participar en la flotilla de ayuda a los gazatíes; a esas gentes largamente bendecidas por la ONU pero sentenciadas por el poderío militar de unos pocos.
¡Ay! que poco se escucha en los púlpitos la condena al gobierno de Israel.